Corrupción: el silencio de los Obispos

Los lectores habituales de estos comentarios conocéis muy bien la parábola de los talentos: el que recibe diez, consigue otros diez; el que recibe cinco, consigue cinco; los dos pasan igualmente al banquete; en cambio el que recibe uno lo entierra: con conseguir uno solo pasaría igualmente al banquete, pero quedó fuera...


Erase una vez un arbolito que había nacido en medio de un bosque muy frondoso, lleno de árboles grandes, altos y vigorosos, cuyas copas se movían al ritmo del viento. Aquel arbolito era tan pequeño comparado con aquellos árboles tan grandes que le parecía que él no era nada, que valía muy poco. Miraba para las copas de aquellos árboles tan enormes y pensaba: “allá arriba debe hacer mucho frío, porque el viento sopla muy fuerte, cuando llueve se mojan mucho, a veces se les rompen las ramas. Yo voy a quedarme aquí abajo: aquí no hace viento, aquí llueve poco, aquí nadie se mete conmigo”.



Pero allí abajo había mucha oscuridad, no entraba el sol. Crecía poco, estaba pálido, no tenía vigor, estaba triste, no tenía ni con quien hablar, nadie miraba para él, nadie lo apreciaba ni valoraba. Así fue pasando el tiempo. Poco a poco se le iban cayendo sus hojas, se le secaban las ramas, hasta que un día triste y lluvioso, tiritando de frío se dejó morir.



A veces podemos pensar que valemos poco, que no tenemos ninguna importancia, que no podemos hacer nada. Incluso nos puede embargar un complejo de inferioridad que nos anula y retrae, porque no somos de los de diez talentos, ni de los de cinco, sino solo de uno. Y como nos sentimos de uno solo sacamos la conclusión de no podemos dar más de nosotros mismos, que valemos para poco o nada. Esto nunca es cierto.



Pero fijémonos en la parábola: el de diez trabaja como diez, el de cinco como cinco, pero ambos reciben la misma respuesta: “Pasa al banquete de tu Señor”. Si el de uno trabajara como uno recibiría también la misma respuesta: pasa al banquete de tu Señor”, porque al final Dios quiere igualdad para todos, y así va a ser.



Señores Obispos: 17.000 desahucios en la primera mitad del año actual, 840.000 personas incapaces de asumir los gastos sanitarios que no cubre la S.S., ni acudir al dentista o a la óptica para cambiar sus gafas con las que ya no ven bien. Tres cuartas partes de este país están cada vez más indignadas, irritadas, muy preocupadas y escandalizadas por la corrupción espantosa que hay en España de norte a sur, y de este a oeste. Cada día que amanece nos desayunamos con nuevos corruptos, a veces por decenas, detrás de los cuales sin duda hay otros tantos corruptores.



¿Por qué están ustedes tan callados ante un problema tan grave, no solo económica sino también éticamente, que está escarbando y corroyendo los fundamentos más básicos de nuestra convivencia social, en la que tantas personas se ven excluidas, marginadas, desesperadas y desmoralizadas, mientras sus representantes oficiales se llenan los bolsillos a rebosar con la corrupción económico-política? ¿No es esto un escarnio para los más pobres? ¿Por qué la Conferencia Episcopal que ustedes forman no sale un día y otro día a clamar contra tanta maldad, a pronunciarse y denunciar el espantoso deterioro ético de tantos políticos y banqueros que nos inducen a pensar que aquí todo vale, que lo único que importa es hacer carrera económica de la carrera política? Ya sabemos que no son todos ni mucho menos, pero los que son, ya son muchos y muy corruptos. Con la corrupción: también tolerancia cero.



¿Por qué no se pronuncian a favor de una justicia independiente, justa e igual para todos los ciudadanos en todos los aspectos y que limpie la sociedad de tanta suciedad, de tanta corrupción y de tantos corruptos?



¿Cómo no toman ustedes ejemplo del Papa Francisco que en la Exhortación Evangelii Gaudium. denuncia con tanta claridad la idolatría del dinero, la falta de ética, el desprecio absoluto de los más necesitados? Lean, mediten, divulguen y comenten de forma clara sobre todo los apartados del 53 al 60.



¿Por qué no se preocupan ustedes de difundir una y otra vez este importante documento? ¿Por qué lo están silenciando tanto?



