¿Creyó Jesús en un Reino de Dios "presente"? (I)

Hoy escribe Fernando Bermejo

En mi anterior intervención mostré que el galileo Jesús de Nazaret anunció la inminencia de la llegada del Reino de Dios, y me referí a la falta de fundamentación de la idea según la cual aquél predicó que el Reino ya había comenzado. Esto último no es plato de gusto para todo el mundo, y alguno de nuestros amables lectores lo niega de plano (sin la menor argumentación). Dado que los autores de este blog nos dedicamos a efectuar una aproximación racional y argumentativa a los fenómenos religiosos (lo que no es óbice para que algún lector utilice también este espacio para proclamar sus convicciones religiosas), me permito en lo que sigue un excursus en el análisis de la relación entre Juan y Jesús con el objeto de fundamentar mi aseveración.

Nuestro punto de partida es un hecho textual incontrovertible: la abrumadora mayoría de textos evangélicos (se cuentan por docenas) referidos al Reino de Dios (arameo: malkutā di ’elāhā; griego: basileía toû theoû) lo presentan como una realidad anhelada, es decir, futura, y aun inminente (además de pasajes ya citados piénsese v. gr. en Mc 1, 15; Mc 9, 1; Mc 11, 9-10; Mc 13, 30; Mt 10, 23; Mt 24, 34; Mt 5, 1-10...). Esto es consistente tanto con la enseñanza del Bautista como con las esperanzas de los discípulos del galileo. Por el contrario, los pasajes susceptibles de ser aducidos para hablar de un reino de Dios “presente” se cuentan a lo sumo con los dedos de una mano. Si quienes afirman que Jesús predicó la “presencia” del Reino –y que esto fue algo característico de su predicación– tuvieran razón, resultaría de entrada muy sorprendente tal escasez de material. Tanto más, cuanto que precisamente las comunidades cristianas primitivas habrían estado muy interesadas en enfatizar esa idea, dado que para ellas algo importante se había manifestado en la persona y hechos de Jesús, al que consideraron como el cumplimiento de las profecías de la Tanak. Así pues, ya a priori los datos textuales hacen sospechosa la idea de que Jesús creyó en un reino de Dios “presente”. Pero, no satisfechos con apriorismos o sospechas, procedamos al análisis de los dos textos más reiteradamente aducidos a favor de esta idea.

Lc 11, 20 / Mt 12, 28. En el marco de una disputa con adversarios (Mt: fariseos) acerca de los exorcismos practicados por Jesús, éste les dice: “Y si en virtud del dedo (Mt: Espíritu) de Dios yo lanzo los demonios, señal es de que ha llegado a vosotros el reino de Dios (ei dè en daktýlo theoû ekbállo tà daimónia ára éphthasen eph’hymâs he basileía toû theoû)”. Concedo de antemano la autenticidad del pasaje (en virtud de los criterios de desemejanza, ausencia de cristocentrismo...). Pero ¿qué significa?

Permítaseme observar, de entrada, que el término “reino de Dios” podría no tener en esta perícopa un sentido técnico. Jesús está respondiendo a personas que sugieren (Lc 11, 15) que Jesús expulsa demonios en virtud de Beelzebul, “príncipe de los demonios” (árkhōn tôn daimoníōn); esta gente usa, pues, una imagen política para referirse al Diablo. Para reducir al absurdo la pretensión de sus interlocutores, Jesús usa en Lc 11, 17-18 otra metáfora política: “Todo reino (basileía) dividido contra sí mismo es devastado, y cae casa por casa. Y si Satanás se dividió contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá en pie su reino?”. Es decir: si Jesús actuara en nombre del príncipe de los demonios echando a demonios, es Satán quien estúpidamente se estaría autodestruyendo (Satán, por desgracia, no es tan estúpido). La utilización de la imagen del reino por parte de Jesús en Lc 11, 17-18 podría indicar que el uso de “reino” en Lc 11, 20 no posee un sentido técnico, sino que se refiere de modo genérico al poder de Dios: “si yo lanzo los demonios, es que el poder de Dios (y no el de Beelzebul) actúa en mí”. Si se aceptase esta interpretación, el valor de esta perícopa para una discusión sobre las ideas de Jesús acerca del reino de Dios se vería muy relativizado.

