Juan el Bautista y los marginados



Hoy escribe Fernando Bermejo

Como hemos tenido ocasión de comprobar, entre los grupos que iban a ver a Juan el Bautista y a pedirle consejo se nombra en los evangelios a los recaudadores de impuestos (Lc 3, 12-13), una noticia que resulta verosímilmente histórica. Ahora bien, el mencionado pasaje de Lucas no es el único que pone a Juan en relación con los recaudadores. Otro pasaje del mismo evangelio dice así (en boca del narrador): “Todo el pueblo que le oyó y los publicanos dieron a Dios la gloria de justo, siendo bautizados con el bautismo de Juan” (Lc 7, 29); el texto continúa oponiendo la reacción de los publicanos a la de los fariseos, que no se hicieron bautizar por Juan.

Pero la cosa no acaba con Lucas. El evangelio de Mateo contiene al respecto otro pasaje revelador, puesto esta vez en boca del propio Jesús, que en el contexto tiene como interlocutores a los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (Mt 21, 23): “En verdad os digo, los publicanos y las prostitutas se os adelantan en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; mientras que los publicanos y las prostitutas le creyeron; y vosotros, viéndolo, tampoco cambiasteis vuestro parecer para creerle” (Mt 21, 31-32).

Aunque hay algunas semejanzas entre el texto de Lc 7, 29-30 y el de Mt 21, 31-32 (por ejemplo, ambos establecen un contraste entre dos grupos, uno que aceptó el mensaje de Juan, y otro que no lo hizo), las diferencias entre ellos no son desdeñables, y el vocabulario y el contenido de los textos respectivos son muy diferentes: Lucas se refiere a publicanos, Mateo se refiere a “publicanos y prostitutas”; los líderes religiosos contemplados en ambos textos como no creyentes en Juan son diferentes (fariseos en Lc, sumos sacerdotes y ancianos en Mt); el texto lucano es un comentario narrativo, mientras que el mateano es puesto en boca de Jesús; Lc menciona el bautismo mientras que Mt no lo hace, etc. Estas diferencias entre el texto de Lc y el de Mt son significativas, pues parecen indicar que los dos pasajes no son dos simples variantes de una misma fuente: como las formulaciones son tan diferentes, es difícil pensar que sean un paralelo de Q, es decir, de la fuente (en alemán “Quelle”) común a Mateo y Lucas. Por el contrario, los textos parecen provenir de dos fuentes independientes, una propia de Mateo y otra propia de Lucas.

Esta conclusión maximiza la credibilidad de la información transmitida por los dos pasajes, que parecen reflejar fuentes independientes (L o material especial de Lucas y M o material especial de Mateo): cuantos más testigos independientes entre sí transmiten una noticia, tantas más probabilidades de que la noticia merezca crédito. Hay, además, otras razones para aceptar la historicidad de estas noticias. En primer lugar, el tratamiento de Juan no está en continuidad con el que es típico en los evangelios, que tienden a hacer del Bautista un simple precursor de Jesús: en estos textos, por el contrario, Juan aparece como un profeta independiente y autónomo, sin que asome para nada en ellos la cuestión de su relación con Jesús (mucho menos, en un papel subordinado). En segundo lugar, si Mt 21, 31-32 no reflejase información fiable acerca de lo que se pensaba en relación al tipo de gente que aceptó el mensaje del Bautista, los adversarios de Jesús en este episodio no habrían dejado de señalarlo.

Y todo esto resulta a su vez muy instructivo, pues el contenido común a estos pasajes es que el mensaje de Juan, aunque no precisamente bien acogido por los líderes judíos, fue sin embargo bien recibido por al menos algunos de los grupos social y religiosamente marginales del judaísmo, tales como los recaudadores y las prostitutas (no necesariamente prostitutas profesionales; también las mujeres que hubieran tenido relaciones sexuales premaritales o extramaritales se ganaban el calificativo de zonah –hebreo- o pórnē –griego). Y, obviamente, si estas gentes recibieron el mensaje es que Juan no las rechazaba; por el contrario, las acogía como parte del pueblo de Dios, llamado todo él a la penitencia y la conversión en vistas del próximo desenlace escatológico.

De acuerdo con las ficciones al uso, excogitadas y reiteradas ad nauseam por la exégesis confesional del Nuevo Testamento, la acogida a marginados –como recaudadores y prostitutas– es una novedad de Jesús (“inaudita en el judaísmo”, se añade a menudo). Como muchas otras afirmaciones referentes a la supuesta “absoluta novedad” de Jesús, ésta sólo puede hacer enarcar escépticamente las cejas a quien se acerca a los textos como historiador y filólogo: es el propio texto de los evangelios canónicos, críticamente leído, el que se encarga de refutar las ficciones teológicas. Todo apunta, en efecto, a que la idea mencionada es una simple (pero muy interesada) invención exegética destinada a hacer de Jesús un sujeto de misericordia incomparable. Antes de Jesús, al menos Juan el Bautista se dirigió también a recaudadores y prostitutas, y es muy probable que fuese la experiencia de Juan lo que enseñó a Jesús el contacto con los moralmente marginados, así como la mayor disponibilidad de estos para una conversión de última hora. Pero, como veremos, tampoco fue esto lo único que el predicador galileo parece haber aprendido del Bautista.

Saludos de Fernando Bermejo
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