La casa de los abuelos

La casa de los abuelos está pisada con tablas gruesas de castaño serrado a mano. Por los pasillos siento los pasos lentos y fuertes del abuelo o los rítmicos y suaves de la abuela. Desde las paredes del cuarto me miran los antepasados, y recuerdo en el rincón el aguamanil con la toalla de lino blanquísimo sembrado, recogido y tejido por los abuelos. Las llamas, las chispas y los troncos incandescentes del fuego de la lareira (hogar) son como sus sonrisas. El chisporrotear de la lumbre desgrana genealogías, leyendas tejidas y destejidas, y cuentos mil veces contados por mis antepasados y los antepasados de mis antepasados hasta llegar al origen de los cuentos, de la noche y del fuego. El tiempo y el espacio en la casa el abuelo huelen, se pueden tocar, agarrar y cortar con un cuchillo. Esta casa es como el ombligo del mundo; en ella me siento y siento que piso la tierra. Fue mi primer templo, en donde oí hablar de Dios por primera vez y en donde aprendí a rezar. Los ratones, las telarañas, la polilla son la historia de las historias. Aquí todo tiene sentido.
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