"Pacifismo salvaje y violencia medular" 'Hasta el último hombre' de Mel Gibson

(Peio Sánchez).- Esta película puede herir la sensibilidad del espectador y éste es el riesgo de llegar hasta el extremo. Mel Gibson sigue siendo un narrador eficaz y extremoso, lo demostró en "Braveheart" (1995), en "La Pasión de Cristo" (2004) y en "Apocalypto" (2006). Su compromiso con el mensaje cristiano es radical, rotundo, omnipresente. Sabe buscar al público y al espectador no le deja indiferente ni cómodo.

Más bien le pega un puñetazo en el estómago y le muestra épicamente lo valioso.
Hacksaw Ridge cuenta la historia de Desmond Doss, impresionantes los registros de Andrew Garfield, un objetor de conciencia por motivos religiosos que va a la II Guerra Mundial como ayudante sanitario. La historia es un díptico de preparación y culminación.

El prólogo nos muestra a la familia del protagonista, un padre borracho y herido mentalmente por la I Guerra Mundial, convincente Hugo Weaving, y una madre sufridora (Rachel Griffiths). Allí en la violencia del maltrato forja sus convicciones pacifistas y como una luz como a la bella enfermera que interpreta Rachel Griffiths.

Doss emerge como un personaje contradictorio duro e ingenuo, fuerte y alegre, especial y tenaz. Comenzada la guerra se alista y en el campamento de entrenamiento conoce a sus compañeros guiados por el sargento Howel, sugerente Vince Vaughn. Hasta aquí todo tranquilo, bien narrado y señalando la fuerte convicción cristiana, adventista, del presunto héroe. La biblia será su bandera.

Con la segunda parte hay que resistir al vómito. La acción nos lleva a la brutal batalla Okinawa. 250.000 muertos entre las tropas del Pacífico de EEUU, los soldados japoneses y sus habitantes. En pleno frente para tomar la colina de Hacksaw, se encuentra Doss y su compañía. Allí los vemos ser despedazados, desventrados, mutilados, desfigurados.

Sangre y fuego. Alaridos y espasmos. Rabia y dolor. Violencia hasta la médula, literal, y hasta los intestinos, literal. Y el bueno de Doss recogiendo uno a uno a los heridos, cuando todos se retiran, el pretendido cobarde muestra su valor trascendente. Recoge incluso a los enemigos. Lo fuerte es que se trata de una historia real. Una batalla inútil, la guerra terminaba unos días después con el bombardeo atómico de Hirosima y Nagasaki.

Gibson tiene la fuerte convicción que el ser humano es profundamente violento y este pecado caínita solo Dios lo puede redimir. Por eso planta una biblia en mitad de la batalla. La épica al servicio del drama bélico. En héroe exaltado supone la afirmación de la conciencia, de la paz sobre el destino de una violencia que se justifica como necesaria. La opción de la libertad es la no-violencia pero la realidad ineludible es la natural violencia arraigada en la animalidad humana.

Solo la gracia divina salva a un ser humano de por sí y naturalmente desgraciado. Pero esto tiene fatales consecuencias en la visión antropológica, sobre todo si se lleva al extremo. Si Clint Eastwood en las mismas circunstancias históricas se puso de los dos bandos "Las banderas de nuestros padres" y "Cartas desde Iwo Jima" (2006), Gibson se pone solo del lado USA, ningún japonés es absuelto de la violencia, aunque si perdonados por el excesivo Doss. Hasta su oración parece servir para la victoria, como si fuera lo menos malo de un mal sin remedio. La conciencia de Doss no cuestiona la violencia necesaria de una guerra justa. Puede arrastrar a quien dispara pero no puede coger un arma. Lo suyo es una señal de lo divino que está más allá, pero aquí sigue siendo dolorosamente necesaria la violencia.

La escenificación realista de la guerra ha sido en la historia del cine bélico una forma de denuncia pacifista. "Apocalypse Now" (1979) de Francis Ford Coppola, "La Delgada Línea Roja" (1998) de Terrence Malick o "Salvar al soldado Ryan" (1998) dirigida por Steven Spielberg son una muestra de ella. El realismo al servicio de la denuncia, pero ¿hasta dónde es lícito éticamente la presentación explícita de la misma? En la película de Mel Gibson carácter repetitivo de la violencia la convierte en un peligroso argumento de casi una hora de filmación, donde un impresionante en el uso del montaje y los efectos nos trasladan al lugar que nadie puede recordar. La atracción por el género "gore" reside en el mismo lugar donde se asienta la violencia humana, su escenificación más que un conjuro expresivo educa la sensibilidad en la dirección contraria.

El personaje de Doss es un loco de Dios. Personajes excéntricos y extravagantes nos hablan de Dios en medio de las difíciles condiciones humanas. Son en general apocalípticos, ya que muestran que cuando la razón humana está definitivamente perdida queda la acción sorprendente de Dios. Son como centinelas de lo sobrenatural que nos visita para recordar que hay una perspectiva distinta. Doss no es admirado por su elección no violenta sino por su valor sin medida. La condecoración real del personaje más que un reconocimiento de lo diferente del objetor es su integración en el desastre como patriota. Y entonces el loco de Dios queda sin sentido. Aquí está el problema del protagonista de "Hasta el último hombre".

Tengo la impresión que a Mel Gibson el exceso de Dios le coloca demasiado lejos de la encarnación. Curiosamente el director que más "carne rasgada" nos ha mostrado, adolece de un fuerte pesimismo sobre la "carne salvada". O cómo la presentación del amor divino puede ocultar su encarnación. El exceso atrapa como el espectáculo y de esto hay en la película. Pero la brisa suave atrae y se queda como la gracia.

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