2.2.18. Candelas. Cuarenta días de Navidad: El dolor de ser madre

Han pasado 40 días de la Navidad, y siguiendo un "rito antiguo" de viejo Israel, ha llegado el día de la culminación del Nacimiento:

a. El niño ha completado el nacimiento (ya es viable) y hay presentarle ante Dios (si es primogénito), para introducirlo en el despliegue la Vida, y rescatarlo con un cordero o con un par de palomas, si la familia es pobre, como la de Jesús.

b. Hay que purificar a la madre, porque el dar a luz entre "sangres" constituye una mancha, y ella ha sido impura todo ese tiempo, sin hacer vida normal, ni poder "tocar a nadie" (sólo al hijo).

Así lo indica esta fiesta extraña, que en medio mundo católico ha sido y sigue siendo día de la luz, las Candelas.

Hoy quiero comentar el evangelio de este día, que trata de la Presentación del Niño Jesús en el templo y la Purificación de la madre, con las palabras de un anciano profeta judío llamado Simeón, que invierte el sentido del rito antiguo y define a María como creadora de familia y vida, a través del sufrimiento, de las Siete Espadas que lleva en su alma para acompañar y ayudar a los hombres y mujeres a vivir en claridad.

La tradición antigua hablada de purificación... El evangelio habla de transformación de la madre, que asume el sufrimiento del hijo (de la vida) para crear de esa manera vida. Buen día de Candelas a todos los amigos, a todos los lectores de esta postal... Y en especiál felicidades a las Candelas, a las Puris....

Texto Lucas 2,22-40

1. Introducción. Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, [de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones."


2. Palabras y gesto de Simeón
. Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

"Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel."

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma."

3. Ana, la profetisa , hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.] Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Simeón de Jacob, la espada vengadora

Dejo el tema insondable de Ana, para ocuparme sólo del gesto de Simeón, que nos lleva hasta el lugar donde la esperanza israelita se cumple, volviéndose cristiana, anticipando el misterio de la pascua de Jesús.

Mientras María y José cumplen con Jesús la liturgia sacral del templo israelita, viene a su encuentro un hombre sobre el mismo templo. La tradición posterior le ha presentado como anciano, pero el texto dice sólo que es anthropos, hombre. Se llama Simeón (= Dios ha escuchado, cf .Gen 29, 33) y llega del pasado más profundo de la israelita, como el patriarca de su nombre. Recordemos la figura de Simeón, el patriarca, Hijo de Jacob. Su figura está asociada con dos gestos significativos:

- Simeón es el patriarca violento y justiciero que tomó la espada para vengar a los extranjeros que violaron a la virgen Dina, siendo de algún modo condenado por el mismo padre Jacob (Cf Gen 34, 30-31; 49, 5-7). La nueva teología judía (cf Jubileos 30) rehabilita su figura y le presenta como vengador de sangre, patrono de todos los que luchan con la espada en contra de los opresores de su pueblo. De esa forma ha recreado Judit 9, 2-15 su hazaña sangrienta. La misma Judit aparece como hija de Simeón, renovando su gesto de venganza y matando con su propia espada a Holofernes, opresor del pueblo .

- En el libro llamado Testamento de Simeón, él aparece como envidioso, conforme a un tema esbozado (desde la perspectiva de Rubén) en Gen 37: tiene celos de José, quiere matarle. Superando aquella actitud juvenil, el viejo Simeón pide a sus descendientes que eviten la envidia, que amen y acojan a los otros. Así acaba su mensaje: obedeced a Leví y a Judá; no os levantéis contra estas dos tribus, porque de ellas surgirá la salvación de Dios; porque el Señor suscitará de Leví como un sumo sacerdote y de Judá un rey... que salvará a todas las naciones y al pueblo de Israel. No es ya Simeón hombre de espada o envidia sino patriarca de conversión y esperanza mesiánica .

Simeón el del templo, una espada de amor

Nuestro personaje (Lc 2, 25-35) se entiende bien sobre el transfondo de evocaciones que suscita el viejo Simeón. Es portador de la esperanza mesiánica, expresión del Israel que aguarda la llegada del salvador (en la línea de Testamento de Simeón). Pero, al mismo tiempo, es hombre convertido que invierte la violencia: no pondrá la espada vengadora en manos de Judit, su descendiente, para que mate al enemigo, sino que enseñará a María, madre mesiánica, a sufrir dentro del alma el dolor de la espada cristiana.


