“Tiempo e historia” en el judaísmo y cristianismo antiguos (III)

Hoy escribe Antonio Piñero:

Sinteticemos brevemente el núcleo de lo dicho anteriormente:
en el trasfondo del esquema temporal pasado/presente/futuro se supone que el hombre está situado dentro del tiempo y que éste se define a partir del punto temporal en el que se halla el hablante. Así, para el griego, el ser humano se halla en el presente mirando al futuro y dando la espalda al pasado.

Por su parte, los tiempos verbales de los antiguos hebreos nos indican que se concebía el tiempo también desde el punto de vista del hablante, pero no en una línea o segmento espacial, sino dentro del ciclo rítmico de su vida. Ésta se concibe como un tránsito vital desde la cuna al sepulcro, acompañado por el ritmo vital de otros seres. Siguiendo con la imagen anterior, para el hebreo el pasado está delante de sus ojos, y lo contempla todo en su conjunto, mientras que el futuro, incierto, se halla situado detrás, a su espalda: el futuro va avanzando inexorablemente hacia él. Justamente al contrario que para los griegos.

El tiempo relativo (pasado/presente/futuro) se hace más relativo aún en la perspectiva hebrea, ya que el hablante no lo relaciona con concepción espacial alguna (línea/extensión), sino -como decimos- con el ritmo vital: cada momento del tiempo se define respecto al movimiento de la vida: en ella los procesos vitales o se han acabado ya (perfecto) o están aún durando (imperfecto). Bajo esta perspectiva es fácil comprender cómo, por ejemplo, los profetas podían hablar en perfecto (para nosotros un «pasado») de una acción aún no acontecida («futura»), pero que contemplaban como algo ya realizado ante sus ojos. Éste es el "pasado profético" de un hecho futuro.

Podría ahora objetar algún lector cómo es posible que un pueblo que carecía en su sistema verbal de una estructura clara y que nos parece tan fundamental para nosostros como «pasado/presente/futuro» pudiera convertirse en un grupo nacional cuya religión es esencialmente «histórica» (real-objetiva y sobre todo «historia de la salvación»).

A ello puede responderse que no carecían en absoluto los hebreos de los elementos necesarios para llegar a serlo. En primer lugar: naturalmente los hebreos percibían y sentían la sucesión cronológica y la expresaban añadiendo adverbios o partículas temporales (por ejemplo qedem, «antes», o ahar, «después», etc.), a la expresión verbal «completa» o «incompleta». La sucesión cronológica en la historia de la salvación (creación, caída original, promesa a Abrahán, salida de Egipto, entrada en la tierra prometida, etc.) tiempo de los patriarcas de Moisés, de David, Esdras, etc., era percibida como normal al igual que nosotros en casos análogos. En ello, pues, no había ningún sentido del tiempo específicamente distinto del griego-europeo.

En segundo lugar: los antiguos hebreos poseían un sentido de «contemporaneidad» con los acontecimientos, distinto del nuestro y difícil de comprender por nosotros -aherrojados como estamos en el rígido esquema de «pasado/presente/futuro»-, que les ayudaba especialmente para sentirse vitalmente partícipes de la historia. Como hemos dicho ya, una acción pasada («perfecta» = completa), importante y trascendente continuaba en realidad prolongando sus efectos hasta el hablante. Los grandes hechos históricos del glorioso pasado seguían siempre vivos, presentes, conformando con su acción duradera el ser íntimo del pueblo.

Además del sentido de «contemporaneidad» ayudaba también a los hebreos antiguos en la «presentización» de la historia otra concepción no menos extraña para nosotros: la de la «personalidad corporativa»: los miembros del pueblo elegido en su conjunto eran conjuntamente también solidarios de las actitudes positivas o negativas de la nación respecto a la voluntad divina. Si durante un tiempo más o menos largo el pueblo prevaricaba manteniéndose apartado de la voluntad de Dios expresada claramente en la Torá (Ley), toda la nación habría de pagar por ello. Y si, por el contrario, el conjunto del pueblo se mantenía fiel a la Torá, todo él recibiría las bendiciones divinas. Del mismo modo esos acontecimientos históricos pasados afectaban no sólo a aquellos que los habían vivido de modo inmediato, sino a todo el pueblo que venía a continuación, pues como conjunto representaban una personalidad única.

Así, pues, los tiempos se juzgaban según la relación del pueblo con Dios, con lo cual, en la práctica, los israelitas confundían tiempo e historia. La divinidad, al ser la dueña del tiempo, era también la señora de la historia. En un ámbito parcial, para poner otro ejemplo ilustrativo de esta concepción corporativa, la participación en el Espíritu divino de la que habían gozado los profetas en tiempos pretéritos, continuaba existiendo sin interrupción ni variación en las mentes religiosas posteriores. Por ejemplo: el espíritu de Elías pervivía en el de Eliseo.

Así, esta creencia en la igualdad sustancial de un mismo espíritu inspirador, del que se participaba sin menoscabo a lo largo del tiempo, explica que quizá sin el menor ánimo de falsía los escritos religiosos o proféticos de tiempos muy posteriores no se divulgaran con los nombres de sus autores reales, sino con el de grandes personajes del pasado, cuyo espíritu se creía poseer precisamente por formar con ellos una «personalidad corporativa». Ejemplo: el espíritu de Baruc o de Esdras pervivía en sus seguidroes espirituales que podían escribir en su nombre: Apocalipsis (siríaco) de Baruc; Libro IV de Esdras.

En conclusión podemos afirmar que si la «capacidad para experimentar esa contemporaneidad del hablante con una determinada acción, es la precondición más importante para un sentido y percepción históricas, puede decirse que los israelitas habían nacido para ser el pueblo de la historia, y si la contemporaneidad con eventos revelatorios decisivos de su historia era el prerrequisito más importante para su fe, gozaban los israelitas de los mejores presupuestos para sentirse el pueblo de la revelación» (T. Boman, op. cit., 128).

De este modo hemos llegado a la conclusión, ya quizá fácilmente adivinable después de todo lo dicho, que esta peculiar (desde nuestro punto de vista) concepción hebrea antigua del tiempo, que insiste más en el ritmo vital, en los contenidos que llenan ese tiempo y en la posibilidad de hacerse «contemporáneos» con eventos del pasado, hicieron de Israel un pueblo de la historia, cuya historia "pasada" se vívía en el preente, mientras que los griegos, a pesar de su nítida distinción entre pasado-presente-futuro y de mirar continuamente al pasado para buscar en él modelos de toda índole, intelectuales o vitales, por su profundo individualismo tuvieron un sentido de la historia muchísimo menor.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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