Cioran misticoide

“Todo es vano,
salvo el pensamiento de la vanidad”
(E.M. Cioran)

Se ha pretendido presentar a E.M. Cioran como un nihilista, pero se trata de un nihilista místico o misticoide. El pensador/sentidor rumano no fue un inmoralista, sino un moralista que padeció insomnio, dolencias físicas y psíquicas, además de una soledad personal en medio de un mundo que consideraba inmundo. Pero asumió su tristeza radical como un destino, destilando un pesimismo reconvertido en melancolía y una amargura reconvertida en nostalgia. Nuestro autor celebra el desengaño existencial frente al engaño vital, al tiempo que cultiva una especie de voluptuosidad de la propia tristura.

Cioran padece una nostalgia del Paraíso perdido, el paraíso religioso de su niñez, un espacio exento del tiempo penal y mortal. Del paradisíaco espacio sin tiempo, nuestro autor pasa en su juventud crítica al tiempo sin espacio que lo acaba atenazando y asfixiando: es la caída en la materia demónica del mundo, en la que el escritor se siente atrapado o bien abandonado por la deriva de su vida a la deriva (no olvidar su condición de emigrante marginal en París).

Todo su afán cultural y filosófico consistirá en romper las redes mundanales que encadenan su libertad, tratando de recuperar el paraíso perdido, horadando el mundo de las cosas hasta liberar un hueco que denomina el “alma”. Se trata de vaciar el mundo temporal para obtener un espacio vacío o vaciado de entidad, en el que poder respirar, se trata de aniquilar el mundo hasta acceder a su envés o revés: el vacío búdico y la nada anarcomística.

En sus Cuadernos (1957-1972) el pensador eslavo expone de un modo circunspecto y autocrítico, comedido, toda su trayectoria desde su niñez beatífica hasta su vejez melancólica, pasando por su juventud fascistoide y su madurez crítica. Estos Cuadernos son una especie de confesionario o reflexionario, en los que no se trata de epatar al otro sino de empatar o empazar consigo mismo. Nuestro autor asume aquí un destino que lo acaba consumiendo, ya que no encuentra el consuelo suficiente para vivir, lo cual le permite empero paradójicamente encontrar el consuelo suficiente para asumir la muerte, aunque evitando la tentación del suicidio pospuesto hasta la eternidad.

En realidad, el pesimismo cioranesco es reactivo, en el sentido de reactivar su tristeza positivamente, aunque no en el sentido de superarla heroicamente, sino de supurarla antiheroicamente. Con esa intención oye las tristes canciones húngaras (zíngaras) o españolas (flamencas), portuguesas (fado) o argentinas (tango). Así aprende a “saber sufrir”, una sabiduría basada en el padecimiento, ya que “nos salvamos mediante lo que nos niega”.
La iconoclastia de nuestro autor es entonces una iconoclastia frente al idealismo y al puritanismo escapistas, en nombre de una asuntividad o asuncionismo crítico y misticoide a un tiempo. De aquí que reivindique consecuentemente el papel moderador de cierta represión o represación de nuestras energías salvajes, puesto que “la libertad total es estéril y autodestructiva”. No extraña en este contexto que hayamos calificado el nihilismo cioranesco como nihilismo misticoide. Pues la mística para Cioran es esa religiosidad que abandona lo superficial y accede a lo “esencial”, en cuyo horizonte se revela enigmáticamente el Dios:
La desesperación que no desemboca en Dios, que no se topa con él, no es verdadera desesperación. La desesperación es casi indistinta de la plegaria, es, en cualquier caso, el germen de todas las plegarias.

La necesidad física de algo supremo, digamos de Dios, sólo aparece en verdad en la desolación. Sólo nos vemos abandonados realmente por Dios, los hombres solo pueden dejarnos. (Cuadernos, 14 y 158).

Es el propio Cioran el que se autodefine como “un místico fracasado”, alguien que ha aspirado al Paraíso y, al no poder alcanzarlo, cayó en la duda y el escepticismo. Todavía es capaz de entrever el paraíso a través del éxtasis musical que le produce J.S. Bach, cuya música define como fúnebre y seráfica, mística y extática. La nostalgia del escritor se reconoce como religiosa, y su obsesión de la muerte también es religiosa. Quizás podríamos hablar de un (a)gnosticismo religioso:

Soy religioso como lo es toda persona que se encuentra en la linde de la existencia. Mi nostalgia es religiosa. Habría tenido que atacar sólo a Dios, sólo él vale la pena.
Dios es lo que sobrevive cuando todo ha desaparecido. En mí todo se vuelve oración y blasfemia, todo se convierte en llamada y rechazo. Reírse burlonamente o rezar, todo lo demás es accesorio. (Cuadernos, 192, 215 y 185).

Reírse o rezar: la disyuntiva acaba en conjuntiva, ya que Cioran reza y ríe, cree y descree, compadece y grita. Nuestro filósofo se reclama del desierto para desertar de este mundo, se reclama del vacío y la nada posibilitando ese espacio ahuecado y acogedor fuera del tiempo febril, lo que le confiere un aspecto religioso o religador, silencioso y misterioso, búdico. El Buda de Schopenhauer está en el trasfondo de la filosofía cioranesca, mientras que en su fondo está la Gnosis y la mística, Job y Qohelet, Marco Aurelio y Eckhart, La Bruyère, La Rochefoucault y Chamfort, Dostoievski, Ionesco y Becket.

La desesperación cioranesca tiene mucho de desesperación teológica, compresente en sus leídos Lutero y Kierkegaard. “Arrastro en mí jirones de teología”, afirma nuestro autor, definiendo su nihilismo como “nihilismo de hijo de pope” (recordemos que su padre era un pope ortodoxo). Pero nuestro autor ha abandonado toda ortodoxia de la verdad en nombre de la heterodoxia del sentido atravesado de sinsentido, que es la ortodoxia heterodoxa de la vida y de la muerte. Frente al ser clásico (parmenídeo) y al devenir posclásico (heraclíteo), Cioran afirma el “desdevenir” (entwerden), como un modo de contravenir el orden caduco tanto del ser y como del devenir.

Pero entonces lo que queda es el (pos)nietzscheano venirse abajo para reflotar, hundirse en su ocaso para renacer, recuperar el paradisíaco espacio anterior al tiempo en el beatífico espacio posterior al tiempo, así pues, morir para pasar al otro mundo: ese otro mundo evocado entre otros también por Mozart.

(Bibliografía mínima)
E.M.Cioran, Cuadernos (1957-1972), Tusquets, Barcelona 2012.
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