4.8.19. Dom 18 Tiempo ord. Lc 12, 13‒21 Morir de abundancia. Una riqueza que puede matarnos

Disputa de día, angustia en la noche

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La Biblia sabe que la herencia‒dinero es bendición de Dios para vivir, disfrutar y compartir, como dice la Biblia, desde  Gen 1 (creación) y Gen 12ss (historia de Abraham), hasta el Apocalipsis. Pero ella se puede convertir (y se ha convertido de hecho) en maldición social y personal. Así lo decía un gitano (¡mira, payo, el dinero nos ha destruido y ya no somos naide!) y así lo sabe gran parte del mundo (incluida la iglesia de Jesús), como muestran con fuerte lucidez las dos partes de este evangelio del domingo:

1. Maldición social. Lc 12, 13‒15 presenta la disputa de dos hermanos por la herencia. Está en el fondo la lucha de Caín contra Abel, por la ancha tierra y la “bendición de dios”. Nuestro pasaje no dice que uno mate al otro, sino que viene ante Jesús para que imponga su ley de herencias, pero Jesús se inhibe en ese plano, dejando a los hermanos ante la necesidad de arreglarse entre ellos, compartiendo la herencia de la vida y de la tierra, en diálogo fraterno.

Este relato sigue planteando una serie de preguntas esenciales: ¿De quién es hoy la herencia de la tierra y del trabajo de los hombres? En un lugar muy importante (Mt 25, 31‒46) Jesús afirma que toda la herencia de la tierra es de los pobres y de aquellos que ayudan a los pobres. Jesús tiene muchas cosas importantes que decir en este campo. 

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2. Maldición personal: Lc 12, 16‒21 plantea el tema de la angustia ante el dinero, en medio de la noche. No habla ya de dos hermanos que disputan, sino de un hombre solo, a oscuras con sí mismo y con su miedo, en su cama de nuevo rico, mientras rebosan sus graneros. (1) Por un lado se ilusiona: Agrandaré mis grandes silos, llenaré los bancos de dinero, viviré gozoso largos y largos años. (2) Pero, al mismo tiempo, se angustia en la noche (¡en escena onírica de gozo y de miedo!). El rico esta sólo en su cama, sin mujer que abrazar, sin hermano con quien disputar, y le asalta en la oscuridad la Voz ¡esta noche morirás!

El texto no habla de su muerte, sino sólo de la voz del miedo que parece venir de Dios y que le corroe y mata, en medio de una inmensa riqueza, como un Ciudadano Kane, que lo tiene todo, pero no se tiene a sí mismo, ni mujer amiga, ni hermano… Sólo ante el dinero, en la angustia de la noche: Y si muero esta noche ¿qué será de mí y de este inmenso dinero?

……..            Éste es un tema central del evangelio de Lucas, en la línea de lo que hemos ido viendo en domingos anteriores, con parábolas intensas y exigentes sobre un fondo de dinero (Hijo Pródigo, Buen Samaritano, Invitados a la Cena…), de manera que por eso y por su atención general al tema se le ha podido llamar evangelista de los pobres,

Ciertamente, el evangelista a quien llamamos "Lucas"  no era un pobre, en sentido material, pues tenía una buena formación histórico-literaria, y dispuso además de tiempo y medios para escribir una obra larga (Lucas‒Hechos) de un modo reposado, consultando fuentes y escrutando informaciones, pero estaba comprometido con el mensaje y vida de Jesús, centrado en el motivo de auténtica amor y del riesgo de un dinero que se cierra en sí, originando lucha entre hermanos y angustia de miedo‒soledad y muerte en medio de la noche[1].  Así lo mostraré estudiando este pasaje, que forma parte de la gran catequesis económica de Lc 12, 13‒34[2].

