Lo puro y lo impuro. "Jesús y su gente" (X).

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con nuestro comentario al libro de Paolo Sacchi sobre “Jesús su gente”. Abordamos ahora el tema de Juan Bautista y la concepción de lo puro e impuro.

La idea de Juan Bautista de que el pecado dejaba como una mancha o traza en el ser humano tenía una larga historia en la Biblia fundada sobre la distinción puro e impuro. En tiempos de Jesús las discusiones se orientaban a dilucidar la esencia de lo impuro o la influencia que podía ejercer sobre los humanos: si era una fuerza de la naturaleza, o bien una indicación de parte de Dios.

Sobre todo los responsables del sacerdocio habían ido codificando desde antiguo, en la ley de Moisés, normas acerca del modo de comportarse de una fuerza verdaderamente existente en la naturaleza, que en hebreo se decía tamé, y que provocaba la impureza en los humanos. Existía en algunos seres vivientes y pasaba a otros con los que tenían algún contacto. Lo impuro se pensaba como una fuerza peligrosa para el hombre, que se hallaba sobre todo en los animales (en verdad se nos escapa el fundamento profundo de esta concpción) “que sólo rumian o que no tienen la pezuña hendida” (Lv 11,3) y entre los peces aquellos que no tienen aletas o escamas (Lv 11,10). Entre las aves, muchas de ellas, probablemente por su contacto con la sangre o los cadáveres (Lv 11,13ss); entre los insectos que tiene cuatro patas son sólo puros aquellos cuyas patas traseras son mayores que las delanteras y que saltan, es decir, toda especie de langosta… el resto es impuro (Lv 11,21ss).

El ciclo vital del hombre era impuro: el nacimiento que hacía impura a la recién parida, la unión sexual también dentro del matrimonio, los cadáveres. Era sumamente impura la sangre en cuanto sede de la vida.

Sacchi indica que para comprender qué conceptos hay detrás de la impureza hay que reflexionar sobre Ezequiel 44,23 y Lv 10,10: es necesario discernir entre los sacro y lo profano y a la vez entre lo puro y lo impuro. Se trata, por tanto, de una única categoría, dividida en dos subcategorías: por un lado la oposición sacro/profano y, por otro, la oposición puro/impuro. Esta categoría única permitir clasificar todas las cosas que existen en el mundo.

Lo sacro era concebido como una fuerza ligada a la divinidad y a todo aquello que le pertenecía, como el Arca de la alianza, el Templo y los objetos litúrgicos. El contacto con esta fuerza mataba, según la concepción antigua. Cuando Dios descendió sobre el monte Sinaí para hablar con Moisés y comunicarle sus normas para él y el pueblo hubo de darle instrucciones exactas para protegerse y defenderse de lo sacro que iba a llenar toda la montaña (Ex 19,10-15).

Cuando Isaías tuvo consciencia de hallarse en presencia de Dios (escena de su vocación) exclamó “Estoy perdido… porque siendo un ser humano he visto al Rey, Yahvé de los ejércitos…”. En el traslado del Arca a Jerusalén desde el país de los filisteos, cuando Oza tendió la mano hacia el Arca de Dios para protegerla y evitar que cayera a tierra ya que los bueyes comenzaban a insolentarse,

“Se encendió de pronto contra él la cólera de Yahvé, y cayó allí muerto (a pesar de toda su buena voluntad) junto al Arca de Yahvé” (2 Sam 6,6-8),


lo que provocó a David gran tristeza y terror de modo que desistió provisoriamente del traslado a su capital.

En los comienzos de la religión judía la impureza se concebía como una especie de sagrado “diluido” o de menor potencia: no tenía potencia para matar al ser humano, pero en cualquier caso le quitaba sus fuerzas. Por este motivo, el que se hallaba expuesto a algún peligro –en especial el contacto con lo sagrado, o cuando se iba de viaje o a la guerra-necesitaba estar en estado de “pureza”, es decir, sin contacto con esa fuerza maligna (recordemos qe se denomina tamé en hebreo) que le restaba poder. El sacerdote, que se enfrentaba diariamente en el Templo al mayor peligro, lo sacro, era el que necesitaba un mayor estado de ausencia de impureza. Gracias a ese estado conservaba todas sus fuerzas y podía sobrevivir.

Igualmente se explica con esta concepción que la sangre, especialmente sagrada porque era la portadora de la vida –y la vida sólo pertenece a Dios- fuera, a la vez, la máxima portadora de impureza.

Esta concepción primitiva sufre un cambio profundo, una verdadera inversión, en la época del final del domino persa sobre Israel y el comienzo de la época helenística que llevará a una concepción que dura hasta hoy día: lo puro se asociará con lo sagrado y lo impuro con lo profano.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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