Mujeres en los Hechos de Andrés: Maximila (II)



Escribe Gonzalo del Cerro

De Maximila no se nos dice, como de otras protagonistas de las novelas, que fuera joven y hermosa. Sin embargo, el relato reitera con insistencia que era una mujer capaz de levantar grandes pasiones. Egeates, en efecto, "estaba enamorado de ella" (HchAnd 14). El amor de Egeates a su esposa no se enfriaba con los numerosos desplantes que ella le dedicó. La única solución que encontró a su problema fue el suicidio que acabó poniendo en práctica. La intención de suicidarse suele ser bastante común en los personajes de la novela griega. Fue también la tentación de Egeates ante el peligro de perder a su esposa. Gregorio de Tours recoge el testimonio de la actitud del procónsul durante la grave enfermedad de Maximila. Estaba, dice, al pie de la cama deshecho en lágrimas y con la espada desenvainada, dispuesto a traspasarse en cuanto su esposa exhalara el último suspiro (Vida de Andrés, 30).

En una ocasión, llegado a casa, le confiesa que desea besarla, a ella a la que considera por encima de lo que es una esposa. Dame ante todo tu diestra, que quiero besar a la que en adelante no llamaré esposa sino señora. "Pues de este modo, añade, tendré mi descanso en tu discreción y en el cariño que me tienes" (HchAnd 14). Como todo enamorado, interpreta su propio nombre, oído entre la plegaria de Maximila, en el sentido que sus sentimientos le dictan. Por eso, cuando a continuación se siente rechazado, queda víctima de un doloroso espanto. Egeates había oído su propio nombre entre las palabras de la plegaria de Maximila. Y mientras lo que la mujer pedía era que Dios la librara del peligro que representaba su marido, Egeates interpretó la mención de su nombre como un gesto de cariño de su esposa hacia él (HchAnd 14). Pero las palabras de la oración de Maximila eran de este tenor: "Líbrame en adelante de la inmunda relación carnal con Egeates, y guárdame pura y casta de modo que te sirva sólo a ti, Dios mío" (HchAnd, ibid.).

El amor que Egeates sentía por Maximila era tan desmedido que no vacilaba en recurrir a las mayores crueldades con la intención de salvaguardar el honor de su esposa. En realidad, Maximila era la única responsable de toda la historia de Euclía. Ella fue la que maquinó la sustitución de su persona con la presencia de su esclava en el lecho conyugal. Ella la que cedió sin resistencias al chantaje repetido de la joven. Ella la que provocó el adulterio material continuado con la única intención de librarse de sus propios deberes conyugales, unos deberes que, en boca de los esclavos delatores, se habían convertido para Maximila en "una obra terrible y vergonzosa". Sin embargo, Egeates, que tan terriblemente se comportó luego con Euclía y sus compañeros de esclavitud, no tuvo una palabra de reproche hacia Maximila. Cayó en un acceso de cólera y hasta de anorexia. Pero ante la extraña actitud de su esposa, reaccionó con un profundo desconcierto que se transformó en lágrimas y súplicas. Abrazaba sus pies, la consideraba como una diosa, la proclamaba discreta y mesurada. Y desde luego estaba dispuesto a perdonar y a olvidar.

Maximila, como las grandes amadas de la Historia, exaspera a Egeates con su frialdad y sus palabras ambiguas y sinuosas. "Amo, Egeates, amo. Y lo que amo no tiene nada de las cosas del mundo como para que puedas percibirlo. De noche y de día, me inflama y me quema de cariño. De ello, que tú no podrías ver por ser difícil, tampoco me podrás separar, porque es imposible. Déjame, pues, seguir mis relaciones con él, a mí que sólo en él encuentro descanso" (HchAnd 23). Las palabras de Maximila -"amo"- como las del esclavo un poco más adelante -"ama"- tienen sumido a Egeates en una completa perplejidad. Por ellas y el desapego de su esposa, llega a pensar Egeates que hay otro amor de por medio (HchAnd 23; 25). El procónsul se retira "como loco" sin entender la situación ni atisbar una solución razonable al problema. Pero quiere demasiado a su esposa para intentar hacerle daño.

