La distorsión de la historia de la investigación sobre Jesús (IX)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Los lectores recordarán que el sexto y último punto que identifiqué como típico de la actual periodización de las “3 Quests” afirma que no es posible emitir en la actualidad un juicio consistente acerca de lo que la investigación ha realizado. La multiplicidad de imágenes de Jesús en el presente, así como la falta de perspectiva histórica en relación a una presunta “Third Quest” comenzada hace sólo dos décadas, convertirían todo juicio en apresurado e imprudente.

Lo que los autores que mantienen esto parecen querer decir no es que no podamos afirmar cosas con ciertas garantías acerca de la figura histórica de Jesús, sino que no podemos decidir cuál de los modelos interpretativos propuestos resulta más verosímil. Al parecer, la disparidad y la apertura de la investigación actual es tal, que sería prematuro emitir tal juicio. Ahora la desconfianza atañe no a lo que puede saberse de Jesús, sino a la posibilidad de elegir entre las diferentes visiones que de él se proponen. Ahora bien, ¿está este escepticismo justificado?

De entrada, resulta extraordinariamente llamativo que, tras dos siglos y medio de investigación sobre el Jesús histórico en los que se han invertido ingentes energías, participado muchos cientos de autores y escrito miles de libros, la conclusión sea que nos hallamos en una suerte de impasse, y de que es demasiado pronto para hacer un balance. Uno se pregunta, en efecto, cuánto tiempo más hay que esperar (¿quizás a que Meier termine su magnum opus...? ¿tal vez ad calendas graecas?). Aunque la impresión que se recaba es la de que aquí hay algo que no acaba de encajar, como las impresiones no bastan expondré a continuación varios argumentos.

Repárese, ante todo, en que la aseveración señalada se ve fuertemente condicionada (si no determinada) por la aceptación del resto de los presupuestos de la periodización actual: si la investigación de los siglos XVIII y XIX está obsoleta (postulado 1), si la realizada en la primera parte del XX no ha tenido lugar o es irrelevante (post. 2), si la efectuada entre 1950 y 1980 se reduce al discipulado de Bultmann (post. 3) y además ha sido superada (post. 4 y 5), todo lo que nos queda para evaluar si existe o no un consenso acerca del Jesús histórico es lo hecho ¡en los últimos veinticinco años!. Dicho de otro modo: el último postulado de la periodización contemporánea surge de una asombrosa privación de perspectiva histórica a la Jesu-Forschung (nada menos que dos largos siglos de investigación son relegados, en la práctica, al limbo de la inutilidad). Ahora bien, habiendo sido mostrada la invalidez de todos los mencionados presupuestos, podemos concluir que la reducción del panorama relevante al presente es simplemente ilegítima. Si no se reduce de modo arbitrario el campo de la investigación a lo hecho en las últimas décadas del siglo XX, entonces –una vez multiplicada por diez la perspectiva temporal de la que se dispone– resultará perceptible la existencia de relaciones llamativas entre autores que van desde mediados del siglo XVIII hasta comienzos del XXI, y podrá constatarse que tales relaciones –repetición de patrones e ideas– resultan verdaderamente significativas.

Por otra parte, el postulado de un impasse se ve apoyado por una presentación que enfatiza la existencia de una gran multiplicidad de concepciones de Jesús. Las presentaciones actuales acostumbran a yuxtaponer títulos y autores, como si aquellas visiones fuesen irreductibles y el panorama actual un pandemónium donde apenas es posible orientarse. De modo parecido a como Agustín de Hipona atestigua a la vez la enorme variedad de las presuntas imágenes de Jesús y la ausencia de una representación auténtica, así también los actuales historiógrafos comienzan por llamar la atención sobre la diversidad de las imágenes del Jesús histórico para, a renglón seguido, concluir que la crítica carece de una imagen verosímil. Sin embargo, varias consideraciones elementales permiten apreciar que tal conclusión es apresurada. De hecho, las presentaciones habituales crean a menudo la impresión de que la multiplicidad es mayor de lo que en realidad es.

En primer lugar, se suscita la engañosa impresión de una multiplicidad irreductible señalando prácticamente como idiosincrásicas imágenes muy bien establecidas en la historia de la investigación. En efecto, la repetición de patrones se comprueba tanto en perspectiva diacrónica como en un análisis sincrónico. Así, por ejemplo, la consideración de Jesús como un “profeta escatológico” que esperó un fin inminente no es una particularidad de –por ejemplo– la obra de E. P. Sanders, sino una constante en una línea de investigación que va desde Reimarus hasta el presente. Considerar ese aspecto de la obra de Sanders como una propuesta esencialmente novedosa resulta confundente.

En segundo lugar, esa impresión de multiplicidad se incrementa en la medida en que la presentación panorámica de la investigación de la “Third Quest” acostumbra a llevarse a cabo mediante la contraposición de tipologías y categorías, oponiendo, por ejemplo, un Jesús escatológico a uno sapiencial, o un Jesús taumaturgo a uno carismático. Ahora bien, esto no es sensato, pues a menudo los autores citados como representantes de una de esas imágenes reconocen e integran en su visión los otros aspectos. Siguiendo con el ejemplo citado, E. P. Sanders no puede ser simplemente aislado como defensor de un “profeta escatológico” contrapuesto por ejemplo a un Jesús taumaturgo, carismático o maestro, pues ese autor no descuida en absoluto estos aspectos de Jesús. Resulta claro que el hecho de que la figura de Jesús tenga rasgos sapienciales no contradice su carácter profético, y esto es perfectamente compatible con su carácter de taumaturgo o de personaje cuya enseñanza tiene implicaciones políticas. Si bien hay monografías que se centran unilateralmente en ciertos aspectos –pero cuyo objetivo a veces es contrapesar críticamente la parcialidad de ciertas corrientes de investigación–,casi todos los autores serios de la “Third Quest” reconocen de la manera más natural, a menudo explícitamente, que Jesús no es reductible a un solo rasgo (lo cual es de esperar no porque sea una figura especialmente compleja, sino justamente porque fue un ser humano real y no un esquema). La historiografía que separa lo que las obras sobre Jesús unen no parece muy fiable.

En tercer lugar, las presentaciones habituales enfatizan las divergencias, pero omiten señalar las convergencias entre (al menos algunas de) las visiones existentes. Por ejemplo, si uno compara las obras de autores como G. Theissen, J. P. Meier, E. P. Sanders y G. Vermes, advertirá que, a pesar de sus diferencias, en lo relativo a cuestiones capitales como la judeidad de Jesús, el núcleo de su mensaje, sus expectativas escatológicas o su posición respecto a la Torá mantienen una imagen relativamente homogénea. Esto –se esperaría– debería ser señalado por los historiógrafos contemporáneos, porque –si aquello a lo que se aspira es a obtener una imagen lo más fiable posible del Jesús histórico– entonces lo que más interesa es la existencia de convergencias (siendo las divergencias precisamente –dada la multitud de autores, la variedad de enfoques y los intereses en juego– lo que cabe esperar); y porque tales convergencias resultan tanto más elocuentes cuanto que los autores citados son no sólo varios de los más relevantes estudiosos contemporáneos, sino también ideológicamente muy diferentes entre sí (un judío húngaro, un sacerdote católico norteamericano, un protestante alemán, y un tejano francamente liberal), por lo cual lo que mancomuna sus visiones resulta, al menos prima facie, más significativo.
Próximamente seguiré argumentando sobre este punto.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Volver arriba