El Adopcionismo. Personajes del conflicto



Hoy escribe Gonzalo del Cerro


Félix de Urgel (II)

De todos modos, un libelo de retractación escrito in uinculis no es el mejor medio para que un hombre como Félix exprese con libertad sus verdaderos pensamientos y sentimientos. Félix tuvo que repetir su abjuración en la basílica de san Juan de Letrán y en la tumba de san Pedro de Roma. El aparato con que se celebraron y festejaron estos acontecimientos demuestra la importancia que tenía la personalidad de Félix a los ojos del papa. Por desgracia, se ha perdido este escrito de retractación, pero como podemos ver en las Actas del concilio del 798, Félix prometía con juramento no volver a llamar "adoptivo" al Hijo de Dios, sino que confesaba que lo consideraría en adelante como Hijo "propio y verdadero".

La retractación de Félix debió de parecer sincera porque las autoridades políticas y religiosas le permitieron regresar a su diócesis plenamente rehabilitado. Pero ya hemos dicho que las circunstancias de Ratisbona y Roma no habían sido las más idóneas para una confesión libre de presiones y compromisos. Lo reconoció más tarde el mismo Félix cuando hablaba de su conversión verdadera. Entonces regresaba al seno de la verdad católica "no con la simulación de cualquier clase o con el velo de la falsedad, como la otra vez". La retractación de Félix de Urgel se ha conservado en la Confessio fidei Felicis, urgellitanae sedis episcopi (PL 96, 882-888, esp., en la col. 883). Como la censura nos ha privado de las obras auténticas de Félix, esta confesión ortodoxa, dirigida a sus fieles, es la única obra que se nos ha conservado del urgelitano.

Pero después de los sucesos del 792, se impusieron de nuevo los auténticos sentimientos de Félix, y sus retractaciones quedaron olvidadas. Para poder disfrutar de libertad de expresión, salió del dominio de Carlomagno y se refugió entre los mozárabes del reino cordobés. Era allí donde residían los que profesaban sus mismas creencias adopcionistas. Alcuino le acusará más tarde de ceder a los argumentos y recomendaciones de Elipando. Pero el hecho es que Félix encontró en la mayoría de los obispos españoles un decidido apoyo para sus tesis. Alcuino en el cap. XI de su Carta a Elipando cita unas palabras de Félix en el sentido de que "los doctores españoles solían denominar adoptivo a Cristo" (PL 101, col. 242).

Los españoles enviaron entonces (793) la Carta a los obispos de Francia, que podía ser el fruto de una reunión o Pseudosínodo al que alude Adriano I y que
es una presentación bastante completa y solemne de las posturas adopcionistas. La Carta de los obispos españoles es la IV de nuestra edición de las obras de Elipando. Al mismo tiempo envían una Carta a Carlomagno en la que le piden que actúe como árbitro entre Félix y Beato. A la vez, y recurriendo a los relatos tradicionales sobre Constantino, le piden "con lágrimas" que devuelva a Félix el honor que le corresponde y restituya al pastor a su rebaño disperso por los lobos rapaces, no sea que, como Constantino, también Carlomagno acabe cayendo en la herejía y consiguientemente en el infierno.

Un nuevo paso para las pesadumbres de Félix fue el concilio de Francfort del año 794, que se celebró en presencia del emperador. Asistieron numerosos obispos, abades, religiosos y miembros del clero secular. El evento suscitó el interés del pueblo llano. Se leyó la misiva de los españoles, tras cuya lectura, Carlomagno lanzó a la asamblea la pregunta poco menos que ritual: Quid uobis uidetur? ("¿Qué os parece?"). Una respuesta a la intimación del emperador la dieron los obispos de Italia capitaneados por Paulino de Aquileya en su Libellus episcoporum Italiae ("Librito de los obispos de Italia"). Cuando todavía estaba Carlomagno en Francfort, recibió un documento del papa Adriano I, en el que con absoluta solemnidad afirmaba que el Adopcionismo era una doctrina "que la Iglesia católica nunca creyó, nunca enseñó, nunca dio su asentimiento a quienes equivocadamente (male) la creyeron".