Este Simeón personifica la justicia y piedad israelita: es el pueblo que escucha a Dios, que recibe su Espíritu y espera la llegada de su Cristo. No tiene edad, no es ahora ni de antes, es de siempre: es la plenitud de la esperanza. Es evidente que Dios no le puede engañar ni rechazar; ha recibido la promesa de ver al Cristo-Señor antes de morir y vive solamente para ello. Por eso, cuando llegan los padres de Jesús, él se presenta, toma al niño en brazos y bendice a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz... (2, 29).


Ha esperado bien, sabe morir. Su vida ha culminado, ha tenido sentido lo que ha hecho. Por eso bendice a Dios diciendo ¡gracias!. Puede morir desde la esperanza realizada, como individuo concreto y como patriarca, representante del pueblo, condensado en su figura. El verdadero Israel que es Simeón ha cumplido su tarea, puede acabar, esperando al salvador donde se vinculan todos los pueblos (pantôn tôn laôn). Desaparece ya la división entre ethnê (gentiles) y laos (judíos); la gloria (doxa) de Israel es que su Cristo sea luz (phôs) de las gentes .

Sobre todo esto, cf. A. Simón Muñoz, El Mesías y la Hija de Sión, SSNT 3, Madrid 1994, libro importante aunque nosotros no aceptemos sus conclusiones. Cf. también S. Muñoz Iglesias, Los evangelios de la infancia III, BAC, Madrid 1990, 293-318; K. Berger, Das Canticum Simeonis (Lk 2, 29-32), NT 27 (1985) 27-39; P. Grelot, Le cantique de Siméon (Luc 2, 29-32), RB 93 (1986) 481-509.


¡Ésta es la palabra de Simeón! ¡Puedo y debo morir para que en Cristo se complete la esperanza y se vinculen desde la misma luz y gloria los judíos y gentiles, todos los humanos! Las palabras de Simeón remiten de Is 42, 6 donde el profeta escatológico aparece como alianza del pueblo (Israel) y luz de las naciones (gentiles). Pero Lc 2, 32 ha puesto doxa (gloria) allí donde Is 42 ponía alianza, para situarse de esa forma en una perspectiva más comprensible en su contexto teológico.


María, una espada que atraviesa alma para crear vida

En ese fondo cobran sentido las palabras que siguen. Los padres del niño se admiran, navegando como están en una especie de gran travesía teológica que les lleva de esperanza en esperanza (cf. Heb 11). Como viviente que ha realizado su camino, Simeón les bendice para hablar luego a María (José vuelve a quedar al margen) su más honda palabra. Este es el verdadero Testamento de Simeón para los cristianos, palabra que dice a la nueva Judit, judía mesiánica:

Mira, este está puesto como (causa de)
caída y resurrección de muchos en Israel,
como señal controvertida,
a ti misma una espada te atravesará el alma (2,34-35).



Lo que era esperanza cumplida (Simeón que acoge al niño en brazos) se convierte para muchos en principio de disputa: Jesús será signo de contradicción, bandera discutida. La ternura de la escena se transforma en principio de disputa: Jesús mismo se vuelve antilegomenon, señal de contradicción, piedra de escándalo. Este es el momento de la gran revelación (apokalypsis) que expresa y define el final de los tiempos. Hasta ahora las cosas estaban mezcladas, podían confundirse. Ahora quedan al fin desvelados los más hondos pensamientos, el bien más hondo y la maldad suprema de los corazones.


Simeón ha contemplado la verdad desde su más alta perspectiva de vidente dispuesto a morir: es patriarca convertido finalmente el profeta. Puede morir, pero María ha de vivir para contemplar hasta el misterio de esperanza, compartiendo la dureza creadora de su trama. Ella debe culminar su "parto", realizando su camino de maternidad mesiánica y acompañando hasta el final al Cristo, en gesto de esperanza creadora y dolorida: ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!


