El Adopcionismo. Personajes del conflicto



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Migecio

En el umbral de la controversia adopcionista, aparece un extraño personaje que merece los honores de una larga carta de Elipando. Dos frases de la carta han sido consideradas como la chispa que alarmó a la ortodoxia con la sorpresa de una nueva -o renacida- herejía. Se encuentran al principio de los párrafos 4 y 7 de la carta dentro del tratamiento del tema trinitario, el más importante de los cuatro que la componen. Éstos son los textos: "De la persona del Hijo dices que es la segunda persona de la Trinidad, la que nació de la semilla de David según la carne y no la que fue engendrada por el Padre" (Carta a Migecio I & 4, 1-3). "La persona del Hijo no es la que tú afirmas que es igual al Padre y al Espíritu Santo y que nació en los últimos tiempos de la semilla de David según la carne, sino la que fue engendrada por Dios Padre sin principio de tiempo" (Ibid., cap. 7, 1-4).

En el primero de estos textos, expresa Elipando en segunda persona la idea de Migecio sobre el Hijo de Dios, y da la impresión de hablar de dos hijos, el nacido en el tiempo de la semilla de David y el engendrado por el Padre sin principio ni tiempo. El segundo de los textos ha sido señalado generalmente como el origen real, escrito, del Adopcionismo. Aquí es Elipando el que habla, y en sus propias palabras expone una teoría con claros reflejos de Nestorianismo. Es decir, parece pretender afirmar que el Hijo verdadero no es el nacido en el tiempo, de la semilla de David, sino el que fue engendrado por el Padre fuera del tiempo. Es verdad que nada se menciona de una eventual adopción, pero de sus afirmaciones al uso de un adjetivo similar a "adoptivo" no hay más que un paso.

Pero volvamos a la carta de Elipando a Migecio. El escrito de este pintoresco personaje es para el toledano poco más que un libelo, fruto de la fatuidad y locura de su autor, que provoca más risa que otra cosa (§ 1). Desprende un olor fétido su maloliente doctrina. Y aunque su autor goce de una cierta buena fama, es más bien digno de anatema (§ 2). Migecio debía de ser de la zona meridional de España o, al menos, fue "en los territorios de la Bética" donde se expandió la llamada "herejía migeciana" (Carta a Fidel, hacia el final).

El problema nuclear de la carta a Migecio es la doctrina sobre la Trinidad, contra cuyo misterio ladra Migecio como un perro (§ 2). Lo primero que hace Elipando es reprender la insolencia de quien se atreve a enseñar siendo un ignorante. Aborda luego la cuestión trinitaria tal como la entiende Migecio, quien distingue en la Trinidad "tres personas corpóreas": La persona del Padre es David; la persona del Hijo es la segunda persona de la Trinidad que fue tomada de la Virgen; la tercera persona es el apóstol Pablo (Carta a Migecio I 3, 1-10). A primera vista, parece que la Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo es para Migecio David, Cristo y Pablo. J. C. Cavadini nota, sin embargo, que Migecio no dice que David es el Padre, sino que es la persona del Padre. Y lo mismo dice en el caso de las otras personas. "De la persona del Hijo dice (Migecio) que la segunda persona de la Trinidad es la que nació de la semilla de David según la carne y no la que fue engendrada por el Padre" (Carta a Migecio § 4). Y sigue afirmando que "Pablo es la persona del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo", y que el mismo Apóstol reconoce que en él habita la persona del Espíritu Santo. La distinción podría parecer excesivamente sutil, pero tiene su importancia. Lo mismo que en el nacido de María se encarnó la segunda persona de la Trinidad, en David y en Pablo se habrían encarnado las personas del Padre y del Espíritu Santo respectivamente. Migecio, por lo tanto, no dice que David sea el Padre, sino la persona del Padre. Por consecuencia lógica, se debe decir lo mismo de Cristo y de Pablo.

Elipando actúa correctamente refutando tales enseñanzas. Comparar y confundir la encarnación del Verbo en Cristo con las respectivas "encarnaciones" del Padre y del Espíritu Santo en David y Pablo es un disparate teológico. Pero en su refutación, deja escapar Elipando algunos deslices que delatan su postura doctrinal. Nunca comprenderá ni -en lo que sabemos- aceptará que el Jesús nacido de la Virgen María sea de hecho y en cuanto hombre el Hijo natural o propio de Dios. Pero si dejamos al margen este detalle, su doctrina sobre la Trinidad aparece correctamente expresada al principio del § 8 de esta carta: "Tres personas del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, espirituales, incorpóreas, indivisas, inconfusas, coesenciales, consubstanciales, coeternas, en una sola divinidad, una potestad, sin principio ni fin, siempre permanentes" (Ibid.). Es decir, como afirma la teología más ortodoxa: un solo Dios en tres personas. Pero ya veremos cómo la herejía de Elipando no se refiere al dogma trinitario, sino al de la Encarnación.