   El tema que sigue está tomado básicamente de Pikaza, Dios o el dinero, Sal Terrae, Santander 2019, 353-359

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DISPUTA POR LA HERENCIA (LC 12, 13-15)

Este relato retoma un motivo de sabiduría universal, importante en Israel (al menos desde Abrahán), que Jesús había planteado en la parábola de los viñadores homicidas, que matan al heredero (hijo del dueño), para quedarse con la herencia (cf. Mc 12, 1-12). El tema de fondo es la “posesión y disputa” por la herencia y los bienes de la tierra:

‒ ¿De quién son? ¿De unos estados particulares? ¿De unos ricos? Cómo compartir entre todos los bienes de la herencia de Dios que es la tierra, con preguntas como:

‒ Qué sentido tiene hoy la “propiedad privada”, con la distribución tan desigual de la riqueza de la herencia.

‒ ¿Se pueden construir muros y alambradas para guardar la propia herencia e impedir que otros vengan a… compartirla, robarla…?

 En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro sobre vosotros? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno sea rico su vida no depende de las riquezas que él tiene (Lc 12, 13-15).

 Más que de ganancias personales, vivimos de herencias, esto es, de aquello que gratuitamente y/o según ley nos han “transmitido” como herencia, en familia, sociedad o Iglesia. Vivimos del amor que nos han ofrecido, del lenguaje que nos han enseñado para comunicarnos, de las tradiciones culturales y sociales que nos han legado, de la tierra que otros han cultivado previamente, de los animales que han domesticado etc.

En ese sentido, la herencia o tradición) es necesaria y sin ella no se podría hablar de vida humana (por tradición recibimos genoma y cultura), pero si un tipo de herencia (sobre todo económica) define y fija para siempre el lugar de cada uno (de forma que unos “heredan” casi todo y otros no reciben en herencia casi nada)  destruimos la verdad del evangelio, que es buena “nueva”, palabra y garantía de bienaventuranza para los pobres que “heredarán” el Reino.

 Hubo sociedades, como la judía en tiempos de Jesús, que organizaron de manera minuciosa tradiciones de herencias de tipo familiar y social, cultural, religioso y económico, de manera que la misma religión era tema de herencia y de práctica garantizada por los antepasados (presbíteros), religión hecha de leyes y buenas posesiones, de manera que la tarea más importante de todos y en especial de  los maestros (escribas) era regular lo transmitido, para que pasara de padres a hijos, tradición, de forma ellos (escribas, maestros religiosos) eran, ante todo, jueces y expertos en herencias, como sigue mostrando la Misná, libro de repeticiones de los maestros rabínicos en el siglo II-III d.C.

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El texto dice que se acercó a Jesús un hombre pidiéndole que le arreglara el tema de la herencia con su otro hermano. Pero Jesús no aceptó esa petición, al servicio de la gente que podía transmitir una herencia rica a sus descendientes, pues pensó que se debía superar el etilo legal de esas herencias, al servicio de familias y grupos importantes en religión y dinero.

En esa línea, él quiso ofrecer y abrir la Gran Herencia del Reino para todos, empezando por los pobres y excluidos de las posesiones del mundo, y por eso pidió al hombre que quiso seguirle que renunciara a la herencia  de su (que los muertos entierren a sus muertos: Lc 9, 60), lo mismo que al rico que quería alcanzar la vida eterna (Lc 18, 18-23; cf. Mc 10, 17-22).

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La ley de herencias implicaba un tipo de discriminación, una forma de perpetuar el orden social clasista. Por eso, Jesús no quiso resolver por ley estas cuestiones, sino subir de plano y enseñar a compartirlo todo, empezando por los más pobres, de manera que no se pudiera hablar de transmisión cerradas de herencias particulares, desde unos presbíteros a sus sucesoras, sino de apertura y comunión de bienes, de todos con todos, para enriquecerse de esa forma unos a otros, conforme al modelo del mismo Jesús que da/regala su existencia (cuerpo y sangre) a modo de comida superior, eucaristía.

