“La falta de igualdad de las mujeres en la Iglesia es un obstáculo para la Iglesia en el mundo moderno” (Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda) La sinodalidad, el camino para la “comunión, participación y corresponsabilidad”

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El apartado “3.3: Comunión, participación y corresponsabilidad (DEC 57-70)” es el núcleo de la sinodalidad. Este apartado analiza la llamada de todo bautizado a la misión eclesial, el valor de todas las vocaciones, la liberación del clericalismo, la participación de la mujer y la coordinación de “carismas, vocaciones y ministerios”.

La misión de la Iglesia se realiza a través de la vida de todos los bautizados”, empieza reconociendo. Y cita la propuesta de los obispos argentinos: “Es importante construir un modelo institucional sinodal como paradigma eclesial de desestructuración del poder piramidal que privilegia las gestiones unipersonales. Porque la única autoridad legítima en la Iglesia debe ser la del amor y el servicio, como lo hizo el Señor"  (DEC 57).

El “modelo institucional sinodal implica superar el clericalismo (“poder piramidal”). Las síntesis piden “librar a la Iglesia del clericalismo”. Sólo así podrán todos “cumplir la misión común”. El clericalismo empobrece, priva de los verdaderos bienes del ministerio ordenado, aísla al clero, perjudica al laicado y produce rigidez, apego al poder, y ejercicio de la autoridad que es poder y no servicio (DEC 58). Reclaman  “reformas en el ejercicio del liderazgo -episcopal, sacerdotal, religioso y laico- que sean relacionales, colaborativas, capaces de generar solidaridad y corresponsabilidad” (DEC 59).

Repensar la participación de las mujeres”. Es necesaria una “nueva cultura” para dar respuesta a la “creciente consciencia” sobre la mujer (DEC 60). Hay consenso universal: “desde todos los continentes llega un llamamiento para que las mujeres católicas sean valoradas, ante todo, como miembros bautizados e iguales del Pueblo de Dios”. Destapan la gran contradicción: siendo mayoría y más activas, son “excluidas de los principales procesos de toma de decisiones” (DEC 61). Más aún “algunas síntesis señalan que las culturas de sus países han avanzado en la inclusión y la participación de las mujeres, y que este progreso podría servir de modelo para la Iglesia”. Los obispos de Nueva Zelanda consideran “la falta de igualdad de las mujeres en la Iglesia un obstáculo para la Iglesia en el mundo moderno” (DEC 62). Este problema afecta a todas las mujeres: “laicas y “religiosas”. Lo dicen los institutos de vida consagrada: “en los procesos de decisión y en el lenguaje de la Iglesia, el sexismo está muy extendido... Las religiosas son consideradas mano de obra barata... Se infravalora la vida consagrada sin hábito...” (DEC 63).

No hay acuerdo sobre “la participación plena e igualitaria de las mujeres”. Aún no hay comunión en la Iglesia para dar plena validez al texto de Pablo: “Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,27-28). Se llega, como mucho, hasta el diaconado. No sin polémica. El sector conservador se agarra a toda tradición para no mover estructura alguna ni modificarla. Ha sido claro en el diaconado de la mujer. La investigación histórico-teológica actual ha llegado a esta conclusión: “no puede invocarse la tradición eclesial para excluir o marginar a las mujeres del diaconado, sino más bien lo contrario: hay datos más que suficientes para afirmar su existencia durante los diez primeros siglos en Occidente, y hasta el siglo XII en Oriente. Hasta la propia Comisión Teológica Internacional –en un espléndido documento del año 2002 titulado `El diaconado: evolución y perspectivas´–, después de un amplio recorrido histórico sobre el diaconado de las mujeres, no tiene más remedio que afirmar: `Ha existido ciertamente un ministerio de las diaconisas, que se desarrolló de forma desigual en las diversas partes de la Iglesia... A la luz de estos elementos puestos en evidencia por la investigación histórico-teológica presente, corresponderá al ministerio de discernimiento que el Señor ha establecido en su Iglesia pronunciarse con autoridad sobre la cuestión´” (Diaconado de las mujeres en la Antigüedad cristiana: F. Rivas Rebaque. Iglesia Viva, nº 274, abril-junio 2018, pp. 29-43).

“La ordenación sacerdotal de las mujeres” divide la Iglesia. Algunas “síntesis la reclaman”. Otras la creen “cuestión cerrada” (DEC 64). Esto tiene consecuencias actuales. Los obispos de Nueva Zelanda afirman que “la falta de igualdad de las mujeres en la Iglesia es un obstáculo para la Iglesia en el mundo moderno” (DEC 62). Es uno de los impedimentos para firmar la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La separa de otras iglesias cristianas que han reconocido a las mujeres la capacidad de representar a Cristo Cabeza en sus comunidades. Mantiene a la Iglesia atrasada en la cultura respecto de la mujer. Los teólogos vienen sosteniendo que “no hay razones teológicamente serias para negar el presbiterado a la mujer”. También la Pontificia Comisión Bíblica sostuvo con doce votos a favor y cinco en contra que “la Iglesia podría confiar el servicio de la Eucaristía y la Penitencia a las mujeres sin faltar en absoluto a las intenciones de Jesucristo” (Hans Küng: Verdad controvertida. Memorias. Edit. Trotta. Madrid 2009. 2ª ed. P. 445). El absurdo crece al subrayar las síntesis que las mujeres “están en la vanguardia de las prácticas sinodales en algunas de las situaciones sociales más difíciles a las que se enfrenta la Iglesia”. En movimientos sociales: racismo, cambio climático, refugiados, solicitantes de asilo, sin techo... (DEC 65).

Los obispos de Papúa Nueva Guinea e Islas Salomón proponen como ejemplo de sinodalidad a una de sus parroquias: “cuando queremos hacer algo en nuestra parroquia, nos reunimos, escuchamos las sugerencias de todos los miembros de la comunidad, decidimos juntos, y juntos llevamos a cabo las decisiones tomadas” (DEC 66).

Los obispos de México reconocen las dificultades: “teología bautismal” insuficiente, estructuras pastorales y mentalidad de muchos presbíteros impiden la corresponsabilidad, los religiosos y movimientos laicos de apostolado “se mantienen sutil o abiertamente al margen de la dinámica diocesana” (DEC 66).

Los obispos italianos reconocen el ideal: la experiencia sinodal redescubre la dignidad bautismal y su consecuente corresponsabilidad, supera la visión piramidal de la Iglesia y abre la Iglesia “toda ministerial: comunión de carismas y ministerios diferentes”. Así se construye, rematan los obispos belgas, una Iglesia de “actores y protagonistas diferentes, iguales en dignidad, complementarios para ser signo, para hacer creíble una Iglesia que sea sacramento del Reino” (DEC 67).

Los obispos belgas subrayan el deseo de muchos laicos en participar. Pero “el margen de maniobra no está claro: ¿qué tareas concretas pueden realizar los laicos? ¿Cómo se articula la responsabilidad del bautizado con la del párroco?” (DEC 68). 

Similar cuestión hay en la armonía de carismas y ministerios. La institucionalización acarrea la necesidad  de acoplamiento, complementariedad y regulación de los distintos papeles (DEC 69). No puede haber oposición entre carismas y ministerios constituidos. Todos son dones del Espíritu. Todos enriquecen la Iglesia (DEC 70). Es precisamente la sinodalidad el camino para encontrar la armonía eclesial. Armonía que debe lograrse por la “comunión, participación y corresponsabilidad” en la misión aceptada en el bautismo.

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