La ausencia de Félix en el concilio de Francfort llama la atención tanto más cuanto que era obispo de Urgel que, recordémoslo, pertenecía entonces al reino de Carlomagno. Tal ausencia nos privó, a nosotros y a los padres conciliares, de conocer la visión auténtica que el urgelitano tenía sobre el conjunto del problema. Quizá los carolingios no acabaron de comprender la postura de los españoles. A veces, se tiene incluso la impresión de que muchas respuestas van dirigidas más que a los textos de los adversarios a la interpretación subjetiva de los contendientes. La doctrina de Félix nos ha llegado a través de las refutaciones de sus enemigos dialécticos. Es un hecho lamentable, pero su etiqueta de heresiarca nos ha privado de su obra más importante. Además, en las citas contenidas en escritos polémicos, suele ser corriente la distorsión de las ideas cuando aparecen desgajadas de su contexto original. Esto es probable que sucediera en el escrito de Félix al que Alcuino alude en su carta 148, dirigida a Carlomagno. Sus palabras en el sentido de que, para Félix, "Cristo Jesús ni es verdadero Hijo de Dios, ni tampoco verdadero Dios, sino nuncupativo" quizás exceden lo que el obispo de Urgel creía en conciencia y manifestaba en palabras.

Las noticias de Alcuino alarmaron al nuevo pontífice romano, León III (795-816) que reunió en Roma un nuevo concilio con la intención expresa de condenar a Félix y sus novedosas enseñanzas. Pero no contento con eso, Alcuino quiso asestar un último y definitivo golpe al obispo de Urgel. Según detalles aportados por el mismo Alcuino en su carta 194, envió a tres amigos a Urgel para invitar a Félix a un debate personal en el que tratarían de discutir y aclarar las posiciones doctrinales de los adopcionistas, es decir, lo que en Europa denominaban "herejía feliciana" o "herejía española". Eran los obispos Leidrado de Lión, Nefridio de Narbona y el abad Benedicto de Aniene. El encuentro tuvo lugar en el palacio de Carlomagno en Aquisgrán. Aunque Félix se encontraba en un ambiente un tanto hostil, parece que el debate se mantuvo dentro de los límites de la moderación. La inicial exposición de Félix fue brillante y de gran altura. Alcuino se vio obligado a echar mano de todos sus recursos dialécticos para desmontar la argumentación de su peligroso contrincante. Los miembros del debate se sentían tan seguros de sus ideas y de su posición que acabaron anatematizando las enseñanzas de Félix apostolica auctoritate.

El de Urgel confesó su "viejo error" y repitió las promesas de no volver a enseñar que el Hijo de Dios era adoptivo en cuanto hombre y que era Dios nuncupativo más que Dios propio y verdadero. Expuso su nueva visión de las cosas en un escrito dedicado a los que pudieran haber caído en el error a causa de sus anteriores doctrinas y prevaricaciones. Esta retractación es la famosa Confessio fidei Felicis, urgellitanae sedis episcopi (PL 96, 882-888). Hablaba de corregir sus expresiones de adoptione carnis in Filio Dei, seu nuncupatione in humanitate eius. Contra esta fórmula lanzaba su personal anatema. Y confesaba que adoptaba esa decisión non in uiolentia sed ratione ueritatis ("no por violencia, sino en razón de la verdad"). Reconocía que "el mismo Señor nuestro Jesucristo en ambas naturalezas, de la divinidad y de la humanidad era Hijo propio de Dios". Reconocía repetidas veces haber prevaricado y expresaba su temor de verse defendiendo las tesis de Nestorio. Esta vez, añadía, su conversión no estaba motivada por simulación alguna ni llevaba el velo de la falsedad, sino que era fruto de una verdadera credulidad de corazón y profesión de la boca. Y todo sin violencia sino por convicción. Al parecer, ahora estaban de acuerdo su conciencia y sus palabras, pero quizá no tanto como el texto podía dar a entender.

Sus adversarios no se fiaron de las promesas de Félix recordando las pasadas ocasiones en que no había sido fiel a sus retractaciones. Pero eso no fue todo. Félix fue depuesto de su cargo episcopal y confiado a la custodia de Leidrado, obispo de Lión, quien lo retuvo confinado en el monasterio de san Martín. Agobardo de Lión, sucesor de Leidrado, encontró tras la muerte de Félix un escrito, especie de catecismo, en preguntas y respuestas del que conocemos el contenido por la refutación que hizo el mismo Agobardo después de quemar el manuscrito de Félix. En ese "testamento" se percibe con evidencia que sus ideas cristológicas formaban una masa compacta con su conciencia y que su doctrina no fuera quizá comprendida totalmente por sus adversarios, que las interpretaban un tanto fuera de contexto y sacaban consecuencias en las que los adopcionistas nunca habían pensado. De todos modos, el mismo Agobardo confiesa que los últimos escritos de Félix no contenían las palabras "adopción" ni "nuncupación".

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba