La fe en la resurrección: convicción "mayéutica", no salto ciego. Réplica de Andrés Torres Queiruga

André Torres Queiruga me envía esta réplica a mi reseña sobre su libro Repensar la resurrección. Agradezco su envío y con gusto le cedo el espacio de hoy. Saludos de A.P.

Antonio Piñero ha dedicado tres amplias secciones de su excelente blog a exponer y criticar, con simpatía y a la vez con claridad crítica, mi libro sobre la resurrección. Aparte de hecha con su reconocida competencia, no es corriente encontrar una crítica tan fundada en la lectura cuidadosa y detallada de una obra que, por lo menos en cuanto a su amplitud, requiere tiempo y esfuerzo.

Mi agradecimiento es, pues, lo primero. Y no ya sólo por cortesía y por amistad —breve ha sido hasta ahora el encuentro, por desgracia—, sino por elemental justicia, es normal que yo trate de contestar con idéntica cordialidad, aceptando un diálogo que a todos nos puede ayudar. De hecho, mi segundo y fundamental motivo de agradecimiento es la ocasión que me ofrece de aclarar unos puntos que creo decisivos y que, por lo que se ve, no he logrado aclarar debidamente.

1. El núcleo del disenso está, a todas luces, en el concepto de revelación. En el primer tramo de su exposición reconoce Piñero que apoyo mi propuesta en “un cambio del concepto de la revelación divina al ser humano”. Esta no consiste en “un dictado mecánico de una suerte de paquete ideológico de verdades que se han de creer sin más cuestión”. Pero el espacio no le ha permitido continuar con la exposición de lo que, hecha esa deconstrucción, entiendo de modo positivo por revelación. Tampoco puedo hacerlo yo aquí, y debo remitir al libro. Pero quiero insistir en el punto que decide el eje central de la crítica. Me refiero al concepto de revelación como mayéutica histórica.

Toda la objeción de Piñero se basa en el siguiente razonamiento. Yo creo en la resurrección por el testimonio de la Biblia. Pero al mismo tiempo anulo ese testimonio al someter su letra a “una crítica demoledora”, privándolo así de “toda credibilidad histórica”. Entonces resulta ilógico pensar que “debo sin embargo creer en la realidad de la resurrección de Jesús”.
He de conceder que la argumentación resulta contundente..., pero si y sólo si esa fuese mi propuesta. Es decir, si —según aclaro expresamente en mi libro— concibiese la revelación como un “creer algo porque Isaías me dice que Dios se lo ha dicho a él, pero a mí no me dice nada”. Para el caso: si creyese en la resurrección porque Dios se lo ha revelado a la primera comunidad, pero a mí no me ha revelado nada al respecto. Sería un revelación meramente autoritaria y, como dice Pannenberg, un auténtico asylum ignoratiae.

2. Pero toda mi ya larga elaboración de la “mayéutica histórica” va dirigida justamente a superar esa idea. La revelación no es un “dictado” milagroso que Dios hace a determinadas personas y sólo a ellas. Amando a todos con idéntico amor, por su parte Dios trata de que todos y todas lo descubramos. Pero siendo infinito y trascendente, no es posible una manifestación directa; no porque Dios “no pueda” y, menos, porque “no quiera” revelársenos claramente, sino porque nosotros no tenemos órganos para captarlo (tampoco un padre sabio y cariños “podría” “podemos” explicarle este artículo a su bebé de seis meses...).

Por suerte, hay una posibilidad: la manifestación indirecta, gracias a la presencia viva de Dios en la realidad. Realidad que Él está creando y sustentando con todo amor y que por tanto de algún modo lo manifiesta, lo “revela”: es su “palabra”. Pero si ya resulta tan difícil entender lo que un artista nos manifiesta en sus “creaciones”, estando como están tanto su persona como su obra a nuestro nivel..., ya se comprende lo dificilísimo que inevitablemente tiene que resultar comprender lo que Dios nos está manifestando en la creación (en el mundo, en la historia, en nuestro propio ser). Por eso muchos ni siquiera llegan a descubrir su existencia y piensan que los que creemos haberla descubierto, sólo nos lo imaginamos. Y por eso es tan compleja la historia de la religiones y de la revelación, llena a la vez de equivocaciones horrorosas y de descubrimientos maravillosos. Por eso, finalmente, en la aceptación o el rechazo entra el compromiso integral de cada persona.

