Asunción de María 2ª Lect. (15.08.2017): María es definitivamente dichosa

Introducción:Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto” (1Cor 15,20-26)
Un capítulo dedicado a la resurrección
Tanto en la misa de la Vigilia como en la del Día, leemos dos fragmentos del capítulo 15 de la primera carta a 1os Corintios (15, 54-57; y 15, 20-26). Pablo divide el capítulo en tres apartados: a) Jesús ha resucitado (vv. 1-11). b) Conexión entre la resurrección de Jesús y la nuestra (vv.12-34). c) Modo y naturaleza de los cuerpos resucitados, y conclusión final (vv. 35-58). El texto de la Vigilia (vv. 54-57) pertenece a la acción de gracias por la victoria de Cristo sobre la muerte. Citando con libertad a Isaías (25,8: destruirá para siempre la muerte...) y a Oseas (13,14: ¿los rescataré del imperio del seol? ¿Los redimiré de la muerte?), elabora un mínimo himno de acción de gracias a Cristo, vencedor del pecado, de la Ley y de la muerte.

También nosotros resucitaremos
El texto de la misa del Día (1Cor 15, 20-26) es el núcleo del segundo apartado: conexión entre la resurrección de Jesús y la nuestra (vv. 12-34). Parte del hecho incuestionable para Pablo: “ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que duermen” (v. 20). La resurrección de Jesús revela el proyecto divino de dar vida eterna al ser humano. Se presenta a Jesús resucitado como primer fruto, primicia y garantía, no en sentido temporal, sino en sentido constitutivo de la resurrección de todos. Como el hombre vive la descendencia iniciada por Adán, así también vive la gracia revelada en Cristo: “en Cristo todos serán vivificados” (v. 22). La solidaridad entre Cristo y el ser humano en la resurrección es una afirmación paulina muy clara y constante:
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales, por medio de su Espíritu, que habita en vosotros” (Rm 8, 11).
Y Dios, como resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros con su poder” (1Cor 6, 14);
Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, también a nosotros nos resucitará con Jesús y pondrá a su lado juntamente con vosotros” (2Cor 4, 14);
Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios llevará con él por mediación de Jesús a los que durmieron” (1Tes 4, 14);

La Asunción proclama la llegada de María a la resurrección de Cristo
El Vaticano II afirma que en María “la Iglesia admira y ensalza el fruto mayor de la Redención, y, como en una imagen purísima, contempla con gozo, lo que toda ella misma desea y espera ser” (Const. sobre la Sagrada Liturgia -SC-, n. 103). La resurrección brilla en esta fiesta: “seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 1,2). Su Asunción al cielo realiza el proyecto divino: “es voluntad de mi Padre que todo el que vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día” (Jn 6,40). María es definitivamente dichosa, no por llevar a Jesús en su vientre y amamantarle, sino más bien “por escuchar y practicar la palabra de Dios” (Lc 11, 27-28), es decir, por llevarle “en su corazón más que en su seno” (San Agustín, De sancta virginitate 3: PL 40,398). Es decir, por dejarse llevar del Espíritu Santo que nos habita y conduce a la vida eterna.

Oración:Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto” (1Cor 15,20-26)

Jesús resucitado, hijo de María asunta al cielo:
Hoy los cristianos celebramos una fiesta muy familiar;
recordamos a tu madre que “superado el curso de su vida terrena,
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial...
para que se configurara más plenamente con su Hijo”
(Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia -LG-, n. 59).

Hoy proclamamos, con Pablo, el centro de nuestra fe esperanzada:
Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que duermen” (1Cor 15, 20);
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
el que resucitó a Cristo de entre los muertos
vivificará también vuestros cuerpos mortales,
por medio de su Espíritu, que habita en vosotros
” (Rm 8, 11).
Y Dios, como resucitó al Señor, también nos resucitará con su poder” (1Cor 6, 14);
Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús,
también a nosotros nos resucitará con Jesús
y nos pondrá a su lado juntamente con vosotros
” (2Cor 4, 14);
Pues si creemos que Jesús murió y resucitó,
así también Dios llevará con él
por mediación de Jesús a los que durmieron
” (1Tes 4, 14);

Hoy entonamos cantos de gratitud y alabanza al Padre del cielo:
cuya voluntad es que todo el que vea al Hijo y crea en él
tenga vida eterna y resucite en el último día
” (Jn 6,40).

María es definitivamente dichosa:
no por llevarte en su vientre y amamantarte,
sino más bien “por escuchar y practicar la palabra de Dios”;
por “haber creído” en el amor del Padre;
por haberte visto a ti, Hijo del Padre;
por llevarte “en su corazón más que en su seno”;
por hacerse madre y hermana tuya al “hacer la voluntad de Dios
(Mc 3,31-35; Mt 12,46-50; Lc 8,19-21; 11, 27-28).

Permítenos, Jesús, hijo de María, felicitar a tu madre y nuestra:
¡Enhorabuena, María del cielo, “arca de la alianza”!
Se abrió el santuario celeste de Dios
y el arca de su alianza se dejó ver en su templo
”? (Ap 11,19).
Te sentimos gozosa con el Padre y el Hijo en el Espíritu.
Te sentimos, como a tu Hijo, cercana a nuestra vida.
Sentimos tu amor hacia la humanidad entera.
Haced lo que él os diga” (Jn 2,5) es tu palabra siempre actual.

Tu madre nos remite siempre a ti, Jesús de Nazaret:
Hombre lleno del Espíritu del Padre;
llamándonos a la construcción del Reino;
dando buenas noticias a los pobres y a todos los que sufren;
liberando a los oprimidos por la enfermedad y la esclavitud;
compartiendo la conversación y el pan con los sencillos;
despidiendo vacíos de corazón y sentido a los ricos;
disgregando en soledad a los soberbios de corazón;
derribando tronos de quienes no aceptan la fraternidad,
sino que quieren dominar y no servir (Lc 1, 46-55).

Moldea nuestro corazón, Jesús resucitado, con tu Espíritu:
que, como María, percibamos la grandeza del amor de Dios;
que sintamos su misma “alegría en Dios nuestro salvador”;
que creamos que Dios mira la humildad de nuestra vida;
que nos prestemos a hacer obras grandes de amor con el Amor de Dios;
que siempre nos inunde la esperanza de compartir el cielo contigo,
hermano de todos y con tu madre María Asunta.

Rufo González
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