El segundo tema de la carta hace referencia a la santidad de los sacerdotes. La tesis de Migecio es muy simple: los sacerdotes no deben llamarse pecadores si son santos; pero si son pecadores de verdad, no deben acercarse al ministerio (Ibid. § 10).

Elipando responde con citas bíblicas (1 Jn 1, 8-9; Prov 2, 9; Job 15, 14-16; Lc 1, 10; Is 64, 6) en las que subraya la condición pecadora del hombre, con referencias a los Santos Padres que insisten en la misma idea y con reflexiones ascéticas sobre la realidad de la conducta corriente entre los humanos. "Nosotros mismos, dice, que creemos ocupar el lugar más elevado de la dignidad eclesiástica y somos ilustres por nuestras sedes sagradas, nosotros mismos, repito, príncipes de los sacerdotes, maestros y doctores de los pueblos, nos vemos rodeados por multitud de errores varios, estamos frecuentemente sometidos a vicios, algunas veces estamos incluso mancillados por la mancha de los delitos" (Ibid. § 10). Y recuerda a Migecio: "También tú mismo, que te glorías de ser santo y afirmas que eres ajeno al pecado... podrías haber sido de los primeros en incurrir en crimen de homicidio" en el caso de la mujer adúltera. Alude Elipando en su carta al caso narrado en el Evangelio (Jn 8, 7). Al la invitación de Jesús de que el que se sintiera sin pecado tirara la primera piedra contra la mujer, Migecio en su necedad hubiera sido de los primeros. Puede consultarse la nota a la Carta a los obispos de Francia V 5, 5ss. La suposición de Elipando se basa en al reto lanzado por Cristo a los acusadores: "El que de vosotros esté sin pecado, que lance la primera piedra" contra la adúltera.

El tercer tema toca un problema que debía de ser frecuente en la convivencia con los musulmanes. Muchos cristianos seguirían la norma establecida por Cristo y por Pablo en lo que a los alimentos se refiere (Mt 15, 11; Rom 14, 17; 1 Cor 6, 13; 10, 27; Tit 1, 15). Entre ellos, Elipando. Pero otros, más rígidos y estrictos, eran conscientes de los peligros reales que una excesiva convivencia entrañaba. Contra ellos, daba la voz de alerta el papa Adriano en la Institutio Uniuersalis a los obispos de España (Denzinger, 301. Y a ellos se sumaban con evidente desmesura Migecio y sus secuaces. Este dato puede ser una prueba más de la actitud rigorista de Migecio frente a la postura más condescendiente de Elipando (J. F. Rivera, El Adopcionismo..., pág. 21).

Al cuarto problema sobre la afirmación de Migecio de que "sólo en Roma reside el poder de Dios", responde Elipando recurriendo, como es su costumbre, a la Escritura y a los Padres. Las afirmaciones bíblicas sobre el poder universal de Dios, y el reconocimiento de que en Roma hubo también errores y escándalos forman una especie de argumento ad hominem. El toledano termina con la cita de 1 Pe 5, 13 donde Pedro, escribiendo desde Roma, envía saludos de "la iglesia de Babilonia". Ahora bien, Babilonia era el símbolo y paradigma de la ciudad prevaricadora. Para el autor del Apocalipsis era "Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra" (Ap17, 5).

Había otro error de Migecio del que nada se dice en la carta que le dirige Elipando, pero que aflora en la carta a Fidel. Es el problema de la celebración de la Pascua. Había un sistema oficial para calcular la fecha, sancionado en Nicea y recomendado por Adriano I en su primera carta a los obispos españoles (Isidoro, Etym. 6, 17.10; Codex Carolinus # 95, pp. 640-641). De los escasos datos que poseemos, sabemos que Migecio y Elipando defendían opiniones divergentes. J. F. Rivera habla del influjo judío en algunos cristianos que se negaban a ayunar en sábado. Diferían la celebración de la Pascua en ocho días si el día 14 de la luna caía en sábado, por lo que tenían esa celebración en el día 22 de la luna. Adriano I explica así el problema de la Pascua: "Si el plenilunio cae en el día 14 de la luna, en sábado, no se celebra la Pascua al otro día, domingo, es decir el día 15 de la luna, sino que dejado pasar ese día 15, dicen que los gozos de esta fiesta de Pascual deben celebrarse al otro domingo de la siguiente semana, que es el día 22 de la luna" (PL 98, 381).

En la carta a Fidel, Elipando alude al problema de la celebración de la Pascua y a los "demás errores de los migecianos”. No podemos asegurar con certeza quién obraba contra la norma oficial de Roma, pero teniendo en cuenta la devoción fanática que Migecio profesaba a la ciudad eterna, es de conjeturar que el desviacionista podría ser Elipando. Tanto más cuanto que habitualmente solía defender posturas más condescendientes con los infieles. Los migecianos, no lo olvidemos, eran los salibîn, los rígidos y estrictos a los ojos de los ocupantes árabes y sus "asociados" los judíos.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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