En esa línea, Jesús quiso que todos los bienes se hicieran regalo (al menos en ámbito de Reino), añadiendo en Lc 12, 15 un último verso, de hondo sentido antropológico: La vida del hombre es más que todo lo que él tiene, de manera que no por ser rico uno puede convertirse en dueño de ella. Lo que importa es la riqueza personal, que se comparte en gratuidad, en comunión, sobre un tipo de posesión individual (egoísta) y de transmisión igualmente particular de bienes, en un contexto de familias contrapuestas, donde unos pueden tener mucho y otros no tienen nada[3].

Jesús no quiso regular herencias particulares, sino impulsar la comunión de todos.Ciertamente, él admitió el código o signo principal de la herencia de Israel (la Escritura, la confesión de fe), pero pensó que se debía superar el “etilo legal” de herencias, al servicio de familias ricas. Por eso pidió al hombres que quiso seguirlo y que tenía muchos bienes, que los dejara (vendiera) los diera a los pobres, renunciando a su herencia para así acompañarle (Lc 18, 29-31; cf. Mc 10, 28-31), como indican algunas de sus sentencias fundamentales:

‒ Dejar padre-madre y familia… Para seguir a Jesús en aquel contexto debía superarse un tipo de estructura familiar, una herencia que servía para mantener la sociedad establecida, al servicio de los privilegiados. En esa línea (precisamente para conservar y recrear el don de Dios, y abrirlo a todos), Jesús debió trascender el esquema de una tradición cerrada en sí, de manera que sus seguidores debían “aborrecer” a su padre y a su madre, es decir, superar el sistema de herencias legales, que mantenían al hombre cerrado en la red de las tradiciones establecidas (cf. Lc 14, 26; cf. Mc 3, 31-35; 10, 28-31).

‒ Deja que los muertos entierren a los muertos… (Lc 9, 60; Mt 8, 22). La norma de la tradición es “cuidar” a los padres para recibir su herencia, manteniendo de esa forma el sistema de las separaciones… Pues bien, en contra de eso, Jesús pide a sus discípulos que abandonen ese sistema (al mismo padre como autoridad), para iniciar un camino de vida y hermandad universal. Sólo así, superando la ley de las herencias se puede y se debe cuidar en concreto a los padres necesitados como personas (Mc 7,10-12).

‒ Vende todo y sígueme… (Lc 18, 22; Cf. Mc 10, 17-22). Jesús dice al rico, propietario sin duda de gran herencia, que lo venda todo y que la dé a los pobres…, compartiendo de esa forma sus bienes con los necesitados, para seguirle a él, es decir, para crear una humanidad donde los bienes sean compartidos, donde la herencia se abra para todos, no para unas familias o grupos especiales[4].

 El sistema particular de herencias resultaba a su entender injusto, pues mantenía la superioridad de unos sobre otros, en contra de la ley de jubileo (Lev 25), que proponía el reparto igualitario de las tierras. Ésta experiencia está al fondo de la Iglesia o comunidad de Jesús, que ha de entenderse en forma de gratuidad y comunión de bienes. No se trata, pues, de regular con un tipo de justicia legal las herencias, sino de superar ese nivel de justicia particular para crear una comunión de gratuidad, abierta a todos, empezando por los necesitados, en un mundo en el que Dios se expresa en el amor gratuito y en la comunión entre los hombres[5]

ANGUSTIA EN LA NOCHE. ATESORAR PARA SÍ, ATESORAR PARA DIOS (LC 12, 16-21)

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 Este nuevo pasaje, expuesto en forma de parábola, es una continuación del anterior (Lc 12, 13-15: reparto de la herencia), cuya enseñanza retoma de un modo más concreto, como indica la conclusión, donde se habla de la locura del hombre que atesora para sí (con el riesgo de perderlo todo), y no para Dios, quien conserva y mantiene los bienes para siempre (Lc 12, 21):

 Y les dijo una parábola: El campo de un hombre rico dio mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha? Y dijo: Esto haré, demoleré mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Goza, come, bebe, sé feliz. Pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste ¿para quién serán? Así es quien atesora riquezas para sí, y no según Dios (Lc 12, 16-21)[6].

