Problema del Adopcionismo



Escribe Gonzalo del Cerro

El Adopcionismo. El problema teológico

No deja de ser sorprendente que en un mundo aquejado de tantos males y atormentado por tantas pesadumbres, en una España rota por la invasión árabe, y en una Europa sacudida por guerras y ambiciones, un simple problema teológico lograra suscitar tantas pasiones. Por ello, no han faltado quienes han visto en la controversia adopcionista otras motivaciones que iban más allá de los desnudos datos de la teología. Algunos, como hemos visto en otro contexto, han pensado en la posibilidad de que los adopcionistas, guiados por Elipando, fueran una valla ideológica que frenara los ímpetus expansionistas de Carlomagno. Lo que los Pirineos significaban en el aspecto geográfico, lo representaba el Adopcionismo en lenguaje ideológico.

Si, además, tenemos en cuenta que en la mayoría de la península dominaban los musulmanes con una cultura ajena al modelo europeo cristiano, el interés en la controversia podía tener otras dimensiones expresa o tácitamente pretendidas. Algunos conceptos cristianos eran particularmente contrarios a la ideología musulmana. Dogmas como la Trinidad de personas en Dios o la divinidad de Cristo eran un escándalo para los islámicos. El Corán insiste en el rechazo a la idea cristiana de que en Dios haya alguna clase de trinidad (Sura IV 169; V 77). En consecuencia, todo lo que pudiera oscurecer esos puntos de vista era un servicio a sus principios, sobre todo, si las dificultades venían provocadas en el campo cristiano. Como veremos, se nos puede decir que ninguno de los contendientes llegó a negar esos dogmas, pero el manejo de las palabras y la sutileza de las distinciones minaba o podía minar unos fundamentos con escasas bases en la razón.

1) La Cristología ortodoxa

Las doctrinas dogmáticas de la Iglesia se han movido siempre en la actitud del "más difícil todavía". Uno de los principios básicos de toda su concepción religiosa ha sido el monoteísmo, que fue siempre claro por lo menos a partir del llamado Déutero-Isaías (Is 40-55), conjunto de capítulos compuestos en el siglo VI a. C. para los desterrados en Babilonia. Pero el monoteísmo fue fraguándose poco a poco desde la época patriarcal pasando por la de Moisés y la de otros profetas anteriores. Ese Dios único es, según el dogma, trino en personas. Es decir, en Dios hay una sola sustancia o naturaleza, pero tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Entre la sustancia y las personas, se da una distinción de razón según la Teología; pero entre las personas entre sí la distinción es real. El Padre engendra al Hijo en la eternidad, fuera del tiempo; el Hijo es engendrado por el Padre; y del Padre y del Hijo procede el Espíritu Santo. Acerca de esta doctrina trinitaria no hay divergencias entre los contendientes de la controversia adopcionista.
Sigue la teología dogmática enseñando que de las tres personas de la Trinidad, la segunda, el Hijo, se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en las entrañas de María, nació virginalmente y habitó o acampó entre nosotros (Jn 1, 14. Cf. Lc 1, 30-35 y Mt 1, 18). En el Hijo nacido de María había dos naturalezas perfectas, la divina del Verbo y la humana, pero una sola persona, la divina. Por consiguiente, el hijo nacido de María era Dios, porque María era madre de la persona. Por lo mismo, María era madre de Dios, Dei genitrix, theotókos. Y su hijo era Hijo propio y natural de Dios, como también era hijo natural de María. Todo esto tiene su razón en el concepto de persona, que es el sujeto de las acciones y en lo que los teólogos denominan la communicatio idiomatum (la comunicación de propiedades) entre las dos naturalezas de Cristo. Por esta comunicación, Cristo Jesús perdonaba los pecados, dominaba los vientos y las tempestades, resucitaba a los muertos, etc.; pero a la vez, podemos decir con toda verdad (teológica) que Dios pasó hambre, se cansó, lloró, padeció la Pasión, murió y fue enterrado. El problema empieza a presentar su aspecto más enigmático cuando se pretende conciliar la divinidad de Cristo con la idea del estricto monoteísmo.

Ésa es en resumen la cristología alrededor de la cual girará la controversia adopcionista. Pero ya hemos dicho que la ortodoxia camina por una línea sumamente sutil, un bisel a cuyos lados, casi sin solución de continuidad, camina la herejía. Una palabra, a veces una acepción, un matiz, son motivos suficientes para caer a uno u otro lado de la línea, en una palabra, para caer en la herejía. Vamos a ver cómo en todo este problema se hubieran evitado graves malentendidos suprimiendo una sola palabra o cambiando ligeramente su interpretación.

