La magia en el Antiguo Testamento (II)

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con este tema de los restos de magia que se percieben ene le Antiguo Testamento


Indirectamente también se deduce la abundante existencia de prácticas mágicas de las mismas sentencias del Antiguo Testamento que las prohíben. Dice Jeremías: "Vosotros, pues, no oigáis a vuestros profetas, adivinos, augures, hechiceros... porque cosa falsa os anuncian" (27,9). "Seguro que la gente os dirá" -afirma Isaías a sus discípulos, ya que era algo natural en el pueblo- "consultad a los nigromantes y a los adivinos que bisbisean y musitan... ¿es que no consulta un pueblo a los muertos por los vivos?" (8,19).

El bisbiseo pertenecería al rito de las plegarias por los difuntos. Véase Isaías 29,4: "Tu voz será como espectro de la tierra...": el bisbisear sería como un hablar misterioso. También puede entenderse el texto de otro modo: los que musitan son los adivinos recitando sus conjuros y "bisbisean" cuando a través de ellos (como mediums) los espíritus se manifiestan (cf. Virgilio, Eneida, 6,492ss), en este caso se trata de una acción que busca ayuda en los espíritus de los muertos, no pensados como posibles enemigos, sino como espíritus protectores.

Lo más importante es que, además de que existían en Israel gran cantidad de magos, nos encontramos con el hecho incontrovertible de que buena parte de la religión israelita antigua se hallaba transida de evidentes restos de prácticas y mentalidad mágicas ligadas sobre todo con el politeísmo que aún existía. Así, la religión del Israel primitivo ofrece a veces la imagen un tanto contradictoria de la creencia en un Dios soberano y libre, por un lado, y la no menos firme creencia en otros dioses y en el poder de ciertos ritos y acciones que se atraen a la divinidad a su favor de un modo casi mecánico. Porque no otra cosa es la magia, sino "obligar" a los poderes sobrenaturales a actuar en favor de quien los invoca.

Qué es lo que hacía el pueblo realmente en épocas en las que teóricamente tenía absoluta vigencia la legislación de Moisés contra la magia y sus aledaños idolátricos se desprende de un pasaje de 2 Reyes 23 que describe la reforma religiosa del rey Josías (640-609 a.C.):

"El rey ordenó a Jilquías, el segundo de los sacerdotes, y a los encargados del Umbral que sacaran del santuario de Yahvé todos los objetos que se habían hecho para Baal, para Aserá y para todo el ejército de los cielos; los quemó fuera de Jerusalén y llevó sus cenizas a Betel. Suprimió los sacerdotes paganos que pusieron los reyes de Judá y que quemaban incienso en los altos, en las ciudades de Judá y en los contornos de Jerusalén, a los que ofrecían incienso a Baal, al sol, a la luna, a los astros celestes y a todo el ejército de los cielos... derribó el santuario de los sátiros6... rompió las estelas, cortó los cipos y llenó sus emplazamientos de huesos" (vv. 4-14).


La magia, la brujería, hechicería, etc. no se definen en ninguna parte en el Antiguo Testamento, ni se dice de dónde proceden. Simplemente se aceptan como algo evidente y que existe sin más entre el pueblo. La difusión de la magia basta para indicarnos cuánto se creía en ella. Los israelitas habían recibido como herencia inevitable muchísimos ritos mágicos principalmente de cuatro fuentes:

A) del entorno del Medio Oriente próximo del que procedían, de Babilonia sobre todo;

B) del mundo egipcio, con el que habían convivido durante centurias;

C) de los pueblos cananeos que formaban el substrato de población del país que habían ido invadiendo a lo largo de generaciones,

D) y, por último, de los filisteos, o pueblos del mar, que desde el 1.200 a.C. convivían con las demás gentes en un territorio común.

Así pues, las prácticas mágicas estaban en boga en Israel, y los israelitas creían, como todos los pueblos antiguos, en la posibilidad para el hombre de actuar o influir en las fuerzas de la naturaleza, en los espíritus o en la divinidad misma por un gesto, por una palabra, o por un rito.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
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