Las revelaciones concretas no son milagros psicológicos o manifestaciones espectaculares (aunque así se cuente a menudo en narraciones que vienen de otras culturas). Acontecen cuando, en una realidad o circunstancia determinada, alguien acierta a ver, “cayendo en la cuenta” de lo que Dios está tratando de manifestarnos: “El Señor estaba aquí, y yo no lo sabía”, exclamó Jacob a despertar del sueño.

Para explicarlo, me gusta poner el ejemplo de Moisés (tal como, desde el estudio crítico de los textos, nos es dado pensar que pasaron las cosas). No es que una voz celestial le transmitiese un mensaje mediante una formulación verbal hecha y derecha. Lo que sucedió fue que supo interpretar como un modo de manifestación divina la rebeldía que lo más auténtico de su ser experimentaba contra la injusta opresión del faraón. Es decir, dado que nuestro ser, en su verdad más auténtica y profunda, es como es porque Dios así lo está creando e impulsando para su mejor realización, Moisés acierta cuando interpreta su rebeldía como manifestación de que Dios no quiere la opresión de unos sobre otros. Por eso no miente al afirmar que Dios se lo ha “revelado”. Más bien, eso demuestra su genialidad religiosa: en eso consiste su “inspiración”. (Entiéndase bien: no pretendo que, en su cultura, Moisés pensase claramente todo esto, sino que así es como nosotros tratamos de pensar en al nuestra cultura lo mismo que el vivió en la suya).

3. Pero Dios no estaba sólo con Moisés, sino con todos sus compañeros, igualmente oprimidos: también a ellos, en su propia experiencia de injusticia, estaba tratando de revelarles lo mismo. Sin embargo, ya se sabe: como sucede en todos los campos del conocer, la realidad está ahí para todos, pero no todos son igualmente lúcidos para captar su significado. No todos los físicos son Newton, ni todos los poetas Rosalía de Castro. La suerte para todos es que cuando el genio lo descubre y lo publica, también los demás pueden verlo. Todos los físicos veían caer manzanas, y sólo Newton supo descubrir ahí la ley de la gravedad; pero cuando lo dijo, el descubrimiento resultó accesible para todos. Es lo del “huevo de Colón”: ¡pero cómo no lo habíamos visto antes!

Y este es el punto a donde quiero llegar. Se trata de un proceso mayéutico. Como se sabe, el concepto lo acuñó Sócrates, diciendo que él tenía el mismo oficio que su madre, que era maia, comadrona. La comadrona no mete al niño en el seno de la madre, sino que le ayuda a darlo a luz. Tampoco él —afirmaba Sócrates— metía las ideas en las cabezas de los demás. Lo que hacía con sus palabras era ayudarles a que ellos sacasen lo que llevaban dentro, a que diesen a luz sus propias ideas.

Fijémonos bien en esta estructura mental: los físicos descubrieron la gravedad gracias a Newton. Pero, en definitiva, no la aceptan porque lo dijo Newton, sino porque sus palabras les ayudan a verla por sí mismos, pues, en sí misma, la gravedad está mostrándose a todos igual que a Newton.

