El Adopcionismo. La controversia en los textos (II)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

III. Carta a Fidel

El tercero de los documentos editados por J. Gil es la Carta al Abad Fidel, una carta claramente incompleta que no tiene ni saludos ni despedidas. Empieza con un simple "Elipando dice", y termina con un finit ("fin"), que no es el remate de una larga oración, sino de un deseo de que el espíritu mendaz que habla en el Anticristo "nos haga solícitos". Conocemos la fecha de la carta por el tratado de Eterio y Beato. Elipando la escribió "en el mes de octubre de la era 823", o sea, en octubre del 785. De ella tuvieron noticia directa Beato y Eterio un mes después con motivo de la profesión religiosa de la reina Adosinda, viuda del rey Silo, el 26 de noviembre. Conmovidos profundamente por la autoridad del Primado y porque la carta había recorrido los rincones de Asturias ganando adeptos para su causa, Eterio y Beato compusieron su Tratado Apologético.

El principio de lo conservado de la carta es parecido a los cánones de anatema de los concilios, aunque la forma es distinta. En lugar del si quis ("si alguien"), utiliza Elipando otra fórmula: Qui non fuerit confessus ("el que no confesare"). Pero el contenido completo viene a ser equivalente a una condena conciliar. Ésta es la frase inicial: "El que no confesare que Jesucristo es adoptivo por la humanidad y de ningún modo adoptivo por la divinidad, es hereje y debe ser exterminado" (J. Gil, CSM, pág. 80). Elipando, pues, se arroga la autoridad equivalente a la de un concilio, y el exterminetur ("debe ser exterminado") con que culmina la frase, viene a ser similar y paralelo al anathema sit de las fórmulas conciliares. No obstante, no se tiene noticia de reunión conciliar que preconizara esta correspondencia, ni la frase es un anatema salido de un concilio.

A continuación, habla Elipando de la carta escrita por el obispo Ascarico y que remite a Fidel. Este Ascarico de quien tenemos poquísimas noticias, aparece en la Institución Universal del papa Adriano I, y es tachado de adopcionista al lado de Elipando (Denzinger 299). Como era de esperar, es presentado con perfiles muy positivos en la carta del toledano, que destaca la humildad de los siervos de Cristo, como Ascarico, frente a la soberbia de los discípulos del Anticristo, Beato y Eterio. Ascarico había consultado, al parecer, a Elipando acerca de la doctrina correcta con actitud humilde de discípulo deseoso de aprender, actitud diametralmente opuesta a la de Beato y Eterio. La independencia de éstos y su libertad de juicio herían el amor propio del altivo Primado. Le duele al arzobispo que los asturianos pretendan darle lecciones, pero confiesa que si hubieran dicho la verdad, hubiera obedecido. De todos modos protesta enérgicamente de que unos simples liebanenses quieran enseñar a los toledanos, cuya sede nunca se vio mancillada por doctrinas heterodoxas. Elipando encomienda a Fidel el cuidado y la instrucción del joven obispo de Osma, que ha tenido como maestros a los herejes y cismáticos Félix y Beato. Menciona los errores de Bonoso y Beato: ambos propalan herejías similares. Para Bonoso, Cristo no era hijo natural del Padre ni de María, sino que era hijo adoptivo de María. Para Beato, Cristo era hijo natural del Padre, pero no era hijo adoptivo como hombre nacido de su madre en el tiempo. Elipando ruega encarecidamente a Fidel que arranque de Asturias la "herejía beatiana" como antes fue arrancada de la Bética la "herejía Migeciana".

El convencimiento que tiene Elipando de la capacidad de Fidel y la misión que le encomienda nos hace pensar en un personaje de gran cartel en las tierras astures. Abad con suficiente autoridad como para poder influir doctrinalmente en Beato y Eterio, no nos extrañaría que fuera del mismo monasterio donde era monje Beato y donde Eterio se había refugiado huyendo del avance musulmán. J. F. Rivera cree más bien que sería abad de un monasterio distinto del de Beato (Adopcionismo... 1980, pág. 40).

IV. Carta a los obispos de Francia

Es posiblemente el documento más importante entre los escritos de Elipando. Sabiendo que fuera de las fronteras españolas habían surgido opositores a sus tesis, hace una especie de manifiesto de la doctrina adopcionista tratando de confirmarla con textos de la Escritura, de los Santos Padres y de la Liturgia toledana. Lanza así al viento de la Historia y de la Teología lo que consideraba la visión ortodoxa del misterio de la Encarnación. Y lo hace con particular solemnidad dirigiéndose a los obispos y sacerdotes de "la Galia, Aquitania y Austrasia", o sea, a todo el imperio carolingio, de parte de "nosotros, indignos y exiguos prelados de España y los demás fieles de Cristo". Olvida que en España también hay adversarios del Adopcionismo y no sólo en las regiones septentrionales sino también en la misma Bética.

Tal es el caso de los "ortodoxos" Teudula y Basilisco. De ambos habla Álvaro de Córdoba en su Epistolario, IV 27-28. Teudula negaba abiertamente que la carne de Cristo fuera adoptiva del Padre. Basilisco, según el testimonio de Álvaro, decía a Elipando: "Alguien argumenta: Dios Padre no engendró la carne. Yo confieso también que no engendró la carne, sino que engendró al Hijo de quien es la carne" pág. 71). Esta distinción aclara muchos aspectos de la controversia. Pero Elipando convierte su doctrina en la "oficial" de la Iglesia española. Y lo hace, entre otros recursos, con el uso de la fórmula "confesamos y creemos" o "creemos y confesamos" (J. Gil, CSM, págs. 82. 84. 89).

