“La existencia real e histórica de Jesús a la luz de las fuentes cristianas”. Curso de El Escorial (VI)

Con esta ponencia comenzamos la parte del Curso -que puede ser la que más interese a los lectores- en la que se intenta probar la existencia histórica del personaje Jesús.

Personalmente estoy absolutamente convencido de la existencia histórica de Jesús y de su trascendencia como personaje absolutamente histórico. Pero, dado el inmenso número de gente -mucho más de lo que se piensa- que niega esta existencia, parece también absolutamente serio y científico exponer cuáles son los argumentos que emplean los negacionistas. Espero que así quede claro cuál su fuerza intelectual y probativa. Normalmente, salvo el caso de M. Onfray, las tesis y argumentos de los negacionistas son poco conocidas. Conviene, pues, exponerlas, conocerlas y estudiarlas para formarse una opinión fundamentada al respecto.

Ponente: Excmo. Sr. D. Gonzalo Puente Ojea, embajador de España y escritor.

El interés de la exposición presente es mostrar que probablemente el mejor argumento para probar la existencia histórica de Jesús es el análisis interno y crítico del Nuevo Testamento, en especial de los Evangelios. Este argumento puede superar en fuerza probativa a la proporcionada por los testimonios externos, por ejemplo los textos de Flavio Josefo y Tácito que hablan de la existencia del Jesús histórico.

La estructura compositiva de muchos textos de los Evangelios no puede entenderse bien si no se supone como hipótesis explicativa que a las explicaciones sobre el Cristo como personaje celestial no subyace una potente imagen de un Jesús de la historia que de algún modo contradice a la primera. La pugna o las dificultades que sienten los Evangelistas por imponer la imagen del Cristo celeste a la imagen de un Jesús que circulaba como predicador por la Galilea del siglo I presuponen necesariamente la existencia histórica de este último.

Antes de la exposición propiamente tal de su tesis el ponente advirtió de la necesidad de evitar dos peligrosos apriorismos dogmáticos que condicionan la lectura de los textos:

1. Pensar que cada uno de los Evangelios son independientes entre sí y que están desconectados de Pablo de Tarso, y que sólo están relacionados con la tradición oral y, por tanto, directamente con Jesús.

2. Afirmar que en la figura de Jesús no hay dimensión política alguna

Por el contrario –afirmó- se debe tener presente que los Evangelios fueron compuestos después de Pablo de Tarso y que el modelo teológico de comprensión de Jesús fue aceptado, y en algún caso potenciado como en el Evangelio de Juan, por los escritores evangélicos. Además, la presentación de Jesús por parte de cada evangelista no sólo puede condicionar, sino transformar de algún modo la figura de Jesús.

La tesis central de esta ponencia puede expresarse así: hay una potente razón formal y de evidencia interna que procede de los textos cristianos mismos, especialmente de los Evangelios, para probar la existencia de Jesús. Es ésta: “Las invencibles dificultades que los textos evangélicos afrontan para armonizar o concordar las tradiciones naturalistas sobre este personaje –es decir, aquellas que lo dibujan como un mero ser humano- con el mito sobre Cristo que se encuentra elaborado en los mismos textos. Nadie se esfuerza por superar dificultades derivadas de dos conceptos o modelos divergentes y contrapuestos que presentan al mismo referente existencial, Jesús, si estas dificultades no hubiesen surgido de testimonios o tradiciones históricamente insoslayables”.

Continúa Puente Ojea:

“La imposibilidad conceptual de saltar del Jesús de la historia al Cristo de la fe constituye una evidencia interna, aunque aparentemente paradógica, de la altísima probabilidad de que haya existido un mesianista llamado Jesús que anunció la inminencia de la instauración en Israel del reino mesiánico”.

Con otras palabras: “Nadie asume artificialmente datos o testimonios que dañen a sus propios intereses, a no ser que exista una fuerte tradición oral o escrita que sea imposible desconocer, en cuyo caso –una vez asumida por la fuerza de los hechos- sólo resta el expediente de reinterpretarla o remodelarla tergiversando su sentido genuino”.