2) El enigma y la paradoja del Dios-hombre (a)

El dogma cristiano es una vivísima paradoja, como lo es la persona divina de Cristo. Si él, que era Dios, "fatigado del camino, se sentó junto a la fuente", comjo cuenta Juan evangelista (Jn 4, 6), ¿cómo conciliar ese texto con el de Isaías, cuando asegura que el Dios eterno "ni se fatiga ni se cansa"? (Is 40, 28). La teología responde que todas esas afirmaciones son reales aplicadas a Jesús en cuanto hombre. De todos modos, Dios es inmortal y muere; es todopoderoso y se fatiga; es omnisciente y tiene que preguntar para informarse; es esencialmente feliz y sufre tedio y tristeza; o con dos de los textos más utilizados por los adopcionistas, Cristo puede afirmar estas dos frases a primera vista contradictorias: "Yo y el Padre somos una sola cosa” (unum: Jn 10, 30) y "el Padre es mayor que yo" (Jn 14, 28). Esta misma reflexión es la que hacía el mozárabe Álvaro de Córdoba escribiendo a Juan de Sevilla.

Toda la controversia pretende explicar los términos de la gran paradoja que es Cristo. A Elipando, a Félix y a sus secuaces se les hace muy duro admitir que Jesús, en cuanto hombre, sea el Hijo propio y natural de Dios Padre. El mismo Basilisco, adversario del Adopcionismo reconocía que el Padre, en efecto, no había engendrado la carne de Cristo, pero había engendrado a su Hijo "de quien es la carne". Lo explica Álvaro de Córdoba en su Epistolario. Es decir, todo el problema se podría haber resuelto con esa distinción. Pero los adopcionistas no negaban que fuera Hijo de Dios. Lo que hacen es matizar la afirmación teológica para suavizar lo que suena a estridencia: Jesús verdadero hombre, Hijo natural del Padre. Cuando se echa en cara a Elipando su nestorianismo, no se hace otra cosa que juzgar sus palabras desde nuestros puntos de vista. Pero él nunca habló de dos personas o sujetos en Cristo. En el Símbolo de la fe de Elipando, lo dice con palabras claras y precisas: "Unido (adglomeratus) en una sola y misma persona de Dios y hombre".

Es digno de notarse que los contendientes nunca se tildan ni de nestorianos ni de eutiquianos. Recordemos que los nestorianos, secuaces de las tesis del Patriarca Nestorio de Constantinopla, defendían dos personas en Cristo, una divina y otra humana; María sería la madre de la persona humana. Los eutiquianos, de acuerdo con la enseñanza del archimandrita Eutiques, defendían en Cristo una sola naturaleza, la divina. Ello quiere decir que no veían el peligro por esos extremos, aunque muy bien hubieran podido preguntarse cómo conciliaban algunas de sus más radicales afirmaciones.

En el misterio del Dios-hombre, la línea divisoria entre ortodoxia y herejía era quizá más fina y frágil que en otros problemas teológicos. Si se marcaban las naturalezas, podía surgir el peligro de convertirlas en personas. Es lo que ocurrió a Nestorio, con lo que la naturaleza humana sería persona humana y María no sería Madre de Dios (theotókos) sino madre de Cristo-hombre (christotókos). Si se subrayaba demasiado la unidad de persona, el deslizamiento podía darse hacia la parte contraria. Fue el caso de Eutiques, que combatió a Nestorio con tanto entusiasmo que cayó en el monofisitismo. Tomó tan en serio y con una perspectiva tan unilateral la célebre fórmula esgrimida por san Cirilo -"una sola naturaleza del Verbo de Dios hecha carne"- que quedó aprisionado en una unión de las dos naturalezas de Cristo como una fusión (krasis) por la que la naturaleza humana quedaba absorbida por la naturaleza divina. El nestorianismo fue condenado en el concilio de Éfeso (431), donde se completó la oración del Avemaría con el "Santa María, Madre de Dios". El monofisitismo lo fue en al concilio de Calcedonia, IV de los ecuménicos (451).

G. del Cerro y J. Palacios, Epistolario de Álvaro de Córdoba.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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