La edición crítica del códice Tchacos (V): Sigue la introducción a un simbolismo gnóstico

Hoy escribe Fernando Bermejo

Como dijimos en nuestro post anterior (IV), uno de los aspectos interesantes del Santiago del códice Tchacos es la abundante presencia en este escrito de toda una serie de imágenes, típicas de la cosmovisión gnóstica, que son utilizadas para describir el estado de obnubilación en que se encuentra el sujeto en el estadio previo a la recepción de la gnosis. Me refiero a las imágenes de la embriaguez, el olvido, el cautiverio, la ignorancia, la enfermedad o la ceguera. Todas ellas tienen una historia e incluso una prehistoria venerables, así como una enorme difusión, en ocasiones prácticamente universal. No obstante, en el gnosticismo se hace de ellas un uso sistemático y consistente. Pues bien, todas estas metáforas aparecen en nuestro escrito.

Si bien en ocasiones la embriaguez es considerada en los textos religiosos en términos positivos, como expresión del transporte extático del individuo (que experimenta el acto de conocimiento como un acontecimiento que sobrepasa sus facultades racionales) y del entusiasmo del alma segura de su unión con lo divino, a menudo es la pérdida que padece quien se halla en estado de embriaguez lo que se subraya. Ya Empédocles y Heráclito contraponen la embriaguez a la sobriedad del alma sabia, contraposición muy popular en época helenística. La indicada por la imagen de la embriaguez es una pérdida gravísima y fundamental, puesto que, lejos de serlo de un estado de lucidez fácilmente recuperable, es concebida como fundamental pérdida de sí, de lo que se es; el alcance ontológico de tal pérdida hace que sea más fielmente definible como “perdición”. Éste es el sentido que la imagen posee en los textos gnósticos.

El olvido, pérdida de la conciencia de las cosas y del yo, constituye otra típica imagen de la alienación. En cuanto pérdida de la memoria -del vínculo con lo pretérito- puede ser considerada una imagen de la ruptura con el origen. Por esta razón, la toma de conciencia adquiere una significación soteriológica, en cuanto acceso a -o recuperación de- la identidad. Hay en esta consideración continuidad entre las creencias populares, las tradiciones mítico-religiosas y las especulaciones filosóficas: en Grecia, la corriente del Leteo forma parte integrante del dominio de la muerte, y es sobradamente conocido el papel de la anámnesis en la tradición platónica, en la que aprender equivale a fin de cuentas a recordar.

Extraídas del ámbito social, las metáforas del cautiverio y la esclavitud expresan de manera muy gráfica la sensación de impotencia que experimenta el hombre ansioso de salvación pero incapaz por sí mismo de obtenerla. El exiguo espacio físico en el que se mueve el cautivo o la falta de libertad de movimientos padecida por el esclavo sirven de término de comparación a la angustia sentida por el hombre; y al igual que el esclavo o el cautivo se hallan en un estado de total sometimiento a su señor o a su carcelero, así también el gnóstico que asume tales imágenes para describir su situación reconoce su dependencia respecto al arbitrio -a la arbitrariedad- de poderes extraños, y su incapacidad para liberarse por sí mismo. La valencia negativa de la esclavitud es omnipervasiva en el Evangelio según Felipe, y se halla en numerosas fuentes gnósticas, también en Santiago.

Si lo que aporta al hombre la salvación es precisamente la obtención de un conocimiento, es obvio que la perdición habrá de ser caracterizada eminentemente por constituir un estado de ignorancia. El hombre ignorante no posee las claves que le permitirían inteligir lo que ocurre a su alrededor y en sí mismo, y se halla a la espera de recibir una enseñanza que le capacite para descifrar la realidad. La idea de la ignorancia que se tiene en mente al aplicar esta imagen para describir al pneumático en su estado pre-gnóstico no es la del individuo necio que, creyendo saberlo todo, se empecina en su necedad (un tipo de ignorancia que sí caracteriza al Demiurgo), sino la del que, anhelando secretamente saber, permanece obnubilado en contra de su voluntad, imposibilitado para definir el sistema de coordenadas que le permita orientarse en el mundo; la idea de que el conocimiento posee virtualidades liberadoras, y la de que, por el contrario, el no saber es signo evidente de limitación y servidumbre, subyace al uso gnóstico de esta imagen. Por ello, la metáfora de la ignorancia sirve como cifra y epítome de lo indeseable.

La metáfora de la enfermedad expresa, con una imagen tomada del ámbito de la experiencia corporal, de modo diáfano el estado hondamente deficitario en el que se encuentra el sujeto con anterioridad a la recepción de la gnosis; el malestar, la debilidad, la falta de control sobre sí son las principales valencias a las que simultáneamente sirve de expresión la metáfora nosológica. Un subtipo muy común de esta metáfora es la de la ceguera, lo que no es de extrañar dada, por un lado, la fuerza con la que esta imagen expresa el desvalimiento y la desorientación; y, por otro, el estrecho vínculo que une en diversas lenguas indoeuropeas la visión a la comprensión intelectual. Las imágenes examinadas hacen referencia a todo un ciclo de la existencia del individuo: al período -y a la situación existencial- en que el sujeto no ha dispuesto de la gnosis. Dada la oscura gravedad con que es dibujada tal situación previa, se hace patente que todas las imágenes vehiculan la idea de una ruptura entre esa fase previa de vaciedad y una posterior, en que tiene lugar la adquisición de un estado en el que el individuo se hallaría en plenitud, gozando de la realización de sus peculiares potencialidades ontológicas: la consciencia, el saber, la libertad. La diferencia entre la lucidez y la ebriedad, la consciencia y la amnesia, la vigilia y el letargo, la libertad y el cautiverio... sirve, ante todo, al propósito de subrayar la sorprendente novedad de un conocimiento del que hasta entonces no se disponía.

La profusión con que se usa este simbolismo en Santiago es comprensible. Siendo un apocalipsis, en el que Jesús aporta a su discípulo altas revelaciones, las imágenes vehiculan de manera pregnante la novedad y potencia del conocimiento comunicado. Pero la dimensión gnoseológica de este simbolismo no es la única que posee en los textos gnósticos, como veremos en un próximo post.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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