“Sólo sin razonar puede alguien rápidamente afirmar que `es un invento de los curas´” “Hoy por hoy”, es un error el celibato obligatorio para el ministerio ordenado

Hablemos claro sobre la ley del celibato (9)

El Pueblo de Dios necesita información sobre este tema. Basta leer o escuchar algunos medios de comunicación para percibirlo. No hace mucho en un canal de televisión, en “El Toro TV”, un tertuliano dijo que los partidarios de mantener el celibato obligatorio para el ministerio ordenado “odian” a los que piden que sea opcional. “¡Qué barbaridad!”, dije. Pocas palabras hay tan anticristianas como esta. ¿Cómo es posible que un cristiano “odie”, y siga creyéndose seguidor de aquel que dijo: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,44s). Y más a quien no es enemigo, sino que quiere cambiar una disciplina, creada por la misma Iglesia, y sólo en la zona latina u oriental. Mal camino para atraer a alguien al Evangelio y a la Iglesia.

Es cierto que en portales de Internet hay partidarios de ambas tendencias. Claramente Religión Digital se decanta por el cambio de esta disciplina. Catholic.net, espacio virtual que busca ser “medio de evangelización de la cultura y un camino hacia la comunión  con Jesucristo y su Iglesia”, mantiene la opinión contraria. En este portal he encontrado dos artículos que defienden el mantenimiento del celibato para los ministerios ordenados de la Iglesia. Voy a intentar comentarlos y confrontar sus argumentos con los míos.

Este es el primer artículo encontrado en Catholic.net: “Disciplina eclesiástica del celibato sacerdotal. Breve exposición histórica desde el Nuevo Testamento a nuestros días”. Firma el artículo Juan Carlos Sack, religioso del Instituto del Verbo Encarnado. Comparto del todo esta su primera afirmación: “Digamos desde un primer momento que se trata de una disciplina eclesiástica sujeta a cambio, que de hecho cambió y puede, teóricamente, seguir cambiando. No se trata de un dogma de fe”.

No comparto en parte el siguiente párrafo: “Pero al mismo tiempo la Iglesia cree que el celibato sacerdotal es un don de Dios, y que hoy por hoy sería un error cambiar la legislación actual. Y la bimilenaria Iglesia tiene sus buenos motivos”. Todo cristiano cree que efectivamente “el celibato por el reino de los cielos” es “don de Dios”. Da lo mismo que el célibe sea clérigo o seglar, fraile o monja. No sería “un error cambiar la legislación actual”, porque el error es de origen: ignorancia y superstición. Nunca debió la Iglesia exigir más que Jesús, y saltarse la libertad evangélica en este asunto. Ahí están, probadas históricamente, las razones que dieron lugar a la imposición de continencia matrimonial, preámbulo del celibato impuesto en el siglo XII: “La relación sexual, incluida la conyugal, es suciedad (1186, 4-5); atontamiento con pasiones obscenas (1140,13-14); lujuria (1138, 28); crimen (1138, 16-23); vida de pecadores (1186, 13-14); práctica de animales (1186, 22-23) y oprobio para la iglesia (1161, 5-7)”. “El clérigo manchado con esa suciedad se excluye de las mansiones celestiales (1185, 4-6). Si el laico queda por ella incapacitado para ser escuchado cuando reza, con mayor razón pierde el primero su disponibilidad para celebrar con fruto el bautismo y el sacrificio (1160,9-1161,3), a pesar de no depender la eficacia de los sacramentos de la pureza del ministro”. “No conviene confiar el misterio de Dios a hombres de ese modo corrompidos y desleales, en los cuales la santidad del cuerpo se entiende profanada con la inmundicia” (Decretales del Papa Siricio (384-399) a Himerio, obispo de Tarragona, a los Obispos galos y a los Obispos africanos, recogidas en el tomo XIII de la Patrología Latina).

Presenta su escrito como “apenas un resumen, algo que el laico sencillo pueda entender sin mayores estudios teológicos ni recurrir a gruesos tratados de historia de la Iglesia”. Deja de lado “las razones de orden teológico y pastoral que evidencian la oportunidad de esta disciplina”. Razones expuestas en la encíclica de Pablo VI “Sacerdotalis Caelibatus”. Pero, antes de afrontar “la evolución histórica de la legislación celibataria”, coloca “el Nuevo Testamento para entender el motivo último de esta práctica eclesiástica y valorar los alcances profundos de la misma”. En concreto propone “leer y meditar Mateo 19,10-12, y, sobre todo, el capítulo 7 de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Estos textos dan `el espíritu´ que late tras la legislación del celibato sacerdotal.”

Lean y juzguen: “Los discípulos le replicaron: «Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse». Pero él les dijo: «No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda»” (Mt 19,10-12). Aquí no se habla para nada del celibato sacerdotal ni de ley celibataria alguna. Sólo que hay varios tipos de célibes: de nacimiento, castración, y “por el reino de los cielos”. Ni siquiera insinúa que él es uno de ellos, cuando sería lógico que lo hiciera. Nada de imposición a servidores comunitarios. Dice el articulista que “sólo sin razonar puede alguien rápidamente afirmar que `es un invento de los curas´”. Claro que lo es: la evidencia no necesita razonamiento.

Menos sentido tiene la argumentación que sigue: “quedarán siempre en pie aquellas claras palabras del apóstol: `el célibe se ocupa de los asuntos del Señor…, mientras que el casado de los asuntos del mundo… y está dividido´ (1Cor 7). Si perdemos de vista estos textos bíblicos, perdemos de vista el centro de la cuestión.”.

Pablo no habla de clérigos y laicos, porque en sus comunidades no existían. Su consejo a todos es que “cada uno permanezca en la situación en que fue llamado. Acerca de los célibes no tengo precepto del Señor, pero doy mi parecer... Por la angustia que apremia, es bueno para un hombre quedarse así... Quiero que os ahorréis preocupaciones: el no casado se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido... Os digo todo esto para vuestro bien; no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones” (1Cor 7,24-35). “La angustia que apremia” era la creencia de la inminente llegada del Resucitado para consumar este mundo. Lo mejor es centrarse en la espera, sin preocupaciones. Nada, por tanto, de permanecer célibes los servidores de la comunidad, por ser servidores.

El Padre de Jesús no es rival de ningún amor. Dios no es un objeto más de amor. No entra en competencia con nadie. Su amor, primer don del Espíritu (la caridad: agapé), es “vínculo de unidad perfecta” (Col 3,14), y hace “indiviso nuestro corazón”. Casados y célibes, bautizados, tienen un “corazón indiviso”. Amar a la esposa y los hijos no impide amar a la comunidad de nuestro ministerio. Nuestro amor, bautizado, vuelve en “cosas del Señor” toda nuestra existencia. Los presbíteros orientales no tienen su “corazón dividido”: aman a su familia y a su comunidad con el mismo corazón, el Espíritu de Jesús. Los célibes, es evidente, pueden dedicar más tiempo a tareas estrictas de la comunidad. Pero su amor pastoral no impide el amor a la familia (padres, hermanos, tíos...). De hecho el sacerdote diocesano suele vivir con sus padres, hermana... El sacerdote casado realiza su dedicación a la familia consanguínea y a la eclesial con el corazón “indiviso”, don del Espíritu que le apasiona en favor del Reino de Dios.

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