Hijos de genocidas

Distintos periódicos españoles han publicado una noticia que hay que calificar de esperanzadora: algunos hijos de los represores de la dictadura argentina se unen para rechazar los crímenes de sus padres y exigir que cumplan sus condenas. Alguno reniega incluso de su apellido “por estar manchado de sangre”. La noticia manifiesta, entre otras cosas, que el bien y el mal no son hereditarios. Sin duda, el ambiente familiar influye en la educación, pero no es determinante. A medida que nos hacemos adultos, juzgamos con más independencia de criterio. Y, en muchos casos, juzgamos de forma diferente a como lo hicieron nuestros padres. Esta independencia de criterio puede tener su lado bueno, cuando somos capaces de condenar el mal que ellos hicieron. Jesús de Nazaret reprochaba a “los escribas y fariseos” que fueran imitadores de las malas acciones de sus padres (cf. Mt 23,31-32; Lc 11,47-51). A veces lo bueno es no seguir las enseñanzas de los padres.


La persona humana es compleja. Estamos llenos de contradicciones: en muchas ocasiones el odio coexiste con el amor. Es posible ser un brutal torturador y al mismo tiempo un amoroso padre de familia. Aunque también se da el caso del torturador que se comporta violentamente con sus hijos. Los humanos somos seres muy extraños: estamos hechos a imagen de un Dios bueno, que es Amor, pero al mismo tiempo somos frágiles y llevamos esta imagen en vasijas de barro. Somos capaces de lo mejor y de lo peor. Pero precisamente porque la imagen buena nunca se borra del todo, también somos capaces de arrepentimiento, de reconocer nuestras culpas. Si este reconocimiento de culpas lo hacemos público tendemos puentes con aquellos a los que hemos dañado.


Los hijos que reniegan del mal hecho por sus padres manifiestan no sólo que el bien también existe, sino que el bien se infiltra por lugares inesperados. Yo no digo de que del mal pueda salir el bien, porque del mal solo sale mal. Pero sí digo que hay una bondad constitutiva en todo ser humano que, a veces, se manifiesta de forma sorprendente e inesperada. Gracias a Dios, el bien aparece donde menos se le espera.

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