Sigue la crítica a "Los tres proyectos de Jesús y el cristianismo naciente" (III) (126-03)


Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con nuestros reparos a la tesis fundamental de Senén Vidal en su obra “Los tres proyectos de Jesús”, sobre el tercero de estos proyectos y su relación con el primer cristianismo.


Tercera dificultad:

Lo que es válido para el judeocristianismo, en tanto que judíos, o en su aspecto de judíos practicantes de la Ley, es válido igualmente –y en mayor grado- respecto al Jesús histórico. Sobre el Jesús de la historia ha quedado ya, en este blog, como axioma firme de la investigación, incluso de la católica, que Jesús “se mantuvo siempre fiel al judaísmo” (así R. Aguirre-C. Bernabé-C. Gil, Qué se sabe de Jesús de Nazaret, Verbo Divino, 2009, p. 246)

Un judío fiel como Jesús no quiso fundar un culto nuevo ni una religión nueva (así el mismo S. Vidal). En ese caso es prácticamente impensable que instituyese la Eucaristía tal como la presenta Pablo y, tras sus pasos, el Evangelio de Marcos, cuya fuente de inspiración es el Apóstol a mi parecer (a pesar de los aparentes argumentos en contrario de J. Jeremias), por una razón que me parece muy seria: si Jesús hubiese instituido ese rito, con todas sus consecuencias, habría hecho explotar instantáneamente su religión judía. Lo veremos con más claridad cuando describamos qué habría supuesto para el judeocristianismo aceptar este rito en la siguiente y última postal de este comentario.

Es muy difícil admitir que pueda adscribirse al Jesús histórico que él llegó al final de su vida a la concepción que le atribuye S. Vidal, a saber que él “con la nueva mediación suya como agente mesiánico” (es decir, con su muerte) “quedaba superada la mediación del culto en el Templo”. Por muy suave que sea la interpretación de estas palabras en el lenguaje de S. Vidal, son demasiado fuertes para que constituyan el pensamiento de un Jesús, quien cinco días antes de morir acababa de entrar como “rey mesiánico” judío en Jerusalén (así Vidal) y que acababa de hacer el signo del Templo que tenía como finalidad afirmar que en un futuro muy próximo Dios volvería a construir un santuario nuevo y puro, no hecho por mano de hombres, que cumpliera exactamente sus funciones. Ese Jesús tenía plena conciencia del valor perenne de todas las funciones de un Templo debidamente puro.

Por ello es difícil, además, aceptar que en la Última Cena apareciera un Jesús que tiene ya claro que su muerte tenía “fuerza de expiación”. Naturalmente todo depende de lo que se entienda por “expiación”. Si se comprende por ello lo que entiende Senén, a saber, con la aceptación de su muerte, se eliminaban las barreras que impedían que Dios actuara creativamente con el pueblo elegido, para crear la nueva humanidad en el Reino. “Debía significar la superación de la maldad del pueblo judío rebelde, es decir, debía tener fuerza de expiación”. Eso no es, ni mucho menos lo que el cristianismo inmediatamente posterior entenderá por “expiación”. Las palabras son las mismas; el significado profundo muy diferente.

Igualmente puede decirse lo mismo de la afirmación de Senén Vidal de que “Jesús ya tenia clara la idea de que su muerte era salvadora”. Todo depende qué se entiende por la palabra “salvación”. Los requisitos para la salvación del ser humano en Jesús y en Pablo son radicalmente distintos, y lo hemos defendido largamente en el blog de Religiondigital (serie sobre la “teología básica del paulinismo, postales 109-02 a 109-12).

Desde luego hemos sostenido también ya que no puede afirmarse, como hace Vidal claramente, que en este sentido salvador lo señalaban “las palabras del rito del pan, al comienzo de la Cena, y en el rito de la copa, al final de ella”. Buena parte de la postal anterior ha estado dedicada a mostrar cuán probable es que la institución de la Eucaristía sea una interpretación paulina, sin tradición alguna anterior… y mucho menos de la comunidad de Jerusalén, como sostiene Vidal. Esa tradición parte de Pablo y se extiende a partir de las comunidades paulinas.

Lo que ocurrió fue que los grupos judeocristianos fueron barridos por la historia, y desde mediados del siglo III apenas quedan restos notables de judeocristianismo en el cristianismo normativo (de los 76 evangelios que han llegado hasta nosotros, los fragmentos de evangelios judeocristianos son muy pocos). Algún día explicaremos cómo nuestra fuente principal para entender el cristianismo antiguo, el Nuevo Testamento, no es la fuente del cristianismo a secas, sino particularísimamente del cristianismo paulino…, el único que triunfó a la larga (tesis de "Los cristianismos derrotados").

Es batante probable, por último, que el sentido teológico de la expiación del cristianismo paulino es más bien un concepto griego- no judío; por tanto no del Jesús histórico, sino de la comunidad helenística con Pablo a la cabeza, como ha defendido brillantemente Henk S. Versnel en su artículo “La muerte de Jesús como acontecimiento de salvación: influencias paganas en la doctrina cristiana”, publicado en E. Muñiz-R. Urías (eds.), Del Coliseo al Vaticano. Claves del cristianismo primitivo. Fundación Lara, Sevilla, 2005, pp. 33-56, artículo que deberíamos comentar en una serie de este blog.


Cuarta dificultad

Puede ser cierta la explicación de S. Vidal de que, con la asunción de su muerte, cambió en Jesús el sentido de inmediatez de la venida del Reino: la realización del Reino se trasladó hacia un futuro impreciso, aunque definitivo. Igualmente pudo albergar Jesús la idea, como judío piadoso que era, que como agente mesiánico debía ser resucitado por Dios para disfrutar del reino y que ello implicaría su “posterior entronización por parte de Dios como soberano mesiánico”.

Ahora bien, ya no me parece una conclusión probable lo siguiente: “De este modo se explican los dichos de Jesús sobre el Hijo del Hombre como juez futuro que hablan de su futura parusía” y que ha de ser el juez de vivos y muertos. Aunque cada uno pueda tener rasgos debidos a la teología de los cristianos y no a la de Jesús, “el conjunto no se explica sin un apoyo en un núcleo en el Jesús histórico”. Esto último no lo creo posible, ni siquiera para el conjunto de esos dichos después del concienzudo estudio de todos ellos elaborado, tras muchos años, por el aramaísta Maurice Casey en su obra The Solution to the ‘Son of Man’ Problem (“La solución al problema del ‘Hijo del Hombre’", Editorial T. and T. Clark, Londres 2007).

M. Casey observa que estos dichos sobre el Hijo del Hombre futuro y como juez están pensados en griego, no en arameo, la lengua de Jesús; por tanto están elaborados con posterioridad a Jesús; que no se corresponden a la estructura de los dichos auténticos del Nazareno sobre él como hijo del hombre, que son fácilmente retrotraducibles al arameo; y que esos dichos sobre el futuro y la parusía del Hijo del Hombre están plagados de conceptos adscribibles a la teología postpascual en su misma esencia, no son meros “adornos” de la teología postpascual eliminables de un núcleo histórico. Ni siquiera pueden pensarse al estilo de algunas sentencias auténticas de Jesús que transmitían la posibilidad de que él barruntase su muerte y futura resurrección. Por tanto, estos dichos sobre la parusía no caben en el tercer proyecto de Jesús, ni en ninguno.

Concluiremos en la próxima postal.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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