Jesús de Nazaret y el amor a los enemigos. La ética de Jesús según R. Armengol (VIII) (632)

Escribe Antonio Piñero

Prometimos en nuestra postal anterior añadir una ulterior matización sobre el concepto de enemigo al que Jesús se refiere cuando manda “amar a los enemigos”, pues sosteníamos que Jesús nunca pudo mandar el amor hacia los romanos, enemigos del Reino de Dios, o los judíos de las clases elevadas que colaboraban con los dominadores, como colectivo.

Hay que distinguir muy bien entre enemigo personal y público (cada fariseo en particular, sus “colegas” en las líneas fundamentales de su fe judía, con los que Jesús discutía no eran “enemigos” estrictos, sino adversarios, por mucho que discutieran entre sí. Los planes de matar a Jesús por parte delos fariseos, nada más empezar su vida pública en Galilea, son una evidente exageración de los evangelistas (otra cosa serían los jefes delos sacerdotes, todos saduceos y al final de su ministerio), como están de acuerdo prácticamente todos los comentaristas, incluidos los católicos.

Y como Jesús no hace tal distinción (al menos en la tradición evangélica) tenemos que recurrir al trasfondo de la Biblia hebrea que era la base del pensamiento de Jesús sobre los enemigos privados y los públicos.

La dificultad de la distinción reside en que ya en el griego de los LXX (o Septuaginta en latín, la traducción griego muy antigua, comenzada hacia el 270 a.C. de la Biblia hebrea) el vocablo echthrós traduce de una manera casi constante el hebreo 'oyeb que significa tanto el enemigo personal como el político-nacional. En su excelente artículo "echthrós, échthra" (“enemigo/enemistad”) del Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament (“Diccionario Teológico del Nuevo Testamento”) comenta Foerster cuán sorprendente es que los LXX y –menos en Ester 9,16– eviten cuidadosamente polémios en los libros canónicos de lo que hoy llamamos Antiguo Testamento.

En los escritos pseudoepigráficos del Antiguo Testamento (lo que llamamos “Apócrifos del Antiguo Testamento) aparece esta última palabra, griego polémios (enemigo público; latín hostis)), más veces, pero la confusión entre echthrós, polémios = inimicus/hostis = enemigo privado/público es total (columna 811).

En el Nuevo Testamento, ciertamente, echthrós significa el enemigo privado, como en Romanos 12,20 (“Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza” = lo avergonzarás y le pondrás la cara roja) ; Gálatas 4,16 (“¿Es que me he vuelto enemigo vuestro diciéndoos la verdad?”), pero uniéndose al sentido de los LXX, aparece este vocablo para designar también a los enemigos de Israel. Así en el importante pasaje de Lc 1,71.74, el cántico de Zacarías ("Que nos salvaría de nuestros enemigos (echthrôn) y de las manos de todos los que nos odiaban, haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza"), y en Lc 19,43, en la predicción sobre la destrucción de Jerusalén. Igualmente en otros textos que hablan de los enemigos de Dios y de su Mesías (Lc 19,27; Flp 3,18; Hch 13,10).

Ahora bien, aunque, con el citado investigador Foerster (columna 813 del Diccionario que mencionamos arriba), admito que no pueda establecerse desde el punto de vista de la lingüística ninguna distinción en Mt 5,43-44 (“«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan,”) entre enemigo público y privado esta conclusión no impele por sí misma a pensar que Jesús ordenó expresamente el amor a los enemigos públicos en cuanto tales.


Y digo que –desde el punto de vista de la lengua no podemos establecer diferencias– porque el “enemigo” no es solamente paralelo a “los que os persiguen” (de modo que de esta manera echtrós forma la contraposición a plesíon, "prójimo", el connacional y copartícipe en la fe), sino que también se refiere al precepto del odio a los enemigos públicos muchas veces nombrado en el Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, el mandato de eliminar a los cananeos en lugares tales como Sal 31,7a 139,21. Echthrós (“enemigo público y privado) significa también, en la parábola de la cizaña, Mt 13,24ss, y en Lc 10,19 el enemigo por antonomasia, en sentido absoluto, el Diablo. Y si no podemos hacer distinciones en el plano de la lengua, el griego en la que están traducidos los dichos de Jesús, no tenemos más remedio que obtener conclusiones generales de su comportamiento, tal como lo pintan los mismos evangelios.