Pero supongamos que lo dicho no convence al lector. Pues bien, de todos modos habrá de admitirse que la frase aducida no es pronunciada por Jesús en un contexto desapasionadamente didascálico ante sus discípulos (de hecho, no hay ni un solo texto donde Jesús se siente a predicar ante sus seguidores y les diga algo como “Habéis oído que el Reino de Dios va a venir, pero yo os digo que el Reino de Dios ya ha venido”), sino que es pronunciada en un contexto polémico. Algunos adversarios ponen en duda la cualidad positiva de la actividad de Jesús, y afirman que sus exorcismos son cosa del Diablo. Jesús –que ante tales dudas y acusaciones no parece estar de buen humor– responde: “Si yo en virtud de Belcebú lanzo los demonios, ¿en virtud de quién los lanzan vuestros hijos? Por esto ellos serán vuestros jueces” (Lc 11, 19). En la frase anterior (idéntica en Lc y Mt) Jesús está amenazando con el juicio a sus incrédulos interlocutores: la referencia escatológica es obvia (además, en “el dedo de Dios” es perceptible una alusión a la tercera plaga de Egipto en Ex 8, 15). Parece plausible que la frase siguiente tenga un sentido similar: si es Dios quien actúa en Jesús, para los adversarios de éste las cosas no pintan bien. El “Reino de Dios”, en efecto, tiene un sentido positivo y salvífico, pero también ominoso y condenatorio para quienes se resisten a la voluntad de Dios, pues implica la ira y el juicio. Es, pues, muy posible que en el contexto en que es pronunciada la frase signifique algo como “Si yo lanzo los demonios con ayuda de Dios, es que el Reino de Dios ya se cierne sobre vosotros”. De hecho, si el verbo griego realmente refleja el matiz de palabras pronunciadas por Jesús, el hecho de que el verbo esté en aoristo (éphthasen es el aoristo de phthánein) podría entenderse como una declaración de que la llegada del Reino es inminente o está determinada. Ante las dudas ajenas, Jesús –absolutamente convencido de la inminencia de la llegada del Reino– parece vindicarse con una solemne advertencia.

Si yo dijera, en tono amenazante, a nuestros lectores: “Si yo tengo el poder, entonces es que ha llegado vuestra hora”, nadie en su sano juicio concluiría que eso significa que mis interlocutores ya se han muerto o que están empezando a morirse en este momento, al igual que tampoco concluiría que yo creo que se han muerto o que han empezado ya a morirse; lo que concluiría, en todo caso, es que yo manifiesto mi convicción subjetiva de que su suerte está echada, y de que creo por tanto que van a empezar muy pronto a ser segados por la Guadaña. Entre una conclusión y otra, obviamente, hay un abismo. Si yo veo acumularse las nubes en el horizonte, puedo decir: “Va a haber tormenta”, pero también puedo decir “Ha llegado la tormenta”; con esto no quiero decir literalmente que esté soplando ya el viento y lloviendo a mares (puedo estar todavía en mi jardín acabando de disfrutar de la tarde), sino que no va a tardar en descargar con toda su fuerza. Pues bien, al igual que en las frases “Ha llegado vuestra hora” o “Ha llegado la tormenta” el verbo puede ser interpretado como un pasado proléptico (anticipador) de algo inminente, lo mismo ocurre en la frase de Jesús. Por lo demás, ni siquiera puede excluirse que el texto griego sea una mala traducción de un tiempo imperfecto en arameo con posible sentido futuro (y el pe‘al arameo o el aoristo griego pueden tener el valor de un pasado proléptico).