El principio de la carta indica que el talante de Elipando es de honda preocupación y que el toledano se encuentra en un estado de ánimo alterado. Beato de Liébana es el centro de sus primeros ataques, realmente furibundos. Lo que ya dijera en la carta al abad Fidel vuelve a su pluma con renovado furor. La enseñanza de Beato es una "lúgubre y funesta opinión", "un discurso viperino sobre una doctrina dogmática, pestífera y sulfurosa del antifrásico Beato, nefando presbítero astur, pseudo-cristo y pseudo-profeta" (J. Gil, o. c., pág. 82). La razón que el toledano aduce para justificar el ex abrupto no puede ser más clara ni más sincera: "Porque asegura (Beato) que nunca se dio la adopción de la carne en el Hijo de Dios según la humana servidumbre, ni recibió de la Virgen una forma humana visible" (J. Gil, pág. 82). Nótese cómo Elipando atribuye a Beato enseñanzas ajenas a las creencias del monje liebanense.

El tono de la polémica y la tendencia de Elipando a la exageración le hacen extralimitarse en sus afirmaciones. Ante todo, como sucede en otros pasajes de la controversia, se ha convertido la assumptio carnis ("asunción de la carne") en adoptio carnis ("adopción de la carne"). Aparece la fatídica palabra "adopción" que no tendría nada de heterodoxa si se la interpretara como equivalente a assumptio. El símbolo del Concilio Toledano XI afirma en el apartado sobre la Encarrnación que la persona del Hijo, sola, hominem uerum de sancta et immaculata Maria Uirgine credimus assumpsisse ("creemos que asumió un hombre verdadero de la santa e inmaculada Virgen María"). Cf. Denzinger, 282. Que Elipando la entiende así aparece claro en la exagerada consecuencia de la primera de estas dos últimas frases. Como no se dio, según Beato, la "adopción de la carne", tampoco recibió Cristo de la Virgen una forma humana visible. Pero ésta es una afirmación que va mucho más allá de la letra y el espíritu de Beato. El sentido directo de la interpretación de Elipando es que su adversario no admitía la naturaleza humana en Cristo, lo que situaría a Beato y sus secuaces en la órbita herética del monofisitismo. Es, no obstante, curioso que en el debate personal entre Beato y Elipando, ni el de Liébana tildó a Elipando de nestoriano, ni éste tachó a Beato de monofisita. Sin embargo, las premisas estaban puestas, como podemos ver por la literalidad del texto.

Pero sigue la primera de las tres fórmulas "confesamos y creemos" para expresar la fe en la divinidad de Cristo: "Dios, el Hijo de Dios, fue engendrado por el Padre sin principio antes de todos los siglos, coeterno, semejante a él, consustancial, no por adopción, sino por generación, no por gracia, sino por naturaleza". (J. Gil, CSM, pág. 82). Confirma esta confesión con la cita de Jn 10, 30: "Yo y el Padre somos una misma cosa". Un nuevo "confesamos y creemos" enseña que Cristo hombre, nacido de mujer, "no es hijo de Dios por generación, sino por adopción, y no lo es por naturaleza sino por gracia (J. Gil, pág. 82). Ésta será poco menos que la fórmula de fe del Adopcionismo: Cristo, en cuanto hombre, es hijo de Dios por adopción y gracia, no por naturaleza y generación. Recurre al consabido texto de Jn 14, 28: "El Padre es mayor que yo". Tenemos, pues, en todo este contexto la proclamación de una doctrina que es nuclear en la controversia adopcionista.

El párrafo segundo de la carta empieza nuevamente con la fórmula "creemos y confesamos", y expresa prácticamente la misma opinión con parecidas palabras: "Dios, el Hijo de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, unigénito del Padre sin adopción, pero primogénito al final de los tiempos, tomó de la Virgen un hombre verdadero en la adopción de la carne, y es unigénito por naturaleza, y primogénito por adopción y gracia" (J. Gil, CSM, pág. 84). La palabra básica es la "adopción", usada con dos sentidos diferentes. La "adopción de la carne" podría equivaler, como en otros pasajes, a la "asunción de la carne" (assumptio carnis), que cabría perfectamente dentro de los delicados moldes de la ortodoxia. Pero cuando alude ya al carácter de "primogénito por adopción", estamos ya en el terreno de la herejía. El texto nos ofrece también la oposición teológica entre "unigénito" y "primogénito". Cristo como Dios es "unigénito (de Padre) por naturaleza"; en cuanto hombre, es "primogénito" por adopción. Como no podía ser de otra manera, Elipando busca apoyos para cimentar su tesis en el texto de Rom 8, 29: "Dios predestinó a los llamados para ser conformes a la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos". La argumentación es clara y tiene indudable valor probativo, por lo menos, según el parecer de los adopcionistas. Cristo es el primogénito de muchos hermanos. Pero si los demás hermanos son adoptivos, lo debe ser igualmente el primogénito. En la misma línea se mueve su argumento a partir de 1 Jn 3, 2: Cuando aparezca Cristo, seremos semejantes a él; pero como no podemos serlo en la esfera de la divinidad, lo seremos "en la adopción de la carne". Y volvemos a los caminos dialécticos de Elipando. Nuestra semejanza con Cristo exige una cierta identidad. La diferencia es solamente de grado, no de esencia. La coincidencia que funda y justifica esa semejanza es nuestro carácter de hijos adoptivos de Dios.

G. del Cerro y J. Palacios, Epistolario de Álvaro de Córdoba, Córdoba, 1997.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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