#adviento2023 Solaz

Solaz
Solaz

Solo su naturaleza resiliente le permitió sobrevivir

Ahí estaba, tumbada en ese camastro maloliente, inerte, los brazos a lo largo de su cuerpo, los dedos de su mano derecha moviéndose, sobre la sucia frazada. Cualquiera que la viera, pudiera pensar que eran movimientos nerviosos, mientras el cuerpo desnudo del hombre que la estaba penetrando terminara al eyacular.

No, sus dedos imaginaban que estaban sobre el largo teclado bicolor que por muchos años acarició, emitiendo notas musicales que en conjunto la deleitaron. Desde que era una pequeña, cuando apenas si parándose de puntitas alcanzaba el teclado del piano, tocaba atraída aunque interrumpiera a su papá o a su mamá en sus interpretaciones, mientras una mirada amorosa aprobaba su intervención. Para luego ser sentada sobre las piernas adultas y motivarla a tocar las teclas.

Sus padres, concertistas, sabían de su gusto por la música, el cual fomentaban cuando estaban en casa, después de largas giras por otros lugares. Por lo que su nana tenía la instrucción de dejarla tocar el piano, las veces que lo solicitara y eso sucedía muchas veces en los largos días de soledad, cuando sus padres estaban ausentes. Sus papás entonces añadieron la educación musical como parte preponderante de sus actividades diarias, ella feliz asumió el reto laborioso con perseverante pasión.

La música al paso del tiempo se convirtió en su compañera, en su amiga, en su obsesión,... en su otro yo que la esperaba y acompañaba paciente todos los días. En especial desde que aprendió que a través de ella podía dar rienda suelta a sus emociones infantiles y más tarde a su impetuosidad adolescente. Brahms, Schubert, Chopin, Tchaikovsky, Mozart, Händel, Bach, fueron amigos fieles en su solitario cotidiano por años.

Empezó la guerra, por fin sus papás estuvieron más tiempo en casa. Un día irrumpiendo su vida de manera violenta, los soldados enemigos llegaron, mataron a sus padres al oponerse a entregar su casa, a un alto coronel enemigo. A ella la sacaron a empujones y la llevaron a un campo donde con otras mujeres jóvenes, se convirtió en una mujer de consuelo para los soldados que iban pronto a salir al frente. La primera vez, la sostuvo un soldado poniéndole las botas sobre sus muñecas, mientras que otro la violaba. Pensó que moriría, después de que el soldado que había pisado sus brazos, lo hizo con el fusil que portaba. Durante muchos días no supo de sí, cuando la transportaron sangrante a otra habitación con otras que habían sido violentadas también. Solo su naturaleza resiliente le permitió sobrevivir.

Así que, nuevamente sola, esperando que ese soldado terminara, mientras ella en su interior imaginaba las notas de que la transportaban a su mundo. Solo a través de la música era como había aprendido a sobrevivir, por lo que el Trío No. 2, Óp. 100 de Schubert, Andante con moto,  con su suavidad inundaba su mente para evadir las sensaciones que ocasionaban las acometidas de ese soldado, casi un niño como ella. Lo irónico era que por su pasividad muchos soldados le hablaban de sus temores por ir al frente. No les ponía atención. Solo cuando percibía que alguno lloraba tanto que no podía mantener una erección, entonces para que terminara, le acariciaba la cabeza, mientras su otra mano seguía ejecutando la pieza musical que había elegido. Cuando el soldado en turno terminaba, se volteaba para que no se percatara de las lágrimas silentes que recorrían su rostro. Muchas veces ni siquiera le daba tiempo de asearse, cuando ya otro hombre empezaba a ejercer su violencia en ella. Así por horas. Por eso era vital que en su mente siguiera practicando una y otra vez las melodías, como en casa. Tenía quince años cuando la sometieron por primera vez a tal vejación, así que ahora, dos años más tarde, conociéndola como la pianista, cumplía su tarea diaria sin hablar. Tenía derecho antes de iniciar su trabajo a traer un cubo de agua, que muchas veces estaba tan fría que era un dolor asearse con ella. Pero que la mantenía ocupada al término de su faena. Ni siquiera la menstruación la salvaba de tal violencia, pues sin saber qué les daban en los alimentos, al paso de los primeros meses dejaban de tenerla, para que fueran más productivas en su trabajo.

En su mente, interpretaba los últimos acordes. Se acordaba de cada movimiento. Seguía siendo la música, su única compañera.

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