Pero hay algo más. Si el “ha llegado” se quiere interpretar en sentido directo y literal, surge otro problema. Aunque no sabemos con toda exactitud cómo se representaba Jesús el Reino de Dios, si “Reino de Dios” ha de tomarse en sentido estricto y significa algo, lo que significa es “instauración completa de la voluntad de Dios sobre la tierra y la humanidad”, lo cual entraña también “eliminación completa de las voluntades ajenas a la Voluntad de Dios”. Esto implica lógicamente la exclusión de la posibilidad de que los demonios campen aún a sus anchas por el mundo. Ahora bien, el propio contexto presupone que aunque Jesús creyera haber expulsado a algunos demonios, otros muchos (de hecho, la inmensa mayoría) andaban haciendo de las suyas, y muchos hombres –la inmensa mayoría, entre ellos los propios interlocutores de Jesús– seguían resistiéndose a Dios. El hecho de que los demonios tengan todavía que ser expulsados (y de que los hombres hayan de recibir advertencias) es clara prueba de que la voluntad de Dios no se ha impuesto todavía, o, dicho de otra forma, de que el Reino aún no ha llegado. Y es esto precisamente lo que el propio Jesús reconoce implícitamente en Lc 11, 18: “Si Satanás se dividió contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá en pie su reino?”. Lo que Jesús dice en la pregunta (retórica) que formula es que Satanás no se ha dividido contra sí mismo, por lo cual el reino satánico sigue todavía en pie.

Por lo demás, el mero hecho de que Jesús tenga que esforzarse en persuadir a sus oyentes evidencia palmariamente que el Reino de Dios no ha llegado, y que él no pensaba que realmente hubiera llegado: el Reino de Dios (el establecimiento definitivo de la voluntad de Dios sobre la tierra) sería algo tan maravilloso e impactante, que cuando llegase nadie podría dejar de verlo, y por tanto nadie debería ser persuadido de su llegada (al igual que, cuando el verano llega, nadie necesita ser convencido de que está en verano y no en invierno o en otoño).

Lc 17, 20-21. Una traducción posible de la perícopa sería: “Preguntado por los fariseos: ‘¿Cuándo viene el reino de Dios?’, les respondió y dijo: ‘No viene el reino de Dios con signos observables, ni dirán “helo allí’ o ‘helo aquí’, pues mirad, el reino de Dios está entre vosotros” (ouk érkhetai he basileía toû theoû metà parateréseos [...] idoù gàr he basileía toû theoû entòs hymôn estin). Para el lector apresurado, este texto está perfectamente claro: Jesús rechaza cálculos apocalípticos sobre la venida del Reino de Dios y manifiesta que éste está ya presente. Sin embargo, una mirada detenida siembra las dudas en un texto que -¡ay!– presenta problemas considerables de interpretación: ¿Cómo hay que traducir metá parateréseos? ¿Cómo hay que traducir entós hymôn: “dentro de vosotros”, “entre vosotros”, “a vuestro alcance”? ¿Y cuál es el sentido preciso de estas afirmaciones?

La idea más generalizada y que tiene mayores visos de verosimilitud es que metá parateréseos no ha de traducirse “mediante observancia (de la Torá)”, sino “mediante observación” o “con signos observables”, es decir, parece referirse al escrutinio de signos en la naturaleza y la historia con el objeto de predecir el fin de la edad presente y la llegada del Reino. Jesús, pues, estaría diciendo que el Reino de Dios no vendrá de modo tal que pueda ser observado o deducido de determinados signos. Ahora bien, ¡esto contradice de modo flagrante la pretensión de Lc 11, 20, donde los exorcismos de Jesús son presentados como signos de la presencia del Reino! En realidad, la idea de que el Reino no es una realidad observable está mucho más cerca de una posición gnóstica como la del logion 113 del evangelio de Tomás que con lo que los evangelios canónicos enseñan acerca de la visión del mundo de un judío galileo para quien la materialidad del Reino es indisociable de su carácter espiritual. Estas constataciones siembran dudas acerca de que la frase pueda haber sido pronunciada por Jesús.

En segundo lugar, merece la pena reparar en que el pasaje de Lc 17, 20-21 texto se halla únicamente en Lucas, por lo que carece del respaldo del criterio de testimonio múltiple.

En tercer lugar, el texto casa admirablemente bien con una de las tendencias redaccionales de Lucas, consistente en minimizar o negar la inmediatez de la manifestación del Reino de Dios (cf. v. gr. Lc 19, 11; 21, 8; Hch 1, 6-8) y en crear un tiempo histórico para la Iglesia (piénsese en el sentido del libro de los Hechos de los apóstoles); es decir, la tendencia de Lucas ¡consiste en minimizar un rasgo de la predicación de Jesús que el testimonio textual evidencia hasta la saciedad! ¿Es esto una simple casualidad...? No lo parece.
Sin que esta conclusión pueda ser apodíctica, hay serias razones para sospechar de la autenticidad del logion Lc 17, 21, tanto más cuanto que, como hemos visto, el otro logion más frecuentemente aducido no parece respaldar la supuesta creencia de Jesús en una presencia del Reino. Es una hipótesis muy plausible la de que Lc 17, 21 es una creación (sin duda bona fide) del evangelista.

