La función reelaboradora de los profetas cristianos primitivos. El vocablo Evangelio (IX).

Hoy escribe Antonio Piñero

Para los momentos de paso de la tradición oral a la escrita que estamos considerando me parece necesario mencionar también la labor de reelaboración que de los dichos de Jesús realizaron los profetas cristianos que hablaban inspirados por el mismo espíritu del Maestro.

La tesis fundamental que quiero defender –cuya explicación me exigirá algún que otro rodeo y ciertas aclaraciones breves- es la siguiente: opino junto con muchos otors que ciertas palabras de los profetas cristianos primitivos, pronunciadas en nombre de Jesús resucitado que los inspira con su Espíritu, se introducen dentro de la tradición del Jesús terreno sin ninguna marca distintiva especial, con lo que se confunden con éstas. Por tanto, hay “palabras de Jesús” en los Evangelios que no son propiamente de éste, sino de los profetas primitivos que hablaron en su nombre. La explicación de este proceso es sencilla: Jesús vive en la comunidad; los profetas inspirados participan de su mismo Espíritu. Lo que diga un profeta inspirado es como si lo dijera Jesús.

Con otras palabras en la tradición se introducen “palabras de Jesús” que éste en verdad jamás pronunció no con la fórmula “Un profeta dijo que Jesús dijo”, sino simplemente “Jesús dijo”.

Hablar en nombre de otro porque se poseía parte del espíritu de éste era algo normal en el ambiente profético de Israel y del Oriene en general. La tradición venía desde muy antiguo y formaba parte de un universo mental en el que se consideraba que el espíritu, en concreto el divino, era de algún modo divisible y compartible. Una historia de Moisés relatada en Números 11 explicita claramente esta idea. Estaba Moisés sufriendo mucho por el descontento del pueblo cuando caminaba por el desierto, deseaba comer carne y no la había. Entonces murmuraba contra su dirigente. Moisés clamó a Dios desesperado y en oración le decía: “No puedo soportar solo a este pueblo. Me pesa demasiado” (Núm 11,14).

Entonces Yahvé halló la solución de no hacer recaer la carga de regir al pueblo sólo sobre los hombros de Moisés, sino que escogió para él 70 ancianos que le ayudasen. Pero para cumplir esta función debían de participar del espíritu que poseía Moisés. Prosigue el texto:

Yahvé respondió a Moisés: «Reúneme setenta ancianos de Israel, de los que sabes que son ancianos y escribas del pueblo. Llévalos a la Tienda del Encuentro y que estén allí contigo. Yo bajaré a hablar contigo; tomaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo” (Nm 11, 16-17).


De Elías se cuenta también en el Antiguo Testamento que dijo a su discípulo Eliseo: “‘Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de que sea apartado de ti’”, y Eliseo de dijo: ‘Que tenga yo dos partes de tu espíritu’” (2 Reyes 2,9). Elías le emplaza para un momento posterior a su marcha a los cielos porque todavía no sabe si puede garantizar la concesión del contenido de esa súplica.

Así ocurre. Cuando Elías es transportado al mundo celestial por un carro de fuego, quedó con Eliseo el manto del maestro según se cuenta un poco antes (1 Re 19,1): "Partió Elías de allí (el monte Horeb) y encontró a Eliseo, hijo de Shafat, que estaba arando. Pasó Elías y le echó su manto encima; él abandonó los bueyes...y entró a su servicio". El manto de Elías tenía propiedades milagrosas, como se demostró poco después. Al caer sobre Eliseo, cambió su mente y designios y, una vez que Elías fue asunto al cielo, pasó junto con la prenda todo el espíritu (2 Re 2,19) de Elías, junto con el poder taumatúrgico, a su discípulo Eliseo.

En tiempos del Nuevo Testamento tenemos aún un caso semejante, el de Simón, denostado como mago por los cristianos. Aun dejando aparte las posibles exageraciones de los Hechos de los apóstoles (8,18ss)- sea verdad o no que el personaje estuviera implicado en un caso de querer comprar con dinero una participación del Espíritu –en este caso relacionado probablemente también con el poder de hacer milagros: véase Hch 8,13- , lo cierto es que el texto da testimonio fehaciente de que en esos momentos todos creían en esa posibilidad de la transmisión "física" del Espíritu. Y es cierto también que al principio las comunidades cristianas no tenían cargo alguno establecido, sino que eran gobernadas por maestros y profetas.

De la existencia de profetas en el cristianismo primitivo dan testimonio los siguientes pasajes del Evangelio de Mateo: 5,12: “Alegraos y regocijaos porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros”; Mt 7,22: “Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor! ¡Señor! ¿no profetizamos en tu nombre?; Mt 10,41: “El que recibe al profeta como profeta tendrá recompensa de profeta…”; Mt 10,34: (habla Jesús como encarnación de la Sabiduría divina) “Por eso os envío yo profetas, sabios y escribas…”.

Sobre la función de los profetas (y maestros) en la vida y “organización” de los primeros cristianos, al menos los paulinos, da testimonio Rom 12,6-7: “Así todos tenemos dones diferentes, según la gracia que nos fue dada, ya sea la profecía según la medida de la fe; ya sea ministerio para servir; el que enseña en la enseñanza…”; igualmente 1 Cor 12,10 (“… a otro [dios le otorga] profecía…) y Ef 4,11 para momentos posteriores: “Y Él constituyó a unos apóstoles, a otros, profetas…”.

Los trances y rasgos extáticos de los profetas cristianos parecen claramente en 1 Cor 12 y 14 de modo que, según el mismo Pablo, vistas desde fuera una reunión de cristianos celebrando exaltadamente sus oficios litúrgicos podría ofrecer la impresión de que los fieles estaban fuera de sí o ebrios. En Hch 11,27 o Ap 10,11 podemos ver a ciertos profetas cristianos en acción (Ágabo vaticinando una hambruna; el vidente que recibe la orden “Es preciso que de nuevo profetices a los pueblos, a las naciones, a las lenguas y a los reyes numerosos…”).

Según Hch 13,1, la tarea de los profetas no se distingue demasiado de los maestros: “Había en la iglesia de Antioquía profetas y doctores…”. No aparece en el Nuevo Testamento la tensión, muy propia del Antiguo Testamento, entre los profetas cristianos y el resto del pueblo fiel; la misión de los profetas es también impartir enseñanza “para que todos aprendan y se animen por la exhortación” (1 Cor 14,31). Por ello corresponde también a este grupo ilustrar a la comunidad en los puntos difíciles y actualizar las enseñanzas de Jesús.

Seguiremos el día próximo con las consecuencias que, del estado de cosas que se derivan de estos textos, podemos extraer para el tema de la reelaboración de los dichos de Jesús.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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