21 preguntas abiertas a tres exegetas católicos

Hoy escribe Fernando Bermejo

Hasta hace poco no había tenido noticia de la aparición del libro (Qué se sabe de… Jesús de Nazaret), escrito por tres exegetas de Deusto (Rafael Aguirre, Carmen Bernabé y Carlos Gil), que Antonio Piñero comentó ayer en este blog. Mi colega y amigo llama la atención sobre unas curiosas referencias en ese libro a algunos estudiosos españoles entre los que me incluyo. Tras consultar las páginas en que tales referencias se contienen, y aunque no me haya sentido realmente sorprendido (ciertos patrones, ay, se repiten sin cesar), no puedo ocultar mi decepción. Por esta razón, he decidido escribir aquí una Carta Abierta a los tres exegetas mencionados (son los tres quienes firman la sección pertinente y por tanto los tres son responsables de las manifestaciones vertidas). En ella efectúo una serie de consideraciones elementales y les formulo públicamente algunas preguntas, cuyo interés los lectores reflexivos podrán rápidamente percibir.


Estimados Carmen, Carlos y Rafa:

Confío, ante todo, en que estéis muy bien. Aunque no he coincidido con algunos de vosotros sino fugazmente, tenemos amigos comunes y las referencias que hasta ahora tenía me inducían a sentir respeto por vosotros. En lo que sigue, sin embargo, quedarán claras las razones de la decepción que he experimentado al leer algunas páginas de vuestro último libro, y os formulo una veintena –más una– de preguntas.

Ninguna de estas preguntas es retórica: todas –aunque desde la alegría y el buen humor– están formuladas con completa seriedad. Así pues, y dado que entrañan cuestiones de honradez intelectual y moral, confío en que tengáis la gentileza, la valentía y la decencia de responder a todas y cada una (entretanto no lo hagáis, me siento obligado a dejar en suspenso la consideración que hasta ahora os tenía).

- Las referencias que hacéis a Josep Montserrat, Gonzalo Puente Ojea y a mí se contienen en las pp. 243-244 de vuestro libro. Los párrafos que enmarcan esas referencias son los siguientes:

“Se percibe un malestar notable en este campo, reflejo de viejos contenciosos no superados y de prejuicios anacrónicos. En efecto, hay quienes consideran que la condición de creyentes y el marco institucional teológico descalifican totalmente la investigación histórica sobre Jesús, porque son condicionamientos que impiden la libertad y el rigor imprescindibles. Esta acusación es muy beligerante y está muy viva en España” (p. 243).

A renglón seguido vienen los breves párrafos dedicados a Josep Montserrat, Gonzalo Puente Ojea y a mí. Luego el texto continúa de esta guisa:

“Pero si hemos citado a estos autores es porque nos parece que sus opiniones reflejan una sospecha muy extendida socialmente sobre las investigaciones procedentes de ambientes confesionales, lo que se traduce en el prestigio actual de una literatura esotérica y fantasiosa sobre Jesús y los orígenes del cristianismo, normalmente de nulo valor. Es instructivo y frecuente el maridaje de increencia y credulidad” (p. 244).
O sea, las referencias a los autores citados se enmarcan entre las expresiones “viejos contenciosos no superados y prejuicios anacrónicos” y “acusación beligerante”, por una parte, y “literatura esotérica y fantasiosa” y “credulidad”, por otra.

1ª pregunta: El marco que habéis elegido y construido para referiros a algunos estudiosos españoles no creyentes ¿posee alguna función retórica, aparte de la de predisponer al lector a considerar que esos autores no merecemos realmente crédito?

2ª pregunta: ¿Os parece intelectualmente serio y moralmente honrado mezclar, sin solución de continuidad, las opiniones críticas mencionadas –de autores que (al margen de sus hondas diferencias de estilo y expresión) han dedicado muchos años de su vida a estudiar el Nuevo Testamento y los orígenes del cristianismo– con los prejuicios populares más burdos y crasos (“prejuicios anacrónicos”, “literatura esotérica y fantasiosa”, “credulidad”?

