Pensar sin querer pensar

Al atardecer, una mujer y un hombre pasean tranquilamente contemplando como el perro los sigue, olisquea, se queda atrás, vuelve a adelantarlos y se para a mirarlos. Miran las cosas y se dejan mirar por ellas. Brotan los frutales y los rosales, el centeno crece, de un día para a otro, lo increíble. Los labradores preparan la tierra para sembrar las patatas manteniendo una batalla contra las malas hierbas, acompañados por el sonido bronco del tractor como “un desgarrado vuelo de gritos”. ¿Te acuerda cuando éramos jóvenes? Al pasar al lado de aquel lugar, los dos pensaron, tal vez sin querer pensar, y recordaron al mirarse aquella vez que yacieron en un lecho de helechos alumbrados por una luna intima. El paseo abre y refresca sus recuerdos de jóvenes, cuando se abrasaban como lumbre con lumbre. Por momentos sienten borboritar la nostalgia por dentro. Regresaron a casa cuando el día se estaba muriendo en el filo de la cumbre pedregosa del Cebreiro

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