Azotea de San Carlos

La calma invade la azotea desierta
de San Carlos
y apacigua un ambiente indeciso:
es el momento en que el día
se prepara solemnemente
para dejar de serlo
llegando sin llegar a ser noche
llagando un horizonte violado
violáceamente
atardeciendo crepuscularmente
de modo suave y calmo,
lacio y silencioso.
Me asiento solo en medio
de este promontorio
junto a sus torres sobre el claustro
contemplando las cúpulas quietas
del Pilar y La Seo los Jesuitas y la Magdalena
con sus bordados mudéjares
bajo un cielo desbordado
y eterno.
Vencejos revolotean y un perro
ladra breve
flotando en el ambiente quedo
la calma colmada de esta tarde.
El sol declina conjugando
azules y blancos puros
grises tenues impuros.
Tenuemente la azotea silente
revierte en terraza sombría:
el momento más suspicaz del día
flirtea con un ocaso frío
ya al acoso.
Mi cuerpo se mece mientras mi alma
se desentumece
y el espíritu vaga vaporoso
y vago.
De repente un autobús frena
su frenético viaje
un perro ladra breve
y oigo ruidos que se diluyen
a lo lejos.
Alejado y alojado adentro
vuelvo en mí al percatarme
que mi pierna escayolada
sigue alzada inmóvil:
mas su inmovilidad ha permitido
la movilidad quieta e ingrávida
etérea
de esta tarde grávida.
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