- Volvamos a vuestro primer texto. La redacción indica con toda claridad que, para vosotros, Montserrat, Puente Ojea y yo mismo estamos entre “quienes consideran que la condición de creyentes y el marco institucional teológico descalifican totalmente la investigación histórica sobre Jesús”. Veamos: “descalifican totalmente”. Lo curioso, sin embargo, es que a renglón seguido decís de J. Montserrat que “por otra parte, reconoce que estudios de creyentes hacen aportaciones de gran valor” (p. 243).

3ª pregunta: ¿Cómo es posible que alguien que reconoce el “gran valor” de las aportaciones de estudiosos creyentes considere al mismo tiempo que la condición de creyente “descalifica totalmente” la investigación? ¿No percibís aquí cierta inconsistencia?
Está claro que, o falla la lógica de Montserrat, o falla la vuestra. Ahora bien, resulta fácil demostrar cuál falla. Una cosa es la erudición y el valor informativo de las mejores obras confesionales –que Montserrat reconoce, como lo hace Puente Ojea, un servidor, y cualquiera que tenga ojos para ver– y otra cosa distinta es que las orientaciones ideológicas acostumbren a lastrar esas obras. En mis artículos de la Revista Catalana de Teología –a los que luego nos referiremos– yo he afirmado que hay obras confesionales (v. gr. la de Johannes Weiss, Die Predigt Jesu vom Reiche Gottes, a la que dediqué cuatro páginas: 2005, pp. 365-368) “el grueso de cuyas conclusiones está perfectamente vigente hoy en día” (2005, p. 369); he citado a autores como Goguel, Meier o Theissen manifestando que hay mucho de válido en ellas (2006, pp. 56ss); en la p. 110 n. 208 afirmo, por ejemplo: “sin duda obras como la de Sanders o Meier aclaran mejor y con más minuciosidad ciertos aspectos”, etc., etc., etc.

Lo que yo afirmo, y no soy el único –os lo repito para que os quede claro, a pesar de haber dedicado decenas de páginas a explicarlo (no hay peor sordo que el que no quiere oír)– es que en muchísimas obras de autores confesionales dedicadas supuestamente a la figura histórica de Jesús se introducen de rondón, con mayor o menor frecuencia, afirmaciones gratuitas e inconsistentes que dependen de presupuestos teológicos (vuestro libro es el enésimo ejemplo, y me da ulteriormente la razón), con lo cual tales autores se autodescalifican parcialmente como historiadores fiables. Una descalificación parcial no es una descalificación total, al igual que una descalificación (gratuita) no es lo mismo que una autodescalificación. Estoy seguro de que estas diferencias no serán demasiado sutiles para vuestra inteligencia.

4ª pregunta: Si al menos tanto Montserrat como yo reconocemos explícitamente el valor de la mejor investigación confesional –que citamos y usamos–, ¿por qué caricaturizáis nuestra posición atribuyéndonos la peregrina idea de que la condición de creyente descalifica totalmente la investigación histórica sobre Jesús?

El párrafo que me atañe comienza así:

“Fernando Bermejo, con una erudición enorme, piensa que la investigación crítica sobre Jesús ha llegado hace tiempo a unas conclusiones incompatibles con la fe cristológica.” (p. 243).

Al margen de la –totalmente inmerecida– mención a mi erudición, el problema de esta afirmación no radica en que no sea verdad, sino en que en aquello a que se refiere no es toda la verdad. En efecto, da a entender que sólo F. B., o a lo sumo un par de increyentes especialmente beligerantes en la piel de toro, sostiene(n) tal cosa. Ahora bien, esto no es así: esa conclusión no es idiosincrásica, pues hay estudiosos reflexivos en y fuera de este país que piensan lo mismo (en los artículos míos que citáis me he referido, por ejemplo, a un arameísta de la talla de Maurice Casey).

