¿Cuándo la Iglesia eliminará la ley del celibato? Ladislao y Camila, mártires del amor matrimonial y de la libertad cristiana

La Iglesia argentina guarda memoria de este sacerdote y su esposa en conciencia

Fueron fieles al amor que Dios había puesto en sus corazones. Por encima de su compromiso humano (voto de castidad) estuvo el enamoramiento, voz de Dios para ellos. Fueron fieles a la conciencia, “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de ella” (GS 16). Tuvieron un hijo que no llegó a nacer por la ley humana, que se impuso a la ley de Dios: “¡no matarás!” (Ex 20,13).

Ladislao Gutiérrez y Camila O´Gorman, a mediados del siglo XIX, exactamente el 18 de agosto de 1848, fueron fusilados por romper el voto de castidad él y escándalo público los dos. Al menos dos películas interpretan su historia. Las dos películas llevan en su título el nombre de la mujer, en clara orientación feminista. Protagonistas son un sacerdote y una mujer, enamorados, que aceptan su amor como don de Dios y deciden “salir a buscar la tierra prometida” en que puedan cumplir sin trabas la voluntad divina. “Camila O'Gorman”, película de 1910 dirigida por Mario Gallo, con Blanca Podestá en papel de la joven. Y “Camila”, dirigida en 1984 por María Luisa Bemberg, nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Susú Pecoraro e Imanol Arias interpretan a la chica y al sacerdote. 

La historia del sacerdote y de la joven argentina fue muy llamativa por tratarse de personas de la alta sociedad poscolonial. En Internet, tecleando sus nombres, tenéis su tragedia con todo detalle. Especialmente hermosa es la narración de Lucía Gálvez, escritora licenciada en historia: vida, pasión, fuga, delación, ejecución de dos enamorados fieles a su conciencia. Resumo. Camila, nacida el 9 de julio de 1825 en Buenos Aires, del matrimonio Adolfo O'Gorman y Joaquina Ximénez Pinto, era la quinta de los seis hijos en una familia de clase alta, de origen irlandés, francés y español. Tenía un hermano sacerdote, Eduardo O’Gorman, compañero del seminario de Ladislao Gutiérrez, el otro protagonista de la historia. Era amiga íntima y confidente de la hija del gobernador, Manuelita Rosas, con quien compartía fiestas y bailes en el palacio presidencial. También Ladislao era de familia influyente y adinerada, originaria de Tucumán. Su tío, Celedonio Gutiérrez, fue gobernador de la provincia de Tucumán. Allí fue ordenado sacerdote a los veinticuatro años, y realizó sus primeras tareas pastorales. Más tarde fue designado párroco en la iglesia del Socorro, de Buenos Aires. Allí conoció a la familia de los O'Gorman, y entabló una amistad entrañable con ellos.

En 1847 se despertó el amor entre Camila y Ladislao. Siempre es un misterio el hecho de enamorarse. En un determinado momento una persona, entre las muchas que rozan nuestra vida, despierta en nosotros una atracción especial. Su aspecto físico, su voz, su mirada, su sonrisa, su forma de tratarnos, su manera de pensar... todo lo que vamos descubriendo nos agrada. Despierta sentimientos, deseos, sueños... que nadie hasta ahora había suscitado. Sin querer la vamos haciendo centro de nuestra vida. Nuestro tiempo y nuestro espacio empiezan a girar en torno a ella. Las esperas duelen como el hambre o la sed al que no tiene para comer o beber. El mundo, la vida, el trabajo, la familia... tienen ya otro sentido. El amor afecta todos los niveles, físicos y espirituales. Tiene sus riesgos. Es una experiencia muy agradable, tiene un mensaje profundo, hay en ella una llamada a cuidarla y a darle un cauce verdaderamente humano. Una persona creyente ve ahí la voz del Creador que no quiere que “el hombre esté solo” (Gn 2,18) e intima el “creced y multiplicaos” (Gn 1,28).

