Sobre los hermanos de Jesús (5) Apoyos a la argumentación de san Jerónimo a partir de otros textos (79-05-F)

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos analizando la versión española de Mt 1,25.

Para fundamentar la opinión aportan estos intérpretes algunos casos de la misma traducción griega del Antiguo Testamento, los Setenta, por ejemplo Génesis 8,7; 28,15, etc. -que rogamos consulten los lectores- y otros ejemplos del arameo. Aquí nos basta con un ejemplo:

Y soltó al cuervo, el cual estuvo saliendo y retornando hasta que se secaron las aguas sobre la tierra.


Hemos defendido ya que -tratándose del Nuevo Testamento- estamos ante un claro forzamiento de la lengua griega en pro de una hábil traducción que sustenta una opinión dogmática predeterminada. También hemos argumentado ya que el actuial texto del Evangelio de Mateo no es una traducción del hebreo y del arameo y que tampoco está pensado en alguna de esas lenguas, como sí ocurre, por ejemplo, con el Apocalipsis que redactado en griego está pensado a veces en hebreo (ejemplo clásico: el número de la Bestia, 666, de 13,18, que sólo se entiende a partir de un juego de "gematría" [significado de las consonantes de una palabra según el valor que esas consonantes tienen utilizadas no como letras, sino como números] en hebreo, no en griego).

Prácticamente nunca –no queda excluido en absoluto- en griego antiguo tiene el “hasta que” (heos hou) ese sentido “precisivo”. La intelección natural del texto de Mt 1,25 -José tuvo relaciones con María después del nacimiento prodigioso de Jesús- parece la espontánea y normal, precisamente considerando los otros textos evangélicos que mencionan a los hermanos de Jesús y con qué sencillez hablan de ellos. Se trata, por nuestra parte, de un argu,mento acumulativo, que se une a los anteriores.

El segundo pasaje en cuestión es también bastante conocido:

“Y María dio a luz a su hijo primogénito y lo envolvió en pañales” (Lc 2,7)
.

De nuevo argumentan los intérpretes que defienden la virginidad perpetua de María que, en griego teñido de hebreo o arameo, “primogénito” no significa lo que suena de modo espontáneo, sino simplemente el “primer hijo”, sin indicar luego si hubo otros más o no. Aparte de textos de la Biblia traducida al griego (Ex 13,2; Núm 3,12), se trae siempre a colación una inscripción funeraria griega (siglo V a.C.), de una joven judía que da a luz a su hijo “primogénito” y luego murió. No pudo, pues, tener más descendencia.

Ciertamente, este argumento sobre el uso judío de “primogénito” tiene también cierta fuerza filológica, al igual que tampoco hemos negado la posibilidad teórica de que “hermano” pueda significar en griego bíblico “primo” o “pariente”. A la vez, sin embargo, acabamos de sostener que una cosa es un “griego de traducción” (muy semítico) y otra unos evangelios compuestos directamente en griego y para lectores griegos a quienes se induciría a error invencible empleando siempre “hermanos” en lugar de “primos” o “primogénito” cuando en realidad sólo tuvo un hijo. Así pues, en el caso concreto del ejemplo lucano de 2,7, el razonamiento pierde casi toda su fuerza.

De todos modos quizás sea razonable para quien defienda que los hermanos de Jesús son tales en pleno sentido apoyarse sobre todo en el argumento siguiente: la razón más importante para sostener una intelección normal de la expresión “hermanos de Jesús” en el Nuevo Testamento es la actitud de la Iglesia antigua en esta cuestión. Así lo hemos visto antes al mencionar a Tertuliano, Hegesipo y las reservas sinceras de Orígenes. Esta posición descarta sólo, por tanto, la creencia en la virginidad de María tras el parto, pero no la anterior, la concepción virginal, de la que ahora no estamos discutiendo, que aparece clarísima en los primeros capítulos de los evangelios de Mateo y Lucas.

A la Iglesia más temprana, la de los primeros tiempos, como conjunto no se le ocurrió lo de la virginidad perpetua de María, ni tenía especial interés en defenderla. Lo que de verdad le importaba era recalcar que el salvador del mundo, Jesús, había tenido un nacimiento portentoso, divino, extraordinario, al igual que otros grandes personajes del pasado, Alejandro Magno, Platón, Pitágoras, etc., como dijimos. Jesús no era menos que ellos.

Sólo esta falta de interés de la iglesia antigua por la virginidad total de María explica la existencia de un hecho sorprendente, el nacimiento de la leyenda de que Jesús tuvo un hermano gemelo: Judas Tomás Dídimo, atestiguada sobre todo en los Hechos apócrifos de Tomás (al principio del Hecho Primero; véase la edición, en la BAC, de Piñero-del Cerro), en los que este personaje, idéntico a Jesús en el físico, es el héroe de toda la historia.

Pero, al principio de la historia de la Iglesia, no hay especial atención ni culto alguno hacia María como virgen perpetua. No se plantean los primeros cristianos la cuestión de la virginidad absoluta de la madre de Jesús. Insisto: interesa el Redentor, no tanto su madre. Si algún lector cree que exagero, que consulte, por favor, el índice analítico de materias de la edición arrriba mencionada de los Hechos apócrifos de los apóstoles, literatura popular que refleja la teología de los siglos II y III. Observará que el lema "Jesucristo", tiene casi una decena de columnas. Por el contrario, el lema "María" apenas tiene dos líneas y media. Esto lleva a una conclusión para algunos sorprendente: no había apenas culto a María en muchas iglesias en los siglos II y III, que aún no se habían planteado el tema de su "virginidad perpetua". Sólo admitían la virginidad ante partum, es decir, sólo en el caso de Jesús, no en el de los demás hermanos.

Sólo hacia mediados del s. II, empiezan algunos cristianos –no la mayoría- a madurar su veneración por la extraordinaria mujer que debió de ser para ellos la madre del Salvador. Y fue entonces cuando comienzan tímidamente las especulaciones y teorías para sostener la virginidad también después del parto, que sólo empiezan a imponerse a mediados del siglo IV.

Concluiremos en la próxima postal sobre el tema. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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