La verdadera dificultad reside en el texto de Mt 5,38.41, "presentar la otra mejilla", o "el que te obligue a andar una milla, ve con él dos", puesto que parece que los dos ejemplos se refieren expresamente a prácticas vejatorias de los romanos / mercenarios sirios contratados por ellos como miembros de las cohortes establecidas en Israel que actuaban en contra de la población judía sometida. Mt 25,40 (“Y el rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”) es un texto, sin duda secundario, aunque de tradición judía; es decir, no es adscribible al Jesús histórico – el amor al enemigo se reduce intracomunitariamente a los hermanos. En los escritos joánicos el prójimo y el amor por él queda reducido al amor fraterno intracristiano, sin duda. La parábola del Samaritano (Lc 10,30-37) no es una verdadera dificultad, porque –aunque el que ejercita los actos de caridad para con el expoliado era en sí un enemigo de Israel– actúa caritativamente en el ámbito de las relaciones privadas. Jesús en esta parábola extiende extraordinariamente, sin duda, el concepto de prójimo, mucho más allá de lo que podían ni siquiera imaginar el sacerdote o el levita, representantes del pensamiento judío de la época. El samaritano, en el ámbito de las relaciones personales es un verdadero prójimo y debe ser amado. Como enemigo del Dios de Israel, en otros contextos, tendría que ser combatido

Por tanto, si el pasaje de Mateo es auténtico, y parece tener todos los visos de serlo, tendríamos el hecho de que Jesús manda amar realmente a los enemigos de Israel, que practican tales vejaciones. Hay que confesar que este texto es anómalo en todo el conjunto de lo que podemos reconstruir de Jesús y que requiere una explicación. Ésta puede hallarse tan sólo, creemos, en la consideración del contexto en el que se halla inserto.

Si se observa bien, el conjunto del Sermón de la Montaña se refiere a relaciones privadas, al ámbito de la moral de rango personal: comenzando por la bienaventuranzas (al menos las tres reconocidas como auténticas 1. "Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos". 2. "Bienaventurados los que tienen hambre, porque serán saciados". 3. "Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán”) y siguiendo por la observancia de la Ley, el discurso insiste en las relaciones entre dos particulares: no encolerizarse con el hermano, ni siquiera desear la mujer del prójimo, prohibición del divorcio, del perjurio y de la venganza, la limosna, la oración y el ayuno.

En el centro de esta constelación se halla el precepto del amor. ¿Debe considerarse roto el marco de las relaciones privadas para pensar que Jesús proclamó el amor a los enemigos públicos y oficiales del Reino de Dios? No parece verosímil. Y si Jesús lo hubiese querido afirmar de modo expreso, y ante tamaña novedad en el seno de Israel ¿no esperaríamos una formulación mucho más clara? Como no es éste el caso, podemos sostener, siempre dentro del ámbito de lo verosímil, que Jesús se refería en este texto aparentemente anómalo –lo mismo que en la parábola del Buen Samaritano– a una extensión inusual del concepto de prójimo: desprovisto de su carácter de ofensor o impedimento para la venida del Reino, y en otro contexto, el mismo fariseo, o saduceo, que antes era "raza de víboras" podía y debía ser objeto de amor. Este texto del Sermón de la Montaña, por consiguiente, no rompería la afirmación que hacíamos anteriormente: la ética de Jesús es doble: amor incondicionado hacia dentro, hacia el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha y oposición sólo hacia fuera, hacia los adversarios político-religiosos del Dios de Israel.

Si la argumentación que postula en Jesús una predicación del amor a los enemigos, incluso públicos, del Dios de Israel, en cuanto tales fuera correcta, deberíamos esperar de las fuentes una presentación de Jesús practicando este amor a los enemigos. En su vida pública, sin embargo, no parece que el Nazareno mismo fuera un modelo de contención, paciencia y amor con sus enemigos. Las furiosas diatribas contra fariseos, saduceos y escribas han llamado siempre la atención (véanse también los siguientes textos: Mt 10,16 "ovejas en medio de lobos"; Mt 11,20: ayes contra las ciudades impenitentes; Mt 12,39: "generación malvada y adúltera"; Mt 12,34: "raza de víboras...", etc.).

Jesús es ciertamente sumamente original al extender de este modo el concepto de prójimo y ordenar este doble precepto del amor, a Dios y al prójimo, incluyendo en este último término también a los "enemigos públicos" cuando se hallan dentro del ámbito de lo privado. Debe reconocerse que el conjunto de la ética radical de seguimiento para ser digno del Reino encaja y se explica mucho mejor en el ambiente social-político de una ansiosa espera de una intervención celestial que acabara, entre otras cosas, con el odioso dominio gentil, como colectivo, sobre Israel.


Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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