¿Acaso quieren ustedes seguir estando cobijados a la sombra del poder político-económico? Cobijarse bajo el poder político o económico siempre hizo daño a la Iglesia y por tanto al pueblo. Hay sombras que matan como le pasó al arbolito enano? ¿Qué es lo que les tapa ustedes la boca? ¿Acaso el dinero que reciben del Estado? ¿Acaso hay por el medio algún plato de lentejas o alguna corrupción que ocultar? No basta solo con actuar asistencialmente: hay que ser profetas, y serlo a tiempo, de cada situación concreta. Y tienen que serlo ustedes como obispos, tanto individual como también colectivamente a través de la Conferencia Episcopal. Seguro que les duele lo que está pasando aunque parece que a algunos que se gastan tanto en apartamentos o viviendas (Madrid, Mérida) no tanto. Entonces, ¿por qué no convocan ustedes una gran manifestación contra la corrupción, los desahucios y los recortes como lo hicieron en otras ocasiones para otros temas? Saquen a la Iglesia fuera de los templos, a la calle. Fíjense ustedes que “la palabra pueblo, se repite docenas de veces en los Evangelios y significa esa muchedumbre de pobres, de enfermos, de campesinos, de leprosos, de niños, de gente inculta y analfabeta, despreciada, de gente que no tiene nada, de vagabundos, de prostitutas, de esclavos, etc. Jesús estaba siempre con los más pobres, y las pocas veces que aparece al lado de algún rico como Zaqueo es para decirle que cambie radicalmente.



Hoy, 13 de noviembre, el obispo electo de Segovia, monseñor Cesar Franco (menos mal que hay alguna excepción), ha asegurado que comparte la "indignación" de los españoles por los "escándalos de corrupción”, pero no señala a nadie por el nombre, ni a los de Bankia, ni a los del PP (que son la mayoría), ni a los del PSOE, ni a los de IU, ni a los sindicatos andaluces, ni al sindicalista asturiano Villa, que nos dejó a todos tan decepcionados y llenos de indignación.



Pónganse ustedes al lado de tanto arbolito enano como hay en este país comido, ensombrecido, aplastado por la frondosidad obscena de la corrupción y el poder del dinero.



La Iglesia ha estado siglos ligada a los poderes políticos conservadores e ideologías burguesas, actuando en línea con ellos, lo que la llevó en los siglos XVIII y XIX a perder en masa a la clase obrera; a continuación, con el Papa Pío Nono condenando la libertad de culto, y la libertad de pensamiento, imprenta y conciencia, y que el Romano pontífice no podía conciliarse con el progreso, el liberalismo y la cultura moderna, perdió a los intelectuales. Ahora tristemente tiene prácticamente perdida a la juventud. Lo grave es que con todo ello estamos perdiendo los grandes valores del mensaje de Jesús, que el Papa Francisco intenta recuperar, pero ustedes no lo están secundando con absoluta, necesaria y total fidelidad como sí lo hicieron con otros anteriores. Esto que están haciendo no es justo, no es honesto, y sobre todo es una gran falta de fidelidad a los oprimidos y necesitados y por tanto al mensaje de Jesús, el cual no se fortalece enterrando la verdad, sino denunciando públicamente la corrupción que la oculta.



Saquen ustedes y saquemos todos los diez o los cinco talentos a la calle, y no nos quedemos con ni uno solo en el bolsillo ante el miedo a perderlo, porque, de seguir así, lo perderemos todo. Si nos encerramos en los templos, cada vez estaremos más solos, más a la sombra, más a oscuras, y acabaremos como el arbolito enano de un solo talento. No hay otro camino más que el de Jesús: la incidencia socio-política de compromiso con los oprimidos y la denuncia de los opresores donde quiera que estén.



Por tanto, aléjense ustedes y alejémonos todos cada vez más de los ricos, los poderosos, los corruptos y corruptores, de los grandes bancos con sus multinacionales: todos estos no solo no aportan nada a la construcción de un mundo más humano y feliz, sino que contribuyen a dañarlo, a hacerlo insoportable para los más débiles (la gran mayoría de la humanidad), a hacerlo cada vez más violento, injusto, lleno de sufrimientos y de desigualdades.



Por el contrario unámonos a quienes luchan por la justicia, la igualdad, la solidaridad, la defensa de los débiles y oprimidos, la fraternidad, el amor de todos a todos y a todo. Eso es el Evangelio. Eso es Jesucristo. Esa fue su opción. Ese fue su compromiso. Por ahí hicieron camino Oscar Romero en el Salvador, Juan Gerardi en Guatemala, Gaspar García Laviana en Nicaragua, los Mártires de la UCA en San Salvador, y otros muchos.



Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino
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