Esta parábola no trata de una herencia, sino de un hombre que ha “heredado” y se ha hecho rico (plousios), tras haber recogido en su campo una cosecha inmensa. Éste nuevo rico no es comerciante, ni especulador, sino un propietario de un gran campo, que le ha dado lo suficiente para vivir sin preocuparse más, un hombre que se siente afortunado y no plantea preguntas éticas sobre la justicia de la adquisición y disfrute de sus propiedades. No tiene a la puerta de su casa un pobre Lázaro, como el epulón de Lc 16, 19-31, y así puede vivir sin problemas sociales, sin más ocupación que ocuparse de sí mismo, sin contar con otros, sin tener que luchar por hacerse más rico.

La lucha de la vida ha terminado para él, de manera que puede almacenar su cosecha en graneros, y vivir de rentas para siempre, sin más tiempo de lucha y esfuerzo. Ha conseguido abundancia suficiente, nunca más tendrá que preocuparse. Por eso se dice: “Tienes bienes para mucho tiempo, descansa, come…”. Este es el ideal de un hombre que espera vivir satisfecho, sin ladrones ni enemigos, sin mendigos a su puerta, con medios abundante para comer-gastar-disfrutar a lo largo de un futuro que se le presenta abierto al infinito sin más preocupaciones, a pesar de que la misma Biblia diga, en otros lugares, que nada puede saciar el deseo del alma[7].

Ciertamente, al “refutar” el argumento del rico, esta parábola podría aducir otras razones (como la fragilidad y el riesgo de las mismas riquezas…), pero se centra  en el hecho de que todas las riquezas terminan con la muerte, de manera que el hombre que confía en ellas es un necio, como muestra el juego de palabras del texto: El hombre rico se dice a sí mismo euphrainou (sé feliz); pero la voz Dios, que no ha tenido en cuenta, le responde aphrôn, necio, sin entendimiento (phrên). Etimológicamente, las palabras son distintas, pero suenan de modo semejante, de manera que la voz que dice aphron, incapaz de pensar, responde al euphrainou del rico, que se dice “goza, come y bebe”.

Este pasaje no evoca ninguna alta razón evangélica, sino una fuerte sabiduría moral,  que se expresa en la dura vela (vigilia) de la noche gozos y atormentada. Sobre la cama (¡lecho de muerte de su vida!) este rico necio imagina cielos de dinero y sufre terrores de muerte: 

Cielos de dinero. Éste es el cielo del rico: aumentar los graneros, asegurar su hacienda,  vivir pendiente de ellas, sin ocuparse de los demás, sin mujer ni amigo. Él y su dinero, solos, ante un granero inmenso de comida por los siglos de los siglos.‒ Infierno de muerte: Pero “dios” le dijo… ¿Quién es ese “dios” que le habla en la noche de la riqueza hecha miedo? ¿Es el Dios verdadero de la vida o es su propio miedo, que brota precisamente de las riquezas que él quiere atesorar?

             Probablemente, este hombre podía vivir antes tranquilo, sin demasiadas riquezas, con mujer amiga, con amigos, hijos y trabajo… Pero, de pronto, ante la gran lotería de una cosecha inmensa, le viene un gozo distinto (egoísta) y, ante todo, un miedo de muerte.

¿Todo esto de quién será? ¿A quién dejaré la herencia de mi vida,  dejándoles en amor mi vida, en esperanza de resurrección, no unas puras riquezas por las que seguirán luchando mis herederos… como sucedía al comienzo de esta lectura del domingo?

 Todas las riquezas del mundo no pueden liberar al hombre rico de la muerte, es decir, de su fragilidad vital, de manera que su llamada al gozo, sin más responsabilidad o cuidado (goza, come, bebe), acaba siendo una locura, no sólo en sentido personal (¡cómo puedes disfrutar si vas a morir!), sino también social: ¿De quién serán las riquezas que has logrado amasar locamente? Por más rico que sea, un hombre no puede conservar por siempre sus bienes, ni salvarse por ellos. Por eso, la misma gran riqueza se termina convirtiendo en angustia en la noche: ¿Qué es lo que tienes? ¿Qué es lo que puedes dar?

