¿ La vida tiene sentido?

Me llamo David, tengo cuatro años. Vivo con mis papas y mi hermano Ángel en una hermosa casa rodeada de árboles y flores.
Mi abuela Laura viene a casa todas las mañana. Nos viste y nos lleva al colegio. Ayer no, era fiesta. Estamos en el jardín jugando. Mi hermano y yo Jugábamos con una pelota. Llamé mi abuela porque mi hermano de tres años, fue a buscar la pelota al fondo de la piscina y no salía. Ella se puso a gritar y se metió en el agua con la bata y el delantal, pidiéndome que le ayudase a sacarlo.
¡Se ha dormido allí en el césped! Yo intenté despertarlo pero no me hacía caso…
Por las noches, papá nos contaba un cuento y luego él, a escondidas, se venía un rato a mi cama. Llevo dos días durmiendo sólo. No sé dónde esta mi hermanito, ¡lo añoro!
Mamá se pasa todo el día llorando y papá, a su lado, le coge la mano. Mi abuela va de negro. ¡No me gusta nada ese color! Desde que lo lleva no ha vuelto a sonreír ni a cantar.
Estaban todos sentados en el porche y les he preguntado dónde está Ángel. “Mira, ¿ves esos pajaritos que están en el cielo? Ahora Ángel se ha convertido en uno de ellos. Cuando te acuerdes o le quieras contar algo, miras al cielo y buscas, verás como aparecerá para que tú le cuentes lo que quieras”- me ha dicho mamá mientras corrían muchas lágrimas por sus ojos.
No entiendo muy bien por qué él ahora quiere ser pájaro y no quiere jugar conmigo en el salón. Ahora mis padres están siempre mirándome y pendientes de lo que hago. ¿Por qué no viene Ángel al colegio? Cuando papá mira al cielo se pone muy triste, debe de estar hablando con él…No se le ve enfadado, sólo mira y busca a ver si lo ve. Mi madre se pasa horas mirando a través de la ventana, sentada y llorando. Yo le quito las lágrimas porque no me gusta verla así. Ya no me riñen como antes, mamá ha dejado de decir su frase favorita: “David, cuento tres. Si no vienes, te castigaré”.
Ahora todo lo que hago está bien, ya no se enfadan conmigo, no me dicen “no”. Algo pasa, porque todos me miran y sonríen. Miran al cielo y lloran. Empiezo a odiar a los pájaros. Ellos hacen llorar a mamá y yo no consigo verle.
Quiero contarle que me he vestido de pirata para ir a la fiesta de Óscar y por más que miro no consigo ver a ningún pájaro que se me acerque y me escuche.
Hoy en el patio he dicho a mis amigos que me ayuden. “Tenemos que matar a todos los pájaros. Ellos hacen que las personas se pongan tristes. A mi mamá le sucede. Y si todos mueren, quizá vuelva mi hermano”. Hemos cogido piedras y se las hemos tirado a los pájaros, pero no hemos alcanzado a ninguno. “¡Iros! Mamá llora, mi abuela va de negro ,mi papá me cuenta cuentos sólo a mí y yo quiero sentir el calor de mi hermano en mi cama cada noche”.

Somos conscientes y asumimos que la muerte forma parte de la vida, por lo tanto tenemos que saber aceptarla como tal, aunque llegado el momento inminente de la despedida, nos sigue costando demasiado, pero sobre todo es aún peor cuando se trata de la marcha de un niño o un joven porque ¿quién lo entiende? Las preguntas sin respuesta se suceden en nuestro interior, como humanos que somos, nuestro ser se revela ante eso y creo que es normal, pero en medio de ese dolor y desolación, intentemos percibir ese rayito de luz, esa mano que siempre está extendida, ese pecho en el que recostarnos; y es que solo en Él lograremos encontrar el sosiego en medio de la incomprensión y el dolor, aunque sea normal que ante situaciones difíciles nos rebelemos, hemos de hacerlo de forma diferente, porque sabemos que somos de Él y para Él.
Volver arriba