Ladislao y Camila, enamorados, interpretaron su amor desde el Amor de Dios. Se sintieron llamados a vivirlo en libertad. Decidieron salir de Buenos Aires, y emigrar hacia Río de Janeiro, Brasil, donde creían poder encontrar “la tierra prometida” a su amor. El 11 de diciembre de 1847, secretamente, en sendos caballos, salen hacia la provincia de Corrientes. Con ayudas diversas, llegaron al pueblo de Goya, donde creían que nadie les conocía. Para sobrevivir abren una escuela de niños. Durante unos meses encuentran la paz, a pesar de que sabían que les perseguían. El 23 de diciembre de 1847, Adolfo O'Gorman, padre de Camila, había denunciado ante el gobernador que su hija había sido seducida y raptada por el párroco. El gobernador Manuel Rosas, “Restaurador de las Leyes y el Orden”, ordenó apresar a la pareja, y conducirlos a la cárcel. En agosto de 1848, un sacerdote irlandés llamado Michael Gannon, que conocía el caso, les descubrió y avisó a las fuerzas del gobierno para que los prendieran.

Reconocieron su libertad para decidir. Ante las insinuaciones de violación, Camila negó rotundamente que hubiera sido violada y sostuvo su participación libre en el inicio del enamoramiento y en la trama de la huida. Los llevaron hacia Buenos Aires para ser juzgados. La presión social precipitó un juicio sumarísimo. No podía tolerarse la violación de los votos de castidad del sacerdote ni la mancha moral en la comunidad irlandesa. Condenados a muerte, son fusilados en la mañana del 18 de agosto en el Cuartel General de Santos Lugares de Rosas (actualmente localidad de San Andrés, General San Martín). Camila estaba embarazada de ocho meses. No les importó la Vida, sino la Ley. Ladislao hizo llegar a su ya mujer ánimo para dar la vida por amor: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te abraza... Tu Gutiérrez”.

Aún la Iglesia no ha asumido prácticamente el principio: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (He 5,29). Sobre todo cuando se trata de sus propias leyes. Ella identifica sus leyes con la voluntad de Dios. En este caso toleró la muerte de tres personas: Ladislao, Camila y el hijo “non nato” de ambos. “¡Para mayor gloria de Dios!”, decían atrozmente. El poder siempre encuentra justificación incluso para dar por bueno lo que en sí es perverso. Los asesinos argentinos tenía base teológica en el Papa Urbano II que, hacia el año 1090 en carta al obispo Godofredo Lucano, llegó a afirmar: “A los asesinos de excomulgados, según el uso de la iglesia romana, les impondrás una satisfacción proporcionada a la intención que hayan tenido. Pues no consideramos que sean homicidas los que, ardiendo en el celo de su católica madre contra los excomulgados, resulte que han destrozado a algunos de ellos”(Epist. 132. PL 151, 394. Ver también MANSI, XX, 713). Semejante disparate perdura aún como doctrina de la Iglesia al incluir como “magisterio de la Iglesia” la “condena, la reprobación y el rechazo” (DS 1.492) de la siguiente proposición atribuida a Lutero, por el Papa León X en 1520: “quemar herejes es contra la voluntad del Espíritu Santo”. (cf. DS 1.483, D 773).

¿Cuándo la Iglesia eliminará la ley del celibato? ¿No sería un gesto de amor y respeto a la voluntad divina? “¿Acaso no tenemos derecho a comer y beber?, ¿acaso no tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles, incluyendo a los parientes del Señor y a Pedro?...” (1Cor 9,4-5). “Si no pueden sostenerse, que sea casen; más vale casarse que quemarse” (1Cor 7,9). Esto sí es voluntad de Dios, recogida en la Biblia. Y no el destierro, la “reducción” laical, la marginación, la exclusión.... Diversos modos de “fusilamientos”, siempre indignos de cristianos.

Jaén, 18 de agosto de 202

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