Un ejemplo en el libro de Job

 Quizá el testimonio más hondo de la angustia del rico en la noche ante la muerte se encuentra en el segundo discurso de Elifaz en el libro de Job: 

 Todo el tiempo en que vive, el impío es atormentado de dolor, y el número de sus años le está escondido al violento. / Estruendos espantosos resuenan en sus oídos,y en tiempo vendrá sobre él como destructor.Él no cree que hay retorno desde las tinieblas,y se siente espiado (destinado) para la espada. Vaga errante, buscando y diciendo: "¿Dónde está?".Sabe que le está preparado, cerca, el día de tinieblas. Tribulación y angustia le turban,y se lanzan contra él como un rey ante la batalla (Job 15, 20‒24)

Éste es el poema del miedo del opresor/rico en medio de la noche, sólo ante el futuro de muerte, consigo mismo y con sus inútiles riquezas. Este rico se encuentra angustiado en la noche, sabiendo Devastador (poder de la muerte) viene sobre él, en medio de su prosperidad. El malvado anticipa ese peligro, antes de que se realice.

Agobiado por la conciencia de su pecado, el malvado no puede elevarse a la esperanza de liberación, en medio de la oscuridad que le domina; de esa manera, él se encuentra realmente atormentado en la noche, agobiado por el pensamiento de perder sus riquezas y volverse pobre, mendigando comida, mirando ansiosamente y preguntando ¿dónde hay…?  ¿dónde habrá alguien al que yo pueda encontrar, que me pueda dar comida?

 NOTAS

[1] Bibliografía sobre riqueza y pobreza en Lucas (Lc-Hch): F. Bovon, Luc le théologien. Vingt-cinq ans de recherches (1950-1975), Labor et Fides, Géneve 1988 y J. K. Donahue, Two Decades of Research on the Rich and the Poor in Luke-Acts, en D. A. Knight, Justice and the Holy. FS Walter Harrelson, Scholars, Atlanta 1989. Entre los trabajos más significativos:   H. J. Degenhardt,LukasEvangelist der Armen, KBW, Stuttgart 1965 y P. V. Cabello, Tened cuidado y guardaos de toda codicia". Hacia una interpretación conciliadora del tema riqueza-pobreza en Lc-Hch a partir del análisis socio-retórico de Lc 12,13-34, Verbo Divino, Estella 2011.  Además de comentarios, cf. P. Bemile, Magnificat within the Context and Framework of Lukan Theology, Peter Lang, Frankfurt 1986; R. L. Cassidy, Jesús: política y sociedad. Estudio del evangelio de Lucas, Biblia y Fe, Madrid 1998; P. P. Esler, Community and Gospel in Luke-Acts (SNTS MS, 57), UP Cambridge 1987; G. Girardet, Vangelo della liberazione. Lettura politica di Luca, Claudiana, Roma 1976; J. Gillman, Possessions and the Life of Faith. A Reading of Luke-Acts (ZSNT 7), Liturgical, Collegeville 1991; M. Grilli (ed.), Riqueza y solidaridad en la obra de Lucas, Verbo Divino, Estella 2006; H. J. Held, Den Reichen wird das Evangelium gepredigt. Die soziale Zumutungen des Glaubens im Lukasevangelium und in der Apostelgeschichte, Neukirchener V. 1997; M. Hengel, Eigentum und Reichtum in der frühen Kirche. Aspekte einer frühchristlichen Sozialgeschichte, Calver, Stuttgart 1973; F. W. Horn, Glaube und Handeln in der Theologie des Lukas (GTA 26), Vandenhoeck, Göttingen 1983; Th. Hoyt, The Poor in Luke-Acts, Duke UDiss., 1974/5; A. von Jüchen, Jesus zwischen Reich und Arm. Mammonworte und Mammon-geschichten im Neuen Testament, Alektor, Stuttgart 1985; F. Kamphaus y F. Lentzen-Deis (eds.), ...und machen einander Reich. Beiträge zur Arm-Reich-Problematik reflektiert am Lukas-Evangelium, Plöger, Essen 1989; T. Kato, La pensee sociale de Luc-Actes (EHPR, 76), PUF, Paris 1997;   K. J. Kim, Stewardship and Almsgiving in Luke's Theology (JSNTSup, 155) Sheffield 1998; L. T. Johnson, The Literary Function of Possessions in Luke-Acts (SBLDS 39), Missoula 1977; Sharing Possessions. Mandate and Symbol of Faith (OBT 9), Philadelphia 1981; F. López M., Pobreza y riqueza en los evangelios. San Lucas, el evangelista de la pobreza, Studium, Madrid 1963; K. Mineshige, Besitzverzicht und Almosen bei Lukasnsethos (WUNT II. 163), Mohr, Tübingen 2003; H. Moxnes, The Economy of the Kingdom. Social Conflict and Economic Relations in Luke's Gospel (OBT 23), Fortress, Philadelphia 1988; V. Petracca, Gott oder das Geld. Die Besitzethik des Lukas (TANZ 39), Francke, Tübingen 2003; T. E. Philips, Reading Issues of Wealth and Poverty in Luke-Acts (SBEC 48), Mellen, Lewinston 2001; W. E. Pilgrim, Good News to the Poor: Wealth and Poverty in Luke-Acts, Fortress, Minneapolis 1981; S. J. Roth, The Blind, the Lame, the Poor. Character Types in Luke-Acts, JSNT.S 144, Sheffield 1997; D. P. Seccombe, Possessions and the Poor in Luke-Acts (SNTU.B 6), Linz 1982; J. O. York, The Last Shall Be First. The Rhetoric of Reversal in Luke (JSNT.S 46), Sheffield 1991.