Pero incluso si el lector prefiere hacer oídos sordos a nuestras consideraciones y se empeña en decantarse por la autenticidad, debe observar que el texto no habla necesariamente de la presencia del Reino en sentido temporal. Al respecto, ¿qué significa entòs hymôn? Esta expresión se traduce a menudo como “dentro de vosotros”, pero esta traducción es problemática, no sólo porque los escritos de Lucas nunca presentan el Reino como una realidad interior o como una cualidad interna del ser humano, sino también porque sería raro que Jesús afirmara que el Reino de Dios se encuentra precisamente en el interior de sus adversarios, quienes se oponen a la voluntad de Dios. Se ha propuesto también la traducción “en medio de vosotros”, pero también ésta despierta objeciones: no se ve por qué, si Lucas hubiera querido decir esto, no habría empleado la locución en meso (en medio de), que usa abundantemente en otros pasajes (v. gr. Lc 2, 46; 8, 7; 10, 3). Otra interpretación propuesta es “a vuestro alcance”, algo que tendría que ver con la disposición del ser humano. Ahora bien, en este caso, la respuesta de Jesús podría estar refiriéndose a algo distinto del momento de la venida del Reino. Considérese, por ejemplo, la siguiente posibilidad. Mientras que la pregunta de los fariseos parece disociar completamente la venida del Reino de sí mismos como si de un acontecimiento externo se tratara, la respuesta de Jesús podría indicar la vinculación de la venida del Reino con la actitud humana, no en el sentido de que los hombres puedan producir el Reino, sino en el de que con su preparación activa podrían favorecer la decisión de Dios (algo que se reitera cuando Jesús enseña a rezar: “venga tu Reino”). El sentido de la aseveración de Jesús podría ser simplemente que el Reino no es sólo algo que haya que esperar, sino algo que cabe (y es necesario) desear y cuya espera sincera entraña severas exigencias. En este sentido, el texto no sólo no expresaría que el Reino de Dios está efectivamente presente, sino que refrendaría la idea de que Jesús esperaba la llegada del Reino en un futuro próximo.

Recapitulemos. Lc 11, 20 puede ser entendido plausiblemente de diversas maneras que no implican la creencia de Jesús en la presencia efectiva del Reino/Reinado de Dios. Por su parte, Lc 17, 21 no parece remontarse a Jesús, y aunque lo hiciera no tiene por qué significar lo que a menudo se pretende. Ahora bien, ¡estas dos perícopas –que, como hemos visto, además se contradicen entre sí– son los dos principales pilares sobre los que se levanta la creencia (para muchos, certeza incontrovertible) de que Jesús creyó en un reino de Dios “presente”! No aburriré a los lectores mostrando cómo otros textos aducidos (Mc 1, 15; Lc 10, 23...) o no dicen lo que se pretende, o dicen exactamente lo contrario.

En realidad, incluso si supusiéramos –y es mucho suponer– que alguno de los dichos citados es auténtico y tiene el sentido que le otorgan los creyentes en la creencia de Jesús en un reino presente, tales dichos no necesitarían contradecir la espera de los dichos de futuro, pues serían fácilmente interpretables como expresión del entusiasmo profético de un visionario en sus momentos más optimistas. Habría podido ser precisamente la convicción de la venida inminente del Reino lo que hubiera llevado a Jesús a expresarse en alguna ocasión como si ese Reino estuviera ya irrumpiendo. Como escribió Johannes Weiss en 1892, “Se trata de un matiz en el estado de ánimo, no de visiones dogmáticas diferentes”.

En síntesis: no existe fundamento textual suficiente para mantener la hipótesis (mucho menos la convicción) de que Jesús de Nazaret creyó cabalmente en la presencia del Reino de Dios. Extraeremos los corolarios de esta conclusión en nuestra colaboración de mañana, donde efectuaremos asimismo algunas consideraciones sobre las curiosas cosas que la inmensa mayoría de exegetas y los teólogos en masse hacen con los textos evangélicos.

Saludos de Fernando Bermejo
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