5ª pregunta: ¿Por qué dais a entender a los lectores que la idea de que las conclusiones de la investigación crítica sobre Jesús son incompatibles con la fe cristológica es una idea idiosincrásica de uno o dos españoles especialmente beligerantes, cuando sabéis perfectamente que esta idea es compartida no sólo por otros estudiosos españoles sino también por exegetas extranjeros muy bien informados?

Proseguís con las citas de uno de mis artículos:

“La pretensión de servir simultáneamente al Cristo de la fe y al Jesús de la historia es sólo posible si se reintroduce de rondón en éste último a los avatares de aquél […] Al estudiar al Jesús histórico, los exegetas recurren al lenguaje científico, pero muchos no parecen poder liberarse de la necesidad de buscar en aquél la justificación de sus concepciones religiosas, incurriendo así en un discurso criptoteológico. En ello no hay mala fe, pero sí –cabe temer– una falta de genuino interés en la recuperación cabal e incondicional del Jesús histórico”.

Y seguís con la siguiente perla:

“Nos parecen inaceptables estas descalificaciones a priori”, añadiendo: “Es ésta una de las razones que nos han movido a escribir este libro”.

Dejando aparte que la paginación que dais de mi primer artículo es errónea, que no mencionáis la página donde se hallan las citas y que la primera frase va en mi texto después –y no antes– de la segunda, hay cosas más inquietantes y curiosas en este modo de referirse a mí.

En primer lugar, las citas de mi artículo de 2006 corresponden a la p. 98. Ahora bien, ese artículo comienza en la p. 53 y termina en la p. 114. Así pues, mis afirmaciones se efectúan después de 45 páginas de análisis previo. Si a esto le sumamos las 58 páginas (no las 16 que pretendéis) de mi primer artículo (pp. 349-406), no es necesario ser un genio del cálculo para deducir que mi afirmación está hecha después de ¡103 (ciento tres) páginas de análisis! En esas 103 páginas, para decirlo sintéticamente, yo demuestro (no “opino”, sino que demuestro) entre otras cosas:

1) que el paradigma historiográfico actualmente imperante sobre la historia de la investigación sobre Jesús (que, por cierto, seguís reproduciendo en lo esencial en vuestro libro) adolece de gravísimas falsedades e inconsistencias (véase mi artículo de 2005);

2) que la tesis de la irrelevancia de la investigación del Jesús histórico (mantenida por una parte de la exégesis confesional hasta hoy) está caracterizada por trivialidades, falacias, caricaturas y contradicciones (2006, pp. 76-85);

3) que en la exégesis confesional (mayoritaria) que investiga al Jesús histórico perviven hasta hoy una serie de nociones cuya carencia de fundamento ha sido mostrada –por autores confesionales o no– una y otra vez, con lo cual incluso las obras sobre Jesús de los autores intelectualmente más serios (como v. gr. J. P. Meier o J.D.G. Dunn)– son obras sincréticas en las que los prejuicios teológicos se cuelan una y otra vez (2006, pp. 85-95; dicho sea de paso: por lo que dice Piñero y yo mismo he visto, lo mismo ocurre en vuestro último libro).

Esto no son meras opiniones a la ligera, sino conclusiones de análisis minuciosos a lo largo de decenas y decenas de páginas, plagadas de argumentos y de ejemplos extraídos de las obras de los más preclaros exegetas confesionales. Claro que, en el análisis de mis argumentos (algunos de los cuales han sido también expuestos por exegetas como E. P. Sanders, R. J. Miller, M. Casey o D. C. Allison –todos son citados en mis artículos–), vosotros preferís no entrar (¡mientras os atrevéis a decir que mis afirmaciones son una de las razones que os han llevado a escribir vuestro libro…!).

6ª pregunta: ¿Creéis que es intelectualmente serio y moralmente honrado presentar las conclusiones de un autor como si fueran una mera opinión peregrina, sin mencionar –por someramente que sea– los detallados argumentos en que se basa?

La redacción de mis dos artículos mencionados supuso un trabajo de casi dos años en los que hube de leer y analizar gran cantidad de obras desde el s. XVIII hasta comienzos del s. XXI, amén de otra enorme cantidad de bibliografía secundaria.

