Espíritus perversos: demonios y ángeles caídos


De la triple clasificación que hicimos ayer vamos a comenzar por la última clase, los demonios, los "espíritus malos", engendrados por la unión de los ángeles con las mujeres.

Que son distintos de los ángeles caídos y de los satanes era algo claro para el autor del capítulo 19 del Libro 1 Henoc -que era considerado casi canónico por el cristianismo primitivo-quien escribe:

Aquí (en una cárcel infernal, como una profunda sima en la tierra) permanecerán los ángeles que se han unido con mujeres. Tomando muchas formas han corrompido a los hombres y los seducen a hacer ofrendas a los demonios como a dioses, hasta el día del Gran Juicio.

El proceso de generación de esta última clase fue así, según el Libro I de Henoc (capítulo 10) y el de los Jubileos (capítulo 5): los ángeles del primer cielo –éste se concibe como una bóveda dividida en siete secciones, como si se cortara media naranja todo alrededor en siete círculos- llamados los "Vigilantes" -porque son los están más cerca de la Tierra y ven mejor a los hombres- bajan a la tierra, se enamoran de las mujeres y engendran de esas “hijas de los hombres” a los gigantes.

El texto básico de esta concepción se halla en el Génesis:

Cuando la humanidad comenzó a multiplicarse sobre la faz de la tierra, vieron los hijos de Dios [ángeles según la interpretación de época helenística] que las hijas de los hombres les venían bien y tomaron por mujeres a las que preferían de todas ellas […] Los nefilim [probablemente semihéroes, nacidos también de mujeres y dioses secundarios del panteón hebreo-cananeo de esos momentos] existían en la tierra por aquel entonces cuando los hijos de Dios se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos: éstos fueron los héroes de antiguo, varones renombrados (6,1-5).



Estos gigantes se enseñorean de la tierra y la llenan de maldades. La tierra y sus habitantes se corrompe de tal modo que no era posible para la divinidad soportar tales atrocidades (¡recordemos el mito de los Titanes en Mesopotamia y Grecia!). Para acabar con ellos, Dios hace que el arcángel Gabriel los azuce unos contra otros. Así ocurre, y se van matando entre ellos llenándose toda la tierra de sangre.

Pero en realidad sólo perecen los cuerpos de los gigantes, porque sus espíritus –verdaderamente demonios- siguieron vivos, y continuaron merodeando por la tierra cometiendo toda suerte de tropelías contra los hombres. Noé, bien harto de esta situación, rogó entonces a Dios para que la humanidad se viera libre de ellos. La divinidad accede y dictamina: nueve décimas partes de estos demonios "fueron atados en el lugar de la condenación [más tarde según el Apocalipsis, un lago de azufre]".

Pero a ruego de su jefe, llamado Mastema, Dios permite que una décima parte quede libre para causar el mal a la humanidad, trayendo enfermedades y penas (Libro de los Jubileos 10,8 11). Su malvada acción continuará hasta el día del Juicio en el que Dios los entregará al fuego eterno.

Los "ángeles caídos" (clase 2ª de nuestra clasificación de ayer), según el Libro I de Henoc (6,1) han llegado a formar esta clase por haberse dejado llevar de la lujuria. Eran doscientos y se juramentaron entre sí para tomar juntos mujeres, aunque sabían que esta acción no iba a gustar nada a Dios (6,3). Abandonaron el cielo y bajaron a la tierra:

Convivieron con sus mujeres y les enseñaron toda suerte de ensalmos y conjuros; las adiestraron en recoger plantas y a fabricar espadas cuchillos, petos, los metales y sus técnicas, brazaletes y adornos; cómo alcoholarse los ojos, embellecer las cejas y a distinguir las piedras preciosas y selectas (8,1).


Total, "que se produjo en la tierra mucha impiedad y fornicación, erraron y se corrompieron las costumbres" (8,2). El Libro de los Jubileos (capítulo 10) presenta una versión más espiritualista: no hubo pecado carnal; sólo que esos espíritus, como Prometeo, enseñaron a los hombres lo que no debían. Todos se corrompieron y el resultado fue el castigo del Diluvio universal.

Así pues, y en síntesis, tenemos ya en escena dos tipos de demonios, los dos dañinos para el ser humano:

• Los espíritus de antiguos gigantes, hijo de los demonios “vigilantes” y de mujeres.

• Los ángeles caídos a los que dominó la lujuria.

El Evangelio apócrifo de Bartolomé (cuya versión más primitiva es del siglo IV d.C.) confunde a estos ángeles caídos con los demonios en general y les atribuye los siguientes efectos perversos:

Tenemos otros ministros más débiles que, a su vez, se atraen a otros colegas, a los que endosamos nuestra vestimenta y les mandamos a tender insidias para que enreden a las almas de los hombres con mucha suavidad, halagándolas, para que sigan la embriaguez, la blasfemia, la avaricia, el homicidio, el hurto, la fornicación, la apostasía, la idolatría, la desviación de la Iglesia, el desprecio de la cruz, el falso testimonio; en fin, todo lo que Dios abomina. Esto es lo que nosotros hacemos. A unos los echamos al fuego, a otros los lanzamos desde los árboles para que se ahoguen; a unos les rompemos los pies o las manos, a otros les arrancamos los ojos... Les ofrecemos oro y plata y todo cuanto es codiciable en el mundo, y a aquellos que no conseguimos que pequen despiertos, les hacemos pecar dormidos (44; De Santos Otero, pág. 557).


Seguiremos mañana con los “satanes” propiamente tales. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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