Audaz relectura del cristianismo (63) Artimañas políticas

¿Pueblo de Dios democrático?

Congreso de los Diputados

El post que hace unas semanas dedicamos a los políticos nos dejó el regusto decepcionante de un proceder abusivo que somete a su particular interés muchos otros ámbitos autónomos de la vida humana. Incluso en situaciones de embrollo y crisis, como la que padecemos en esta al parecer ingobernable España, la política ahorma muchos de nuestros pensamientos y sentimientos.

Que la política, convertida en clave e incluso en dueña de la economía por las circunstancias de nuestra actual forma de vida, lleve hoy el timón de toda la sociedad representa una seria tentación para quienes tienen la responsabilidad de gobernar otros ámbitos sociales. Así, a uno le entra la tentación de pensar que la Iglesia católica oficial añora y hasta anhela retornar a un pasado, todavía no muy lejano, cuando ella legislaba sobre la vida y la muerte e imponía conductas a la luz de una teología que la hacía guía y dueña del cotarro humano.

Políticas partidistas

Política partidista

Pero la asfixiante y tediosa política de nuestros días, que tanta fatiga física y mental produce, remueve los cimientos de la confortabilidad de nuestra endeble sociedad de bienestar por defender intereses ideológicos y económicos parciales. El sistema de partidos, armazón de toda democracia consistente, la pervierte al convertirla en “partidista”.

La amplitud de miras y la generosidad para valorar y abordar los problemas de todos es, desgraciadamente, solo una soflama electoral tramposa, lanzada con el único propósito de atrapar el voto de muchos incautos. La confortabilidad de su propia vida, cifrada en predicar como charlatanes y producir como holgazanes, mientras comen como glotones y se solazan como potentados, inmuniza a los políticos incluso contra el latigazo del desprecio social por su falta absoluta de credibilidad. Lo de predicar y dar trigo” parece haber sido ideado para ellos.

Soflama tras soflama, la acción política parece reducirse a conseguir votos como sea. ¿Acaso las legislaturas no son campañas electorales camufladas? Mientras llena su mesa, el político nos arrastra de promesa en promesa.

¡Ojalá lo dicho pudiera ser desmentido con algo más que algunas excepciones dignas de elogio! ¿Por qué los candidatos electorales llevan a la espalda una mochila de intereses particulares? No conozco partidos ni alianzas de partidos eclipsados por los intereses comunes de los ciudadanos. ¿Acaso el primer día de una legislatura no es el inicio de una nueva campaña electoral para granjearse la reelección?

Pontifex Maximus

El quid de la cuestión

Lo preocupante para nuestra audaz relectura del cristianismo es que los dirigentes eclesiales adopten las artimañas políticas para conseguir y retener su propio poder y deslindar falsos caminos de evangelización, lejos de fomentar una forma de vida cristiana asimilable para los hombres de nuestro tiempo. Muchos de los líderes eclesiásticos, a espaldas del Evangelio, ni siquiera se molestan en ocultar sus tendencias políticas progresistas o conservadoras. ¿Acaso depende del enfoque ideológico del predicador que el Evangelio consiga su propósito? No es de extrañar que, en el autocrático régimen católico, interese más adular y agasajar a los mandamases que cumplir la misión pastoral vocacional. El prestigio personal y el garbanzo en la mesa de los eclesiásticos importan más que ser “pescadores de hombres”.

Sabia división de poderes

La separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial de las democracias maduras es garantía de control y rectificación. La independencia del poder legislativo solo peligra por la escora ideológica de promover leyes serviles. Las mayorías absolutas están sometidas siempre al capricho partidista.

Más compleja es la independencia de un poder ejecutivo concentrado en el candidato del partido que gane las elecciones o concite el apoyo de una mayoría de diputados. Sin magnanimidad y amplitud de miras es muy difícil gobernar para todos desde la sensibilidad de un partido. Tras nuestra ya larga historia democrática, los partidos españoles, por ejemplo, adolecen todavía de los rudimentos de una política en pro del bien común.

Administración de justicia

Más preciosa y determinante, y por ello también más difícil, es la independencia del poder judicial. A los aspirantes al ejercicio de la carrera judicial debería exigírseles ecuanimidad procedimental como garantía de juicios lo más objetivos posible. Además, convendría que su nombramiento no fuera hecho por los políticos sino por los entendidos en el tema: docentes del Derecho, fiscales, abogados y otros jueces. Nunca se conseguirá la independencia judicial mientras el nombramiento de jueces dependa de políticas partidistas que esclavizan e hipotecan la justicia. Finalmente, debería preceder a todo nombramiento un juramento de imparcialidad y objetividad, con la advertencia de severas penas por su incumplimiento. No parecen ni serios ni aceptables de ninguna manera los cambalaches de la actual justicia española. 

Hablando en cristiano

Para una utopía tan fuerte como la cristiana, que propugna la fraternidad universal, no debería resultar extraña la de la división de poderes que acabamos de describir. Es más, en cuanto institución, la Iglesia haría muy bien en renunciar a su “absolutismo divino” para adoptar el método democrático como más seguro y garantista: se manipula mejor a un Dios sabio, usando su nombre en vano, que a todo un pueblo ignorante, pero depositario de los carismas del Espíritu.

Vaticano II

Una comunidad que confiese ser guiada por el Espíritu no debería tener ningún reparo en comportarse como la más sólida y abierta democracia deseable. Soy consciente de lanzar un enorme reto a los dirigentes eclesiales, tan enfundados en Dios, al proponerles que desancoren la nave de la Iglesia del indefinido y manipulable fondo divino para anclarla en lo más sólido del océano humano. Tal hazaña, lejos de privarla de la preciosa asistencia del Espíritu, haría más eficaz esa asistencia. Entiendo que solo así podría la Iglesia convertirse en la fuente de fraternidad y alegría que necesitan los seres humanos, los actuales y los venideros.

No es momento de adentrarse ahora en los pormenores de un auténtico proceder democrático eclesiástico. Pero esclarezcamos algunas cosas: que los cristianos, incluidos los eclesiásticos, estamos obligados a dar al César lo suyo (Mt 22:21), es decir, a participar de lleno en la vida política y social de nuestro pueblo; que los dirigentes eclesiales harían muy bien en adoptar para el gobierno de la Iglesia los procedimientos democráticos, aunque sin urdir artimañas para conseguir prebendas ajenas al Evangelio; que en ese proceder democrático cristiano solo cabe un partido, el de Dios, con muchas y muy variadas sensibilidades, alimentadas todas ellas por el único celo de conseguir la mejor de las fraternidades para todos los hombres. De ninguna manera cabe, ni en la política ni en la Iglesia, el frentismo secular que venimos padeciendo los españoles. En vez de caldear los ánimos exaltados, lo deseable es, en lo político y en lo social, integrar las diferencias en un proyecto de gobierno más equilibrado y rico. Si los políticos y los eclesiásticos están para servir al pueblo, deben servirlo de forma eficaz para que realmente sea un pueblo más hermano y más rico.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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