La traducción llamada "Vulgata" (1). Las versiones latinas de la Biblia (VI)

Hoy escribe Antonio Piñero

La versión latina por excelencia, la que ha marcado profundísimamente el pensamiento teológico y literario-artístico de Occidente ha sido, sin duda alguna, la revisión comenzada por san Jerónimo, denominada Vulgata (participio pasivo del verbo vulgo, con el significado de “habitual”, “común”, la (más) “divulgada”).

Como dijimos en una postal anterior, en varios lugares y tiempos, diversos traductores –muy probablemente-, con más o menos fortuna, emprendieron la tarea de traducir al latín las Escrituras. El resultado fue un cierto caos, pues apenas se encontraban dos manuscritos coincidentes entre sí. Tot sunt exemplaria paene quot codices ("Hay tantas formas de texto cuantos manuscritos"), escribiría san Jerónimo en el Prefacio a su revisión de los cuatro Evangelios. El papa san Dámaso (366-286) pretendió poner remedio a esta situación lamentable y encargó a un erudito de su confianza, llamado Sofronio Eusebio Jerónimo, más tarde Jerónimo a secas o san Jerónimo, la tarea remediarla.


Jerónimo nació en Stridón, entre Panonia (sur de Hungría) y Dalmacia (norte de la antigua Yugoeslavia), probablemente hacia el 346 o 347. Era hijo de padres cristianos de clase media acomodada y tuvo la fortuna de que sus padres se ocuparan de darle en Roma educación en gramática, retórica y artes literarias. Aprendió griego cuando era ya mayorcito, hacia los 25 años, y un poco más tarde se inició en el hebreo, en su retiro monástico de Belén, de la mano de un rabino palestino que le impartía clases nocturnas por miedo a sus connacionales.

Hacia el 382, el papa Dámaso invitó a Jerónimo a Roma para que actuara como su consejero en un sínodo episcopal. El papa se admiró de su educación, cultura y competencia en materias bíblicas y lo nombró su secretario (Epistola 108,6; 122,10). Poco más tarde se le ocurrió al Papa que el mismo personaje podría encargarse de la producción de un texto uniforme y fiable de toda la Biblia latina que acabara con el caos reinante. No era preciso realizar una versión nueva -le dijo-, sino revisar los textos previamente existentes, algunos muy antiguos, utilizando los originales hebreo y griego como base y acomodándolas a ellos.

El encargo significaba para Jerónimo aceptar que las iras de muchos iban a caer sobre su persona, puesto que las gentes, cada una en su localidad, se habían acostumbrado a un cierto tipo de texto y no deseaban ningún tipo de novedades.

Cuenta san Agustín (Epistola 71) que en una ciudad del norte de África, en una cierta ocasión, cuando el público devoto oyó que Jonás se había tumbado a descansar bajo una "hiedra" (hedera, en latín) en vez de bajo una cucurbitácea (cucurbita), como estaban acostumbrados a escuchar, se produjo un tumulto tremendo y muchos abandonaron la iglesia airados.

La religión se vivía, pues, con mucha intensidad.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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