El silencio

Hay muchos ruidos en nosotros y a nuestro alrededor. Sufrimos una contaminación acústica que supera los límites permitidos por lo saludable. En cualquier espacio de silencio nos sentimos incómodos porque el silencio parece un enemigo del momento que vivimos y hay que llenarlo como sea. Tenemos horror al silencio.
Muchos jóvenes van conectados a sus auriculares para hablar sólo consigo mismos en lugar de caminar en silencio, contemplar la naturaleza y el juego de los niños y disfrutar de ese momento especial en el que se puede pensar y soñar.
Escuchar el silencio es un deporte espectacular y muy relajante pero muy poca gente lo practica aunque es gratis. Parece un vecino incómodo que se sube con nosotros al ascensor con otros vecinos y estamos deseando llegar a nuestro piso porque no aguantamos ese silencio atroz de ir en un ascensor acompañados sin decir nada. Miramos arriba, abajo, el reloj...¡incómodos por tanto silencio!
En el templo, el sacerdote se sienta, después de la comunión y deja un instante de silencio para la acción de gracias, y si se prolonga un poquito más de lo habitual, comienzan las toses, los movimientos, las miradas al reloj... nos agobia el silencio con todas las cosas por las que tenemos que dar gracias a Dios.

En casa, la televisión nos arrebata muchos momentos de silencio para el diálogo y el encuentro entre los miembros de la familia. Una sala de estar sin la televisión puesta parece algo extraño.
Y sin silencio no es posible entrar en el ámbito maravilloso del misterio, de nuestra profundidad existencial, de lo sagrado...
A mí me encanta el silencio y me horrorizan esos restaurantes donde todo el mundo habla a gritos e impide que los demás podamos comunicarnos con naturalidad. El sonido del silencio es algo sublime que no podemos perder. Había que declararlo "Experiencia protegida"
Por eso es algo fundamental que, de vez en cuando, lo mismo que tomamos vacaciones, cogiéramos un tiempo de silencio, de retiro, de búsqueda de lo profundo y misterioso que hay dentro de nosotros mismos. Evitaría muchas consultas médicas y haría posible una serenidad en nosotros que nos aleja del estrés y del cansancio de vivir sumergidos en el ruido constantemente. Desde que se ha demostrado científicamente -siempre en Norteamérica- que la espiritualidad es una fuente de salud que evita muchas enfermedades y facilita la vida en todas sus dimensiones saludables yo me apunto al silencio siempre que puedo. Ya lo decía fray Luis de León allá por los siglos XVI- XVII, y aún no lo hemos tomado en serio: "Dichosos los que huyen del mundanal ruido y siguen la escondida senda por donde ha ido los pocos sabios que en el mundo han sido"
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