Judíos y cristianos en la época de la composición de los Evangelios (I) La divinización de Jesús

Hoy escribe Antonio Piñero



El tema, indicado por el título, afecta a los orígenes mismos del cristianismo en el momento en el que se está separando de la religión madre, el judaísmo, momento que se ve reflejado bastante bien en el Evangelio de Mateo y en el de Juan cuando los dos textos presentan a Jesús en una pugna tremenda con los fariseos, escribas y doctores de la Ley (Mateo), o sencillamente contra “los judíos”, principales adversarios de Jesús en el Evangelio de Juan.



Tal como se ha señalado en la Guía para entender el Nuevo Testamento (p. 403), la evolución de las doctrinas en líneas generales, hasta estos momentos, del primer cuerpo de escritos cristianos se rigió por una triple impulso:



A) Tendencia hacia una mayor divinización de Jesús. Este movimiento había empezado muy pronto en el seno del cristianismo naciente como lo indican dos textos:



1. El primer discurso de Pedro ante los judíos, según transmite Hechos de los apóstoles capítulo 2. Aunque este discurso sea una composición del evangelista Lucas, señala que muy pronto –teóricamente 50 días después de la muerte de Jesús, en la fiesta de Pentecostés- los judeocristianos se atreven a afirmar ante los judíos de Jerusalén primero la resurrección de Jesús por parte de Dios, que ya colocaba a un profeta a la misma altura que Henoc y Elías (no resucitados, pero asuntos a los cielos). Además su creencia en que Jesús era el verdadero mesías, que estaba sentado junto a Dios en el cielo y que Éste lo había declarado “Señor” y confirmado en su función de “mesías”.



El segundo es el pasaje de Filipenses 2,6-11. El texto es bastante oscuro:



“6 Él, a pesar de su condición divina,

no se aferró a su categoría de Dios;

7 al contrario, se despojó de su rango

y tomó la condición de siervo,

haciéndose uno de tantos.

Así, presentándose como simple hombre,

8 se abajó, siendo fiel hasta la muerte,

y muerte en cruz.

9 Por eso Dios lo encumbró sobre todo

y le concedió el título que sobrepasa todo título;

10 de modo que a ese titulo de Jesús

toda rodilla se doble

-en el cielo, en la tierra, en el abismo-

11 y toda boca proclame (Is 45,23)

que Jesús, el Mesías, es Señor,

para gloria de Dios Padre.” (Traducción de Juan Mateos: “Nueva Biblia Española”)




Aunque hay muchas interpretaciones de este texto de Pablo –sea suyo, o tomado de un himno, da igual ahora- que pone a Jesús como ejemplo de humildad suprema para los cristianos, me parece que sólo tiene pleno sentido si se piensa a Jesús como Dios, de algún modo divino –aún no se precisa- que renuncia a esa sublime condición para hacerse humilde, un mero ser humano.



B) Tendencia hacia la eliminación de una escatología inmediata, es decir, pensar el fin del mundo no como Jesús y Pablo de Tarso (ese fin es inmediato) sino como “ad calendas graecas”: vendrá, sin duda, pero tardará mucho (2 Pedro 3,8: para Dios un retraso de mil años en el fin del mundo y en la segunda venida del mesías Jesús son “como un día”. La divinidad tiene otra medida del tiempo.



C) Tendencia hacia la eliminación de los rasgos excesivamente judíos de la figura de Jesús. Este impulso se centra en el paso de la predicación de un mesías judío a la de un salvador universal en el seno de una Iglesia proselitista con vocación de apertura hacia los gentiles.



Estas tres tendencias se corresponden muy bien con el espíritu misionero de Pablo hacia los gentiles, como dice él mismo en Gálatas 2,8. Desde el punto de vista de la historia de la teología del Nuevo Testamento, Pablo y los Evangelios significan un gran esfuerzo por desligar la figura de Jesús de Nazaret de sus condicionantes históricos, enraizados en el suelo palestino del siglo I, para poder ofrecer a los paganos un mensaje de salvación aceptable, no estrictamente reservado a los judíos.



Ya los judíos observadores podían percibir que había a finales de este siglo I una gran distancia teológica entre un miembro de la comunidad judeocristiana primitiva de Jerusalén, tan respetada por los judíos que muchos fariseos se unieron a ella (Hch 2,47; 4,4;15,5), y un ex pagano ya convertido y dentro de las comunidades paulinas o un adepto de Jesús que pertenece al grupo representado por el Evangelio de Juan.



Pero esta evolución tuvo una consecuencia evidente: los judíos ya no podían aceptar en su seno a un “judeocristianismo” que había evolucionado tanto. Éstos podían admitir a lo sumo la concepción de un nuevo mesianismo, es decir, un mesías que después de la aparente catástrofe de la cruz (explicada por la existencia de un plan divino desde la eternidad, pero desconocido hasta el momento) fuera glorificado por Dios, fuera situado de algún modo en el ámbito de lo divino, sentado a la diestra del Padre. Pero no podía aceptar la divinización plena de Jesús: un ser preexistente que se encarna.



No es extraño que los judíos –dispuestos a renovar su vida y salvar su religión después del fracaso de la Gran Guerra contra los romanos (66-70 d.C.) en torno a la Ley y otros valores tradicionales— bien informados de esta evolución compleja y múltiple, se decidieran a declarar formalmente “herejes” a los cristianos a finales del siglo I, como veremos.



A éstos les dolerá, pero se acomodarán muy pronto a esta solución. La gran prueba de que ello fue así es considerar cuán poco se discuten en la literatura simultánea o posterior a los Evangelios los grandes temas, candentes, paulinos, la justificación por la fe, la validez o no de la Ley para la salvación, que eran propios de un momento en el que se estaba jugando aún el mantenerse junto a la religión madre, o la separación del judaísmo usual, el que más o menos todos consideraban normativo.



Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero


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