La expansión de la figura de Judas. El Evangelio de Juan

Como es bien sabido, el Evangelio de Juan es un mundo aparte de los Sinópticos, y de acuerdo con su manera peculiar de ver las cosas y de entender a Jesús, hace también su propio hincapié respecto a Judas, que es más negativo si cabe que el punto de vista de los Sinópticos.

Juan presenta al “traidor” como el administrador de la comunidad que se queda con parte del dinero de la bolsa (Jn 13, 29 y 12, 6). La imagen de la Última Cena en este Evangelio es la del triunfo de Satanás sobre Judas (13, 27). El Diablo entra dentro de él y cuando sale para consumar su traición “es de noche”. Se trata por tanto de una escena cargada de simbolismo: Jesús es la luz y la verdad; Judas/Diablo son las tinieblas y la mentira. Hay entre ellos una lucha total con alcance cósmico: “¿No os he elegido yo a los doce? Y uno de vosotros es un diablo”: Jn 6, 70.

Jesús, por contraste con Judas, aparece en el IV Evangelio como un ser humano-divino absolutamente dueño de su destino, que acepta con pleno dominio la entrega a sus enemigos. La traición forma parte, al menos permisivamente, de un plan divino que él voluntariamente asume. Se muestra así totalmente superior a Judas/Satanás, aunque éstos hagan aparentemente lo que quieren: “Lo que has de hacer hazlo pronto” (Jn 13,27).

Según la mayoría de los comentaristas, la figura de Judas en el Cuarto Evangelio es ante todo “tipológica”, es decir, Judas es el “tipo” del malvado enemigo de Jesús, poseído por Satanás, similar a los judíos, que no tienen o han perdido su fe en Jesús, y que están condenados a vivir en las tinieblas.

El autor del Evangelio Judas intentará dar la vuelta a esta imagen tan negativa.

Esta tradición evangélica sobre Judas se continúa en la iglesia primitiva. Papías de Hierápolis pinta la muerte del traidor de una manera terrible: se convierte en enfermo de hidropesía, se va hinchando horriblemente, hasta que al final casi revienta. Muere entre terribles dolores dejando tras de sí, como el Diablo, un fétido olor. La imagen corresponde a arquetipos literarios clásicos de la muerte de los malvados.

La tradición sigue este mismo curso en época patrística, y va solidificando de modo casi “natural” la imagen de Judas como el prototipo del traidor. Para la Iglesia consolidada es un aviso de cómo cualquiera en la comunidad puede caer en el pecado y convertirse en “un judas”. Poco a poco, y esto tendrá consecuencias terribles en la historia, la imagen de Judas se va identificando en la Iglesia de época patrística con la imagen de los judíos malvados, negadores de Cristo, que piden a gritos su muerte y aceptan que caiga sobre ellos su sangre (Mt 27, 25). Los judíos se convierten así en un pueblo que completa la “traición” de Judas, un pueblo deicida y maldito. Este imaginario ha fortalecido en extremo el antisemitismo hasta tiempos modernos.

¿Qué sabemos realmente de Judas?

Desde un punto de vista crítico histórico hay que confesar que de todas las “noticias” de los cuatro evangelistas obtenemos relativamente poca sustancia estrictamente histórica. Si ya lo sabemos por múltiples casos, una vez –en el de Judas- caeos en la cuenta de que los Evangelios nos transmiten más las ideas e interpretaciones de sus autores que la verdad histórica desnuda. Si se repasa lo dicho hasta el momento en las entregas anteriores, y se afila el interés crítico, caeremos en la cuenta de que sólo se podrían tomar como rigurosamente históricas las tradiciones en las que las dos corrientes representadas en los evangelistas están de acuerdo…, y éstas son pocas: Judas era un discípulo íntimo de Jesús y acabó entregándolo a sus enemigos. Todo lo demás es dudoso.

No sabemos con seguridad si Judas estuvo o no en la Última Cena. Por dos razones: primera, porque Lucas, en contra de la versión de Mateo (26, 21-25) y de Marcos (14, 18-21), presenta el anuncio de la traición después de la institución de la Eucaristía aunque luego afirme que “la mano del que me entrega está conmigo en la mesa” (22, 21), y –segunda— porque todos los relatos evangélicos sobre la actuación de Judas en la Última Cena parecen claramente redaccionales. Por tanto los estimamos como nacidos de la pluma de los evangelistas y procedentes de una tradición más antigua, poco verosímiles en su desarrollo y en absoluto armonizables entre sí, incluido lo que cuenta el Evangelio de Juan en su capítulo 13. En concreto –y quizá de esto tratemos algún día- la Última Cena y la institución de la eucaristía conforman uno de los pasajes evangélicos más problemáticos que hay.

