La distorsión de la historia de la investigación sobre Jesús (X)

Hoy escribe Fernando Bermejo

En nuestro post anterior veíamos cómo la pretensión, mantenida hoy por no pocos exegetas metidos a historiógrafos, de que es demasiado pronto para hacer un balance sobre la historia de la investigación sobre Jesús, depende en buena parte de que las presentaciones habituales crean a menudo la impresión de que la multiplicidad de imágenes de Jesús es mayor de lo que en realidad es.

Es posible ahora examinar críticamente la idea de que es demasiado pronto para emitir un juicio consistente acerca de la investigación sobre la figura histórica de Jesús. Esta idea parece derivarse, sea de la constatación de una gran multiplicidad de visiones, sea de la consideración de que, habiendo comenzado la así (erróneamente) llamada “Third Quest” hace apenas un par de décadas, se carece de perspectiva histórica para evaluarla. Ahora bien, esta deducción parece ser incorrecta por las siguientes razones:

1) Porque, como he argumentado, ni la multiplicidad es tan desesperadamente abigarrada como se pretende, ni en el presente se carece en absoluto de perspectiva histórica. Las consideraciones efectuadas demuestran que lo que uno ha de contemplar en una mirada retrospectiva no es sólo –arbitrariamente– el último par de décadas, sino dos siglos y medio de investigación. La deducción aparentemente dictada por la prudencia está en realidad dictada por un error de apreciación.

2) Porque la multiplicidad de visiones es –repitámoslo– precisamente lo que cabe esperar, y lo que siempre habrá. Los cronistas afirman que es pronto para emitir un juicio dado que no existe un consenso en la investigación contemporánea, con lo que parecen presuponer, por una parte, que un consenso exige unanimidad (sincrónica) y, por otra, que –al menos en principio– la unanimidad es posible: el juicio queda diferido hasta que se obtenga la unanimidad (sincrónica). Ahora bien, estos presupuestos denotan –en el mejor de los casos– una pasmosa ingenuidad. En efecto, si por consenso se entiende “unanimidad (sincrónica)”, entonces un consenso jamás se obtendrá. Y ello, no –como algunos pretenden– por la trascendencia o inaprehensibilidad del objeto de estudio (Jesús como “misterio”), sino por el doble hecho de que la investigación del Jesús histórico es efectuada por una multitud de autores, y de que en ella los partis pris ideológicos son perceptibles por doquier para todo aquel que tiene oídos para oír; siendo así, aguardar unanimidad es ilusorio.

3) Porque la multiplicidad de visiones no imposibilita un juicio. Leyendo las crónicas al uso, diríase que muchos autores hubieran olvidado que la función de todo esfuerzo intelectual, inclusive la investigación sobre el Jesús histórico, es una prosecución de la verdad –o, si se prefiere, hablando de reconstrucción histórica, de la verosimilitud–. Aunque obviamente toda lectura de la figura de Jesús es –y no puede sino ser– una reconstrucción, es igualmente obvio que no toda reconstrucción es igualmente plausible. Es factible discriminar entre visiones rivales, discernir entre reconstrucciones más o menos verosímiles (o, incluso, en algunos casos, francamente inverosímiles). La más elemental responsabilidad intelectual no sólo permite sino que exige llevar a cabo el –sin duda arriesgado– ejercicio crítico que supone separar el grano de la paja, apuntando de ese modo a lo esencial. Así pues, se puede y se debe, si no desechar definitivamente, al menos sí poner en cuarentena todas aquellas visiones de Jesús en las que se constaten graves deficiencias metodológicas, que presenten problemas de rigor y consistencia interna, que adolezcan de insuficiencia explicativa o unilateralidad, que estén determinadas demasiado claramente por una tendenciosa agenda ideológica o que resulten históricamente implausibles (y, a fortiori, aquellas que estén caracterizadas por una combinación de estos rasgos). De esta manera, parecería poder restringirse de manera drástica el número de obras y visiones que merecen atención, y simplificar el panorama. Así, por poner sólo algunos ejemplos, el Jesús de Marcus J. Borg, el del Jesus Seminar o el de John D. Crossan, con su colorido más californiano que galileo, son –a la luz de los testimonios disponibles– casi enteramente increíbles, como numerosos críticos se han encargado de mostrar. Sin embargo, esto no acostumbra a ser óbice para que la mayoría de los sedicentes historiógrafos sigan yuxtaponiendo las imágenes del panorama actual como más o menos equivalentes, ad maiorem confusionis gloriam.

Tras casi doscientos cincuenta años de ardua labor sobre el Jesús histórico, uno tiene derecho a concluir que cabe emitir un juicio acerca de los resultados obtenidos, tiene derecho a exigir ese juicio a quienes presumen de conocer la investigación y tiene igualmente derecho a enarcar las cejas (como debieron de hacerlo los críticos citados en 2Pe 3, 4) cuando se le intenta convencer de que hay que seguir esperando. Llamativamente, muchos parecen estar tan complacidos aplazando una valoración de la historia de la investigación sobre Jesús como acostumbrados al retraso de la Parusía.

Próximamente extraeremos las conclusiones de los análisis efectuados a lo largo de estos últimos meses.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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