Concurso RD-Planeta sobre el libro del Papa "Misericordia quiero, y no sacrificios"

(Mirentxu Arana).-En el Museo Nacional de Washington podemos disfrutar de uno de los cuadros más emotivos de Murillo, El regreso del hijo pródigo, un óleo sobre lienzo que representa uno de los "momentazos" (por emplear una palabra al uso) del evangelio. La figura del padre ocupa gran parte de la escena, su rostro y el del hijo extraviado están a punto de tocarse, enlazadas las manos de éste, indescriptibles las del padre, abiertas a la generosidad, en actitud de cálida acogida, acariciantes...un cuadro preñado de evangelio.

Los evangelistas se han recreado en escenas como ésta y las han descrito con tal lujo de detalles, que se lo han puesto al artista en bandeja; aquí van algunos "momentazos" más: el pastor cargando sobre sus hombros a la oveja disidente, lejos de las ideas que se nos hubieran ocurrido "nadie le obligó a que se fuera, ahora que se atenga a las consecuencias, es su problema", él deja a todas las demás y se arriesga no solo a perderlas, sino a sufrir un duro accidente.

Pero hay más momentos y más cuadros: Jesús escribe no sabemos qué sobre el pavimento, una mujer, a punto de ser lapidada implora con la mirada, una víctima más de la violencia de género, que desgraciadamente no la acabamos de inventar; ante la actitud del maestro, caen las piedras al suelo mientras se escucha: "¿nadie te ha condenado? yo tampoco", sin condiciones, sin penitencias, sin restricciones, ahí estaba Él; y las palabras brotadas directas del corazón, cuando quiso alimentar a una muchedumbre, que le seguía entusiasmada: "me da pena de esta gente" y la conversación con la samaritana y las de disculpa y perdón en la cruz, en fin...que los folios se nos quedan cortos.

Y sin embargo...ha habido momentos en la historia de la Iglesia en los que da la impresión de que la nitidez del mensaje se ha difuminado, que se nos ha caído el evangelio de las manos, (nosotros sabremos por qué otro manual lo hemos sustituido), se ha matado al grito de "Dios lo quiere" mientras se defendían lugares y se sacrificaban hijos de Dios, hemos promovido "guerras de religión", lo que resulta ya en sí mismo una contradicción "in terminis".

Se han rociado con agua bendita tropas que estaban a punto de enzarzarse en una guerra fratricida, han llovido excomuniones y anatemas y nos ha parecido además que Dios, el señor de la misericordia, se ponía de nuestro lado, que formaba parte de uno de los bandos, del nuestro, y uno se pregunta: ¿Por qué extraños silogismos hemos aterrizado en estas conclusiones?

Quizás si hubiéramos afinado más el oído, si nos hubiéramos acercado sin prejuicios a la transparencia de las páginas evangélicas habríamos escuchado una voz entre benévola y desencantada: "pero ¿podéis decirme dónde habéis aprendido todo esto?".

No quisiera terminar sin romper una lanza de comprensión en favor de nuestra debilidad, vamos a ser condescendientes con nosotros mismos, que por algo se empieza.

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