Explicación de la tesis: en las Epístolas auténticas de Pablo, compuestas antes de los Evangelios, se predica a Jesús como el Ungido de Dios (Cristo), un ser de naturaleza divina, que desciende a la tierra, se encarna, muere por orden de Dios en pro de la redención de todos los hombres y resucita. Es éste un modelo interpretativo “sobrenaturalista” de la figura de Jesús. Los Evangelios, compuestos después de Pablo pero bajo su poderoso influjo teológico, asumen este modelo sobrenaturalista.

Sin embargo, en los mismos evangelios canónicos, especialmente en el de Marcos, aparece vivo otro modelo de interpretación de Jesús esencialmente histórico, biográfico y naturalista: Jesús es presentado como un mero ser humano, una figura de un carácter poderoso y exigente, imperativo y con genio duro.

Este modelo de presentación de Jesús es inconciliable con el modelo sobrenaturalista. Toda la tarea de los evangelistas, fallida claramente, es un intento de conciliar ambos modelos, un deseo continuo de fundir el personaje real del Jesús mesianista judío con el Cristo celeste.

La conclusión de la observación de estas dificultades es: si los evangelistas hubieran inventado ex novo la figura de Jesús jamás habrían presentado estos dos modelos interpretativos. El que les interesa difundir es el modelo paulino, un modelo de fe, pero el modelo o imagen naturalista de un Jesús judío mesianista se les impone a los evangelistas por la fuerza de una tradición que está recordando continuamente a un personaje de carne y hueso que fue así y que no puede ser de ningún modo obviado si se intenta hablar de él.

Luego parece evidente por los resultados de esta crítica interna que existió realmente en el siglo I en Israel un personaje, un mesianista llamado Jesús de Nazaret, al que al narrar su vida se le impone como modelo interpretativo teológico que es el Cristo celestial.

En la segunda parte de su conferencia, el Sr. Puente Ojea destacó cuáles son los puntos importantes del modelo naturalista que aparece en los Evangelios y que se hallan en una contraposición más nítida y clara al modelo del Cristo celeste:

1. Jesús predica un reino de Dios puramente judío, cuyo fin es al implantación en la tierra de una nueva politeía que consta ante todo de bienes materiales / el Cristo celeste predica sobre todo bienes espirituales.

2. El agente mesiánico que sirve de pregonero y ayudante de Dios para la implantación del reinado de éste asume las características totalmente judías del mesías davídico / el Cristo celeste es aquél cuyo reino no es de este mundo.

3. Jesús como pretendiente mesiánico muere condenado por un tribunal romano en un proceso acelerado extra ordinem porque su predicación del reino tenía evidentes corolarios políticos: el reino de Dios predicado por Jesús es incompatible con el dominio de los romanos sobre Israel. Su proclamación como rey por parte de elementos del pueblo hacen de Jesús un reo de un delito de lesa majestad / el Cristo celeste no muere por motivo celeste alguno sino para cumplir con plan determinado del Padre en orden a la salvación del género humano.

Por tanto, una vez más: la conclusión más arriba expuesta se impone con toda evidencia. Un análisis interno y crítico de los documentos cristianos muestra irrecusablemente la existencia histórica de un personaje judío, de nombre Jesús, que asumió la pretensión de ser el mesías judío, el cumplidor de las promesas del Dios hebreo a su pueblo elegido.

Por ello, concluye Puente Ojea, “Parece evidente el error que ha cometido la ‘escuela mitista o mitologista’ de la investigación de la fe cristiana (es decir, aquella que supone que el Jesús de la historia es un mero mito) al no advertir la dualidad radical entre Jesús y Cristo, y al admitir como un referente al inexistente históricamente -es un personaje inventado teológicamente- y llamado Jesucristo que es un concepto autocontradictorio que intenta amalgamar dos términos inconciliables; uno realmente existente, el pretendiente mesiánico judío; y el otro un dios imaginario como el de los cultos de las religiones de misterios”.

Y un poco más adelante afirmó: “No parece creíble, aunque nada sea inverosímil en cuestiones históricas, que la polémica ideológica que recorre el Nuevo Testamento en torno a su protagonista principal hubiera sido un capricho de la imaginación teológica o del arte narrativo de un grupo de improvisadores”. Ningún líder de un movimiento de renovación, en algunos puntos revolucionario, es un líder inventado.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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