Sabemos ya que las historias de la muerte de Judas, compuestas de dos tradiciones contradictorias e imposibles de armonizar (Mateo/Hechos), son absolutamente inseguras. Recordemos sintéticamente su contenido: según Mateo: “Arrojando las monedas de plata, se retiró, fue y se ahorcó” (27,5). Según los Hechos de los apóstoles, Judas “se precipitó de cabeza, reventó y todas sus entrañas se desparramaron” (1,18), lo cual suena a accidente (poco probable), o bien a un suicidio arrojándose al vacío.

Todo este conjunto parece más una leyenda forjada para que el lector piadoso quede tranquilo de que un crimen tan horrible no quedó impune ni siquiera en esta vida. Hemos expuesto ya cómo muchos comentaristas están de acuerdo en que las historias del ahorcamiento y la precipitación al vacío parecen imitaciones de relatos de muertes de malvados del Antiguo Testamento (ahorcarse 2 Sam 17, 23, texto que hemos comentado anteriormente; sobre precipitarse al vacío, añádase a lo dicho anteriormente Sabiduría 4, 19: “Los injustos caerán sin honra y (el Señor) los quebrantará cabeza abajo…”, lo que las convierte en sospechosas.

En verdad tampoco sabemos absolutamente nada seguro de los motivos que tuvo Judas para entregar a su Maestro. Por una parte, lo de la avaricia y el hurto por parte de Judas (Mateo y Juan) sabe a poca cosa, a motivo poco consistente para tamaña felonía. Y por otra parte, ni siquiera sabemos si Judas era un celota que estaba decepcionado de Jesús y lo entregó porque no cumplía sus aspiraciones políticas, es decir, porque el Maestro no acababa de decidirse a poner los medios políticos y militares para restaurar el poder y la gloria de Israel. Esta teoría se ha mantenido muchas veces, pero se trata de una explicación moderna de la que los Evangelios no dicen -ni siquiera insinúan pista alguna- una palabra.

Tampoco es seguro históricamente lo de las treinta monedas (Mt 26,25), ni lo de la compra de un campo con ellas para entierro de extranjeros. El número treinta parece simbólico, y por tanto no histórico: Jesús muere por una cantidad similar al precio de un miserable esclavo, o por el valor del rescate de una mujer (Ex 21, 32; Lev 27, 4). Treinta es la décima parte, en número, de lo que había costado (300 denarios) el perfume con el que María de Betania ungió a Jesús y provocó la indignación de Judas (Jn 12, 5: “¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres? Esto decía no por amor a los pobres, sino porque era ladrón y, llevando la bolsa, hurtaba de lo que en ella echaban”). Por tanto podemos sospechar que lo que los Evangelistas pretenden resaltar –sea o no histórico lo de una cierta suma de monedas— es que Judas vendió a Jesús por mucho menos de lo que valía un perfume, o más o menos por el precio de un esclavo.

En síntesis: de Judas, uno de los discípulos predilectos de Jesús, que formaba parte del grupo selecto de los Doce, apenas sabemos más que esto último, a saber, que Judas era uno de los que en la mente y teología de Jesús –la de la restauración de Israel unida a la llegada del reino de Dios- representaba a una de las tribus de Israel; que quizás fuera el administrador de los bienes con los que sustentaba el grupo itinerante de Jesús, y que al final lo entregó a las autoridades. A consecuencia de esta entrega, Jesús fue condenado y ejecutado.

Muriera o no pronto y del modo ambivalente cómo se nos dice que murió, Judas fue apartado del número de los seguidores más íntimos de Jesús, pues éstos continuaron las enseñanzas del Maestro después de que comenzaran a creer firmemente que había resucitado. Es probable lo que afirman los Hechos de los apóstoles: que el número de Doce, altamente simbólico e importante para los que creían en la restauración, se completara con otro personaje, llamado Matías, después de la deserción de Judas. Pero, estrictamente, ni siquiera se sabe cómo murió éste.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Volver arriba