Jesús como Hijo del Hombre. Sobre el modo de razonar en torno a la cuestión del “Hijo del Hombre” (y VIII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Concluimos hoy nuestra serie. El modo de mi razonamiento en torno a la cuestión si Jesús se atribuyó a sí mismo -o estaba pensando en otro personaje- el título “Hijo del Hombre” en el sentido de “juez final escatológico de todas las naciones” se ha presado a interesantes comentarios por parte de los lectores de este blog en todos los sentidos, y también sobre el modo cómo progresa el argumento y de qué puntos parte.

Gracias a esos comentarios, caigo en la cuenta de que a veces el punto de partida, o algún que otro paso de la línea lógica de pensamiento a lo largo de esta serie pudiera no quedar tan claro como hubiera deseado. Por ello, quiero en esta última “postal” abordar el tema del modo de razonar.

El fondo de la cuestión –si Jesús se atribuyó a sí mismo el título de “Juez final”- no es básicamente ni sólo que “el concepto de mesianismo que va unido a esa función no existiera en su época; por tanto, Jesús no se lo atribuyó a sí mismo; luego lo inventaron sus discípulos”. Si fuera así, la réplica –como alguna amable lectora ha escrito- sería clara y absolutamente correcta: “También pudo inventarlo él y aplicárselo a sí mismo”. Creo que el fondo, simple y sencillo, es más bien el siguiente:

1. Según los resultados alcanzados previamente –gracias a más de 200 años de investigación-, Jesús fue un “hombre normal” en el sentido de que no se consideró a sí mismo Dios, ni hijo de Dios en sentido absoluto y ontológico del término; Jesús fue un judío muy piadoso y su religión fue la judía de su época; sus discusiones en torno al sentido profundo de la Ley nunca traspasaron el marco ideológico básico de esta religión ni pretendieron poner en solfa sus preceptos.

Entonces,

2. Si Jesús fue un hombre como los demás, no parece posible:

A. Que predijera su propia pasión, muerte y sobre todo resurrección en los términos en los que éstas aparecen en los Evangelios Sinópticos. Es cierto que Jesús fue un profeta, pero ningún profeta predice su propia resurrección en los términos en los que aparecen en los Evangelios.

B. El concepto de “El Hijo del Hombre”, sobre todo tal como se muestra en Mateo 25, implica que este personaje es una figura divina y que asume funciones divinas. Por tanto no parece posible que Jesús pudiera aplicárselo a sí mismo, ya que no se creía Dios, ontológicamente hablando, ni mucho menos.

Como puede observarse, este punto de partida es sencillo y simple. Es necesario buscar una explicación racional –según el marco de la reconstrucción histórica de los primeros pasos de la comunidad cristiana- a la cuestión por qué aparecen en boca de Jesús ese título y esas concepciones en torno a la misión de juez divino final de todos los hombres que no cuadran con la realidad y mentalidad de un mero ser humano, y además judío piadoso cuyo pensamiento se enmarca básicamente dentro de la ley de Moisés.

Hay diversas hipótesis explicativas; la adoptada en este blog es sólo una de ellas y no pasa de ser una hipótesis.

Comencemos por aclarar la aceptación de la existencia de un “nuevo mesianismo” – que supera el marco de las concepciones judías del momento, en el propio Jesús. El primer paso para comenzar la reflexión crítica al respecto lo proporcionan dos hechos:

1. Los discípulos que están con él durante años, o quizás al menos meses y meses, tienen una concepción totalmente judía del mesianismo (Mc 8,27ss; escena de Emaús en Lc 24; comienzo de los Hechos de los apóstoles). Parece imposible la opinión tradicional de que eran “cerrados de mente”, que no “entendieron” a Jesús; que sólo comprendieron tras la resurrección. La única explicación es:

2. Si atribuimos a la realidad histórica la entrada en Jerusalén dibujada en Mc 11,1ss y par., y las exclamaciones de las turbas que lo proclaman mesías en el sentido de “Hijo de David”, el que “viene en nombre del Señor para restaurar el Reino”, observamos que Jesús no contradice esa opinión; más bien la defiende contra los fariseos que le instan a reprimir la proclamación de sus seguidores (Lc 19,40: “Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras”), entonces una de dos:

a) o bien Jesús calló cuando debería haber explicado que su mesianismo era totalmente diferente al que esperaban las turbas y sus propios discípulos, pero que mantenía más o menos oculta,

b) O bien les indujo a un error invencible sobre su pensamiento. Dejó que permanecieran respecto a él y su mesianismo en una concepción absolutamente equivocada.

Ambas posibilidades son inaceptables en un hombre piadoso, profundamente religioso, como Jesús.

Es mucho más sencillo pensar que Jesús tenía una concepción mesiánica –aunque con ciertos matices propios- básicamente igual a la imperante entre los judíos, y que luego, tras su muerte, tras la creencia en su resurrección, su exaltación al ámbito divino, etc., sus seguidores le atribuyeron una concepción mesiánica diferente que él habría tenido ya en vida para explicar el “misterio” para ellos de su muerte ignominiosa en apariencia.

Las observaciones precedentes como se ven, son simples y básicas, de corte ciertamente racionalista, historicista, y parten del supuesto, repito, de que Jesús fue un mero hombre, que él no se creyó en absoluto hijo “físico”, ontológico de Dios. Por tanto, nunca atribuyó a sí mismo funciones divinas…, ni siquiera cuando expulsaba demonios o perdonaba los pecados. En los dos casos actuaba sólo como agente humano de Dios.

Y razonando de vuelta hacia el principio, desde estas bases parece claro que deben buscarse explicaciones hipotéticas de por qué se le atribuyó a Jesús el título mesiánico de Hijo del Hombre con rasgos absolutamente divinos (lo que parece muy claro sobre todo en Mateo).

Y el punto de partida de las hipótesis parece que sólo puede ser 1. que Jesús se autotituló a sí mismo con el sintagma “Hijo del Hombre”, de equívoco o múltiple sentido; 2. que Jesús al menos al final de su vida se pensó como el mesías de Israel, pero un mesías humano al fin y al cabo y que luego tras su muerte se ampliaron las base teológicas de estas concepciones haciendo que ambos títulos adquirieran tonos divinos: el portador de ellos –tras su muerte y resurrección, como se creía firmemente- había sido elevado al ámbito de la divinidad. Y el siguiente paso: Si lo fue tras su muerte… también debió de serlo en vida… de algún modo. Por ello se retroproyectaron y pusieron en sus labios frases con un sentido que no parece que él pudiera haber pronunciado durante su vida.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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