[2] Cf. P. V. Cabello, Tened cuidado y guardaos de toda codicia. Hacia una interpretación conciliadora del tema riqueza-pobreza en Lc-Hch a partir del análisis socio-retórico de Lc 12,13-34, Verbo Divino, Estella 2011. 

[3] De manera significativa, la Iglesia en general (a pesar de que ha puesto su dinero al servicio de los pobre), ha tendido a recrear la ley de herencias que Jesús había superado, pactando así con reyes y nobles de grandes herencias. 

[4] Como seguiré indicando, los “viñadores” mataron a Jesús precisamente porque exigió que repartieran la herencia (Mc 10, 1-12; Lc 20, 9-19), superando así un sistema de familias privilegiadas que mantienen su tradición a expensas de los oprimidos. Éste motivo retorna en la “parábola saducea” de la mujer esposa de siete hermanos varones, al servicio de la herencia (Lc 20, 27-38 par).

[5] Desde ese fondo se pueden evocar los tres niveles de la religión. (a) En un sentido, es tradición, siendo así conservadora y transmitiendo a las nuevas generaciones una herencia del pasado. (b) Al mismo tiempo, ella supera toda tradición, y así  permite que cada hombre o mujer puede acceder al misterio, para vincularse de un modo directo a lo divino. (c) Por eso, ella puede ser revolucionaria, empezando un cambio radical, por encima de toda herencia cerrada (Mc 12, 1-10).

[6] Además de comentarios, cf. M. A. Beavis, The Foolish Landowner (Luke 12, 16b-20), en V. G. Shillington, Jesus and His Parables, Clark, Edinburgh 55-68: M. Del Verme, Comunione e condivisionedei beni: chiesa primitiva e giudaismo esseno-qumranico a confronto, Morcelliana, Brescia 1977; J. D. M. Derret, The rich fool: A parable of Jesus concerning inheritance, HeyJ 18 (1977) 131-151; J. Peláez, Jesús y el dinero. La parábola del rico y el granero (Lc 12, 13-40), http://servicioskoinonia.org/relat/208.htm (4.III.2018).

[7] Cf. D. Lys, Ruach. Le Souffle dans L 'Ancien Testament, PUF, Paris 1962

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