Desde 2013, Bangladesh ha sufrido una ola de atentados Benjamín Gómez, misionero javeriano español, fiel a Bangladesh pese al auge islamista

Un misionero javeriano español ha visto de todo en Bangladesh: la irrupción del textil, motines, dictadura o la muerte de un compañero por malaria, pero tras 23 años y pese a la violencia islamista inédita contra minorías religiosas que vive el país, él no renuncia a su compromiso.

"Antes había cierta calma en la convivencia. El deseo de crecer económicamente lograba que los grupos religiosos se entendieran. Ahora se ha instaurado una capa de miedo", lamenta a Efe el sacerdote Benjamín Gómez, oriundo del municipio madrileño de Ambite y que a sus 57 ha pasado en tres etapas la mitad de su vida en el Delta del Ganges, donde recaló por primera vez en 1986.

En el distrito Mymensingh, un paraje bucólico del verde Bangladesh rural, a unas dos horas en coche al norte de Dacca, el religioso sigue entusiasmado con los proyectos de la misión, escuelas y albergues de acogida para niños huérfanos o de familias desfavorecidas, jugar al fútbol con chavales, desarrollar una sala de ordenadores y no falla a su cita casi diaria con la Eucaristía.

Sin embargo, se ha impuesto una mayor cautela.

Desde 2013, Bangladesh ha sufrido una ola de atentados contra pensadores laicos, fieles de todo tipo de religiones, activistas y ciudadanos extranjeros que se intensificó en 2015 y ha causado alrededor de 70 víctimas mortales, 22 de ellas en un asalto mortal a un restaurante de Dacca hace un mes.

La violencia también ha golpeado a la comunidad cristiana, que cuenta con alrededor de un millón de creyentes en esta nación fundamentalmente musulmana de 160 millones de habitantes, situándose detrás de la hindú y a la par de la budista entre el 10 % de minorías no islámicas.

Un misionero católico italiano, Piero Parolari -"menuda santa persona", dice el religioso español-, fue herido por disparos en el distrito septentrional de Dinajpur el pasado noviembre y un humilde comerciante cristiano, Sunil Gomes, murió acuchillado en junio también en el norte.

El padre Benjamín observa estos acontecimientos con preocupación y cree que la crisis política que estalló en 2013 y las ejecuciones de líderes islamistas por crímenes de guerra "han creado un caldo de cultivo" que ha beneficiado a "fenómenos externos" como el Estado Islámico (EI) y a mafias locales que han tomado partido.

"Se ha liado tanto la madeja que ya no hay quien la desenrede. Los frentes que tienen aquí son muchos y de mucho orden", dijo.

"Uno antes iba cada día con la moto a dos o tres escuelas a ver cómo están las cosas, ahora te lo piensas", reconoce, al relatar que también daba la misa del domingo para una comunidad con 40 personas y ya lleva tres semanas sin hacerlo.

"Solía salir a afeitarme en barberías de la zona. Las familias me dicen que no me mueva", afirmó.

El padre, un torbellino de energía, mantiene contacto con la Policía para que estén alerta, aunque asegura que lo mejor es seguir tejiendo vínculos fuertes con los lugareños, que en esa zona son una mezcla de la etnia mayoritaria bengalí y grupos tribales como los garo, un comunidad matrilineal con rasgos mongoloides que come cerdo y bebe vino de arroz.

"Nosotros hemos empezado siempre desde una cabaña, yo he vivido sin misión, sin edificio. No nos planteamos vivir con muros, es importante que te vean, que sepan quién entra y quién sale", justificó.

Y está preparado para la crisis actual, dice, pues hace tiempo que la Misión de San Francisco Javier apostó por el diálogo interreligioso y la inmersión cultural en los misioneros: 18 quedan en Bangladesh de 42 que fueron.

En su caso, eso le lleva a hablar muchos idiomas, incluido el bengalí, lengua con la que concienzudamente prepara sus sermones, salpicados de proverbios tradicionales que intercala constantemente en su español.

Tras elogiar la posición aperturista hacia el islam del papa Francisco, el padre asegura que años atrás podía recitar de memoria el Corán de principio a fin después de estudiar árabe y aprender ese libro sagrado junto a estudiantes de importantes madrasas (escuelas coránicas) bangladesíes, y todavía hoy es capaz de pronunciar suras.

"Para mí, la presencia de Dios está en todos lados. Si familias musulmanas me invitan a comer por Eid-ul-Azha (festival del sacrificio de animales) voy. Ya he ido", argumenta, para subrayar que el objetivo es que "las minorías no sean segregadas", sino que convivan con los musulmanes en medio de un "respeto" mutuo.

La lástima, asiente, es que el yihadismo ha eclipsado todo lo demás en un país superpoblado, con marcadas desigualdades sociales y desafíos de desarrollo, en el que un cuarto vive bajo el umbral de la pobreza, ámbitos en los que el misionero javeriano ha centrado siempre sus esfuerzos.

Con todo, encara el futuro con convicción. "Me preguntas si pienso en volver. Mi tentación es más de quedarme". (RD/Agencias)

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