Maximila tenía a Egeates fuera de sí, sin discernimiento ni voluntad. Uno de sus esclavos le hace una exégesis minuciosa de todo lo que está sucediendo. Maximila está tan apegada al apóstol Andrés que "no ama en absoluto a nadie más que a él". Con estas palabras el esclavo añade nuevas punzadas al corazón atormentado del procónsul. Pero Egeates volverá a la carga tratando de recuperar lo que considera un amor perdido. Mezcla halagos con amenazas, promesas con intimaciones. "Ojalá pudieras ser la que eras en otro tiempo", le dice. El debate entre ambos esposos es poco menos que un diálogo de sordos. Maximila está en otro contexto totalmente diferente de los criterios de su marido. El entendimiento es prácticamente imposible (cf. HchAnd 36). Pero si ella se niega, el procónsul hará al Apóstol todo el mal posible. A ella no le causaría ningún mal por la sencilla razón de que no puede.

Tan ciego estaba Egeates que, rechazado el ultimátum dirigido a su mujer, toma la decisión de acabar con Andrés. Es la única solución que se le ocurre al atribulado esposo (HchAnd 46). Era una conducta bastante común, tanto en los Hechos Apócrifos como en otras obras de la literatura cristiana. Cuenta san Justino en su Apología II el caso de una matrona romana que se había divorciado de su marido a causa de la vida de disolución y vicio que éste llevaba. El marido acusó al maestro que la había instruido en la religión cristiana. El tal maestro, de nombre Ptolomeo, fue ejecutado en compañía de dos amigos que se solidarizaron con él (S. Justino, Apol., II 2). Por lo que a Maximila se refiere, no hallamos amenaza directa ni castigo concreto. Todo se reducirá a castigar sus sentimientos en los tormentos aplicados a su amado extranjero. Luego, cuando vea que, desaparecido su "rival", Maximila sigue aferrada a sus creencias y decisiones, Egeates no encontrará otra salida razonable que el suicidio. El pobre no era capaz de imaginar la vida sin Maximila.

Maximila, la mujer decidida

La esposa del procónsul de Patrás era cualquier cosa menos una mujer cobarde. Todo su comportamiento delata un carácter decidido, que no repara en medios para conseguir sus objetivos o realizar su pretensiones. Como su mismo esposo reconocerá, pertenecía a una familia notable. El hecho de pertenecer a una familia poderosa y rica ha sido con frecuencia garantía de seguridad personal.

No sabemos cuándo se convirtió a la causa de Andrés y tomó la decisión de guardar castidad perfecta. Pero su convencimiento fue tan absoluto y definitivo que no hubo forma humana de apartarla de su determinación. Conocemos la noticia de que había sido curada por Andrés de una enfermedad desconocida para nosotros. Pero es posible que oyera la predicación misma que tanto efecto hizo en Estratocles, hermano del procónsul. Mientras el criado de Estratocles se revolcaba en un estercolero, víctima de un fiero ataque de epilepsía, Maximila, que ya previamente había tratado de consolar al atribulado cuñado (HchAnd 2), concertó un encuentro con Andrés para provocar la curación del enfermo. Cuando Maximila corrió a anunciar a Estratocles que su criado ya estaba curado, no había iniciado el Apóstol el largo ceremonial que acabaría en la curación completa de Alcmán.

Pero esto no bastaba a la emprendedora mujer. Quería que Estratocles llegara más allá de la simple gratitud y de la admiración que provocan las curaciones milagrosas. Maximila procuró que Andrés pronunciara una prédica dirigida precisamente al corazón de Estratocles. Es la que ocupa todo el capítulo 8 de los Hechos y la que provocó la conversión incondicional del hermano del procónsul a la fe cristiana. El generoso Estratocles siguió al lado de Andrés como discípulo feliz y leal a sus enseñanzas. Su "alma firme y su fe sólida e inquebrantable en el Señor" llenaban de júbilo a Maximila.