Pues bien, aunque sea más oscuro y difícil (también es más fácil ver la gravedad que la teoría de las cuerdas), esto mismo es lo que sucede con la revelación. El gran filósofo judío Franz Rosenzweig dijo que “la Biblia y el corazón dicen la misma cosa, y por eso la Biblia es revelación”. En efecto, yo no creo en la resurrección sólo porque me lo ha dicho la primera comunidad, sino porque ella me ha hecho y me hace de partera para comprender por mí mismo que la resurrección está inscrita en el modo de ser la realidad humana. Mi fe en la resurrección no es una claridad deslumbrante (nada profundamente humano lo es), pero no es un salto ciego: se apoya en razones que creo muy serias y, aunque oscuras, suficientemente sólidas y convincentes. (Aunque, naturalmente, comprendo y respeto que otros no lo vean así: también esto sucede con todas las grandes convicciones con que cada uno va configurando el sentido de su vida).

En todo caso, igual que hacemos en filosofía con todos los grandes textos del pasado, lo que intento es recuperar a través de una hermenéutica que traspasa la letra de los testimonios, las razones en que se apoya la fe en la resurrección. Son razones que están presentes para todos, en todas partes y en todos los tiempos. La primera comunidad, ya aleccionada también por su tradición, las descubrió en circunstancias especialmente vivas y dramáticas, gracias sobre todo al destino de Jesús, que también, igual que sus discípulos, creía ya en la resurrección.

Pero —también en este caso— en Jesús la comunidad descubrió algo que estaba ahí para todos: que la vida humana es tal que de algún modo nos está manifestando que el Dios que es fiel y que nos crea y sustenta con todo su amor, no abandona nuestra vida a la aniquilación por la muerte. Antes de Jesús y de la primera comunidad, ya habían logrado descubrirlo —por cierto, sin tumbas vacías ni apariciones— otros en otras circunstancias: por ejemplo, los Macabeos en la Biblia y Zaratustra fuera de la Biblia. Y, en definitiva, como indico en el subtítulo de mi libro, lo han descubierto de algún modo todas las religiones, que por eso piensan que la vida no acaba en la tumba. Esa es la matriz común que el destino de Jesús ayudó a descubrir y comprender con una claridad y plenitud antes no lograda: esa es “la diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y la cultura”.

Lo dicho es cruelmente breve para un tema tan difícil. Pero esto no es el libro, sino sólo una insinuación de algo de lo fundamental que el libro intenta explicar. Es normal que no todos puedan o quieran aceptarlo: ¿que propuesta acerca de temas profundos es aceptada unánimemente? Sé además que rompe muchos esquemas heredados, y que incluso a personas creyentes puede parecerle desacertado. Es el precio de la limitación humana. Por eso es tan necesario el diálogo abierto y respetuoso, para aclarar las ideas y ayudar —mayéuticamente— a que cada uno vaya encontrando la convicción que más verdadera le parezca.

Postdata a propósito del mal

De refilón, Piñero ha tocado el tema del mal. Y mi visión al respecto le ha parecido “quizá sea demasiado simplista”. Agradezco la cautela del “quizá”, que, una vez más, indica al pensador responsable. He meditado y escrito mucho sobre el tema. Espero que, acéptese o no mi visión, se comprenda que no es simplista. En todo caso, jamás he escrito que la creación no podría haber “sido de otra manera”. Dije, y repito, que, siendo finita, tendrá también males. No sabemos como serían en un mundo diferente al nuestro. Serían seguramente distintos, pero serían males. Piénsese simplemente en esto: la diferencia entre nosotros y los paleolíticos más antiguos es astronómica. ¿Estamos sin males? Muchos preguntarían incluso: ¿somos más felices?

Agradezco la cita de Bertrand Russell. Russel era muy inteligente y muy sabio, y ha escrito cosas que debieran hacer pensar mucho a muchos creyentes. Pero, con perdón, en materia religiosa también dijo algunas tonterías. También las dicen los sabios. Esta ya la había escrito nuestro Alfonso el idem. ¡Dios nos libre de un mundo que hubiesen proyectado ellos! Justamente en estos momentos trabajo en una monografía sobre el mal. A ver si logro explicarme mejor.

Saludos, Andrés Torres Queiruga
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