“Vecino de Nazaret”. El Jesús de Pagola (79-05)

Hoy escribe Antonio Piñero

Nuestro autor, en este capítulo, no omite el problema teológico general de los “evangelios de la infancia” (Mt 1-2; Lc 1-2). Sostiene Pagola, no en el cuerpo del texto, sino en nota a pie de página, que los procedimientos utilizados por los evangelistas en estos cuatro capítulos

Más que relatos de carácter biográfico son composiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Cristo resucitado… un midrás hagádico que describe el nacimiento de Jesús a la luz de hechos, personajes o textos del Antiguo Testamento.


Añade también que no fueron redactados para informar sobre los hechos ocurridos (probablemente se sabía poco) sino para proclamar la Buena Noticia de que Jesús era el mesías davídico esperado en Israel y el hijo de Dios venido a la tierra para salvar la humanidad.

Del nacimiento de Jesús en Belén –según Mateo y Lucas-, afirma Pagola también en una nota, ue “Jesús nació probablemente en Nazaret” y que ambos autores lo sitúan, por el contario en Belén, por motivos teológicos…

Al respecto pienso que relegar a una nota el problema crucial de la credibilidad histórica de los “evangelios de la infancia” no me parece correcto. A este respecto observaría:

Conociendo la mentalidad general de los evangelistas como autores dentro de la atmósfera intelectual del siglo I, es muy poco probable, quizá inverosímil, atribuirles “que no pretendían informar de los hechos ocurridos”. Esta proposición es muy improbable, aunque se repita continuamente en escritos confesionales.

Me parece más honesto reconocer que los autores evangélicos se equivocaron en la aceptación indiscrimada y en el uso de sus fuentes, que no tenían –como la inmensa mayoría de sus contemporáneos- una mentalidad crítica y que creyeron a pies juntillas en las leyendas que sobre el héroes del relato, Jesús, se iban formando entre los cristianos para suplir las lagunas de información sobre la infancia de aquél. Por tanto, estaban totalmente convencidos de que transmitían a sus lectores hechos que habían sucedido así en realidad, pero se equivocaron confiando en datos que la crítica de hoy no puede aceptar.

Sería entonces muy honesto también formularse que esta aceptación de lo que muy posiblemente ha ocurrido con estos cuatro capítulos de la "Infancia" plantee varios problemas teológicos: habrá que formular de otro modo el concepto de inerrancia de las Escrituras (la Biblia no puede equivocarse) y habrá que reformularse –como hizo Torres Queiruga- el concepto de revelación y de inspiración. Esa reformulación hace tambalear un tanto la fe de algunos, pero es necesaria.

Como lector de Pagola yo mismo, que en otra faceta estoy en contacto con las preocupaciones de las gentes a través de las preguntas que se formulan en conferencias o programas de radio, diría que también me parece un tanto opaco reducir a una simple nota a pie de página la cuestión de los “hermanos de sangre, o no, de Jesús”. Para muchos creyentes sencillos, este tema viene a ser como una piedra de toque sobre de la disposición de la Iglesia a tratar, u ocultar, temas vidriosos. Algunos me suelen preguntar sobre el asunto si Jesús tuvo o no hermanos reales, esperando algo así como “dígame por fin la verdad”.

Pagola afirma (p. 43, n. 11):

Desde un punto de vista puramente filológico e histórico, la postura más común de los expertos es que se trata de verdaderos hermanos y hermanas de Jesús. J. P. Meier, tal vez el investigador católico de mayor prestigio en estos momentos, después de un estudio exhaustivo concluye que la ‘opinión más probable es que los hermanos y hermanas de Jesús lo fueran realmente’.


Me parece valiente por parte de Pagola admitirlo –aunque quede relegada de nuevo a nota- y opino que se acomoda totalmente a la realidad histórica. Aquí insistiría en lo que he manifestado otras veces: creo que a la Iglesia antigua no le preocupó en absoluto la virginidad perpetua de María. A una parte de ella (a menos las comunidades que están detrás de los evangelistas Marcos y Juan) diría que ni la virginidad en sí –no traen ningún relato de la concepción virginal-, puesto que la divinidad de Jesús se probaba por otros derroteros. En Marcos, por adopción divina; en Juan, por su concepto de que en Jesús se ha encarnado el Verbo divino preexistente desde toda la eternidad.

Lo que de veras interesaba a la Iglesia primitiva hasta el siglo IV fue que la concepción de Jesús fuera divina, distinta de la de los demás mortales y concorde con su dignidad. Por ello Mateo y Lucas defienden la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. Y pienso, con otros, que una vez cumplido el objetivo, lo que hiciera María después con su matrimonio no les importaba en realidad nada, salvo algunos pequeños grupos, representados por queines estuvieren detrás del "Protoevangelio de Santiago" y la denominada "Ascensión de Isaías".

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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