Como era lógico, Maximila, una vez convertida a la vida de continencia absoluta, quedó aterrada cuando supo que su marido regresaba a casa. Hasta entonces había organizado reuniones con Andrés en sus propias habitaciones de palacio. Y en ellas se encontraba cuando conoció la noticia de la llegada inminente de Egeates. Con la oración cómplice del Apóstol quedó resuelto el problema. Unas "molestias de vientre" retrasaron la entrada del procónsul hasta que los congregados pudieron salir impunemente. La narración habla de la urgencia que sintió el procónsul por la que solicitó una silla-retrete (sella) para aliviar sus repentinos pesares. Sus apuros duraron hasta que todos los fieles que asistían a una reunión en las estancias de Maximila tuvieron tiempo de ausentarse (HchAnd 13).

El marido quiso besar a su mujer en la boca. Maximila lo rechazó con el pretexto de que no era correcto besar así a una mujer "después de la oración". La seriedad con que Maximila acompañó sus palabras no dejaron espacio a la duda sobre sus intenciones. La intrépida mujer disponía de dos valiosos aliados de su causa: Andrés y Estratocles. Andrés recurrió a la oración y pidió a Dios que empleara todo su poder para proteger la castidad de Maximila. Estratocles apoyaba con su actitud la decisión de su cuñada. Pero Maximila ideó el remedio más eficaz y peregrino, y dicho sea en honor a la verdad, poco o nada acorde con la mentalidad cristiana.

Tenía una esclava que reunía las condiciones ideales para sus planes. Era a la vez hermosa y disoluta, ligera de cascos y de convicciones. Se llamaba Euclía. Otro día hablaremos detenidamente del caso. El plan que le propuso fue que la sustituyera en el lecho conyugal. La propuesta iba acompañada de promesas que luego Maximila cumplió con generosidad. Ocho meses duraron aquellas relaciones y la tranquilidad de Maximila. Descubierto el plan, Maximila no tuvo más remedio que confesar toda la verdad. Y lo hizo hablando a Egeates de su nuevo amor. Un amor que nada tenía que ver con los amores de este mundo, tan real como imposible de percibir para los extraños (HchAnd 23).

Egeates, consciente del origen de la fortaleza de su mujer, hizo todo lo posible para impedir que se viera con Andrés. Pero la determinación de Maximila era tan clara como firme: "Aunque una legión entera me custodiara impidiéndome ver al Apóstol, no lo conseguiría". El procónsul conocía muy bien el carácter de su esposa cuando puso en guardia a sus íntimos con estas palabras: " Sé que Maximila es atrevida". Andrés mismo lo sabía también: "Hace tiempo que sé de la firmeza de tu determinación". Esta actitud de Maximila avala la impresión de que los Hechos Apócrifos presentan a las mujeres protagonistas como más enteras que sus respectivos maridos. Maximila aparece en todo este contexto como una persona arriesgada y atrevida frente a la sorprendente pusilanimidad del procónsul. Su carácter es reconocido tanto por su marido como por el apóstol Andrés (HchAnd 30. 31. 37).

Fue su carácter decidido lo que impulsó a Maximila a hacerse cargo del cadáver de Andrés para prestarle los honores fúnebres. Mientras los demás discípulos se entregaban al llanto, Maximila, "sin preocuparse en absoluto de ninguno de los presentes, se acercó y desató el cadáver del bienaventurado. Llegada la tarde, se ocupó de ofrecerle los cuidados necesarios" (HchAnd 64). Allí estaba Estratocles, allí estaban los discípulos, allí los encargados de la ejecución, pero fue ella, la mujer decidida y valiente, la que desafió todo respeto humano y se adelantó a preparar el cuerpo del Apóstol para la sepultura.

COrdiales saludos de Gonzalo del Cerro
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