Aprender a sufrir, crear crear vida dando vida

Esta no es la espada del viejo Simeón, vengador de los antiguos siquemitas (Jud 9,2); no es la espada de la fuerza de Judit (cf Jud 9,9), que corta el cuello de Holofernes (Judit 13, 6-8). Es la espada del dolor personal convertido en fuente de acción creadora. En ella viene a condensarse el más hondo sentido de la esperanza israelita, en la línea de eso que Lc 24, 27 llamará hermenéutica paciente de la Escritura. Estos son los sentidos posibles de la espada:

- Dolor israelita. Sufre María por la división de los hombres de su pueblo.
- Dolor cristiano. Sufre al seguir a Jesús en su camino de cruz.
- Dolor crucificado. Conforme a Jn 19, 25-27, María comparte la cruz de su Hijo .

Ellos nos conducen hasta el centro de la acción sufriente de María, madre mesiánica, vinculada a la acción redentora del Cristo, su Hijo. Simeón ha desvelado ante María el sentido sufriente de su maternidad. Para recorrer su camino materno ella debe acompañar al Cristo, sabiendo que una esperanza sin sufrimiento sería ilusión o magia: pensar que Dios arregla las cosas desde fuera. Pero un dolor sin esperanza acabaría siendo desesperación o masoquismo. Sólo allí donde los dos aspectos se vinculan emerge el misterio maternal y creador de la acción mesiánica de María.

Esta acción dolorida y esperanzado de María se sitúa en un camino antiguo, como indica Simeón, el patriarca israelita, al evocarlo. Al asumir en su alma el dolor de la espada del Mesías, María viene a presentarse como expresión y culmen de una acción que había comenzado en el principio de la historia de la salvación y que culmina por el Cristo.

Este dolor de la acción de María es un dolor no violento en sentido externo (nadie la mata...). Por eso se distingue del gesto sanguinario de Judit, que corta con la espada el cuello de Holofernes. Es un dolor creador de familia: ella acepta la espada de Jesús, para venir a convertirse en madre y hermana de todos los hombres.

Santa María del hijo que crece. Saber sufrir, saber amar

María no destruye a nadie, ni construye su esperanza en claves de violencia. Para actuar como madre del Cristo Salvador ella debe aprender a sufrir, en gesto de seguimiento que culmina en la pascua. Así cobran sentido los pasajes anteriores (el Benedictus se invierte, el Magnificat se profundiza). Así culmina la palabra del ángel:¡alégrate, khaire! (1, 28), sabiendo que el gozo de María resulta inseparable de la romphaia o espada afilada que atraviesa y purifica los rincones más profundos de su alma, poniéndola al servicio de la salvación del Cristo:

- El sufrimiento de María ha de entenderse en clave de esperanza. Dios ha ensanchado su alma, haciéndole capaz de recorrer un camino de entrega mesiánica (cf. 1, 32-33), llamándole agraciada. Le ha dado lo más grande (el hijo mesiánico). Sólo así le puede pedir su colaboración, de forma que ella persista en su fiat. María sufre para que todos puedan tener familia, ser hermanos en Jesús.

- Es un sufrimiento asumido de manera personal. Ella mismo lo ha querido. Ha iniciado un camino de esperanza y gozo que jamás había sido recorrido de esta forma. Lleva a Jesús en sus brazos; su mismo compromiso de maternidad mesiánica, fuente de suprema esperanza, se traducirá en forma de entrega dolorida, creadora. Sólo el que sabe sufrir puede amar, ensanchar la familia, crear fraternidad universal

- Es un sufrimiento pascual. La esperanza del gozo final nos acompaña desde el principio de la anunciación. La razón se hace evidente: para recibir la gloria de Jesús y participar de su resurrección, la madre debe acompañarle en su pasión. Ella viene a presentarse así como la primera cristiana de la historia. María es signo de la nueva familia de los hijos de Dios, una familia donde caben en amor todos los hombres y mujeres de la tierra.

Esta palabra de la espada no es fatalidad sino promesa. María ha recibido al niño y lo educará: lo ha cuidado y lo cuidará, asumiendo el sufrimiento que ello implica. El profeta ha iluminado su camino de dolor y ella lo acepta; conoce lo que Dios le pide y permanece firme. De esa forma actúa. Por eso le llaman los cristianos Virgen de la Esperanza . Por eso puede presentarse en la Iglesia como creadora de familia de los hermanos y hermanas de Jesús.

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