7ª pregunta: ¿Acaso no es una muestra de confusión mental considerable –pues no me atrevo (al menos por el momento) a achacaros cinismo– presentar como juicios a priori lo que no son evidentemente sino juicios a posteriori?

En segundo lugar, uno de los pasajes que citáis de mi artículo se refiere a “muchos” exegetas, no a todos. “Muchos”, para quien entiende el castellano, no son “todos”, ¿verdad que no? Y se refiere a “muchos” no sólo porque no he leído a todos, sino también porque –lo repito– hay obras de creyentes (como J. Weiss) de las que yo suscribo casi todo. Y se refiere a “muchos”, porque en las decenas de páginas previas yo demuestro inconsistencias, contradicciones y non sequitur en numerosos autores.

8ª pregunta: ¿Hay algo más que afán de ridiculizarme al afirmar que yo efectúo “descalificaciones”, cuando lo que he hecho ha sido demostrar que muchos autores que analizo se descalifican intelectualmente a sí mismos, ellos solos (con sus inconsistencias, sus contradicciones y sus non sequitur)? ¿No es acaso cierto que no es lo mismo una descalificación a priori que una crítica sólidamente argumentada?

9ª pregunta: Publicar en un libro que un autor hace descalificaciones a priori cuando esta afirmación es grave y falsa, ¿no es acaso sino una calumnia, por la que deberíais sentir vergüenza? Y si lo es, ¿no creéis que merezco que entonéis la palinodia y os retractéis públicamente?

10ª pregunta: Si afirmaciones centrales vertidas en mis artículos publicados en 2005 y 2006 son tan inaceptables y tan apriorísticas, ¿cómo se explica que desde entonces ni un solo exegeta o teólogo de este u otro país –los hay a cientos, y producen no poco papel impreso– se haya dado el gusto de publicar un artículo para refutarlas (vosotros mismos no esgrimís ni un solo argumento válido)?

11ª pregunta: Si afirmaciones centrales vertidas en mis artículos publicados en 2005 y 2006 son tan inaceptables y tan apriorísticas ¿cómo se explica que la Facultad de Teología de la Universidad de Lausanne me haya invitado a conferenciar sobre mi posición? ¿Y cómo se explica que un extenso artículo mío en inglés que expone –amén de algunas consideraciones adicionales– esencialmente las mismas ideas que las de mis artículos en español haya sido aceptado para su publicación en el Journal for the Study of the Historical Jesus, una de las revistas más prestigiosas en este ámbito (aparecerá dentro de un mes)?

Si yo pienso –y ciertamente lo pienso– que la investigación crítica sobre Jesús ha llegado hace tiempo a unas conclusiones incompatibles con la fe cristológica, tal pensamiento se sigue pura y simplemente del hecho de que yo extraigo los corolarios (2006, pp. 64-70, y aún más específicamente pp. 68-70) del consenso sobre Jesús expuesto en mi segundo artículo (2006, pp. 54-64).

Cuando he escrito que cabe temer en muchos exegetas “una falta de genuino interés en la recuperación cabal e incondicional del Jesús histórico” (2006, p. 98), obviamente me refiero no sólo a la introducción en sus obras de elementos teológicos, sino también al hecho de que no extraen los corolarios lógicos de sus análisis (vosotros, como señala A. Piñero, tampoco los extraéis).

12ª pregunta: Los corolarios de las pp. 68-70 de mi artículo de 2006 ¿no se siguen realmente de los análisis previos –que, como he argumentado, es el resultado del mayor consenso obtenible? Si creéis que no se siguen, ¿podríais por favor explicarme (uno por uno) por qué creéis que no se siguen, es decir, qué inferencias inválidas he efectuado?
(Esta pregunta es muy importante, no vaya a ser que tengamos ideas diferentes de lo que es un argumento y una consecuencia lógica, en cuyo caso resultaría que cualquier diálogo entre nosotros estaría de antemano condenado al fracaso).

Continuará mañana.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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