Un hombre afortunado: Cirilo Terrón, misionero

Tuve ocasión de visitarle varias veces en la selva colombiana, en las orillas del Río Magdalena. Vivía con lo indispensable, lo estrictamente necesario para no morir, las cartas le llegaban con meses de retraso, el teléfono no existía. Prestaba los servicios religiosos y a predicar el Evangelio a los habitantes de su misión allá por el Magdalena Medio, entre Cartagena de Indias y Barrancabermeja. El resto del tiempo lo dedicaba a organizar escuelas, constituir cooperativas y a instruir a los campesinos en sus derechos. Recuerdo que me contó un día: “Algunos terratenientes dicen que los campesinos son como abogados desde que frecuentan la misión”. Los terratenientes se enfadaron tanto con él que lograron que el Gobierno colombiano lo expulsara allá por noviembre o diciembre de los años 70 del siglo XX. “Creo que me expulsaron por dedicarme a los pobres”, pensaba. Pero nunca se consideró ni héroe ni gran hombre. “Buenamente hago por los otros lo que pienso y puedo debo de hacer”, pensaba. “Poder dedicar la vida a los demás es el mayor regalo que un hombre puede recibir”, me dijo. El fue afortunado. La dedicó a los demás por completo
Volver arriba