Si hemos descubierto aquello que es realmente importante en nuestras vidas, si aún en medio del desasosiego y quizás de la enfermedad hemos atisbado en el horizonte de cada uno aquello que es en verdad importante, ¿vamos a dejar ahora que se pierda?
“No seremos el discípulo modelo que nos hubiera gustado ser, pero podemos ser la debilidad, la fragilidad, en la que irradia el amor de Dios, la pobreza transfigurada por el poder de la gracia”.
Siempre pienso que el texto es demasiado breve y nos esconde todo el sufrimiento, el llanto, el dolor de aquella mujer que no tiene comida alguna para su hijo ni para ella. Esta situación se ha repetido hoy aunque sea de un modo diferente. En esta etapa de confinamiento, de paro, muchas familias se están viendo obligadas a buscar quien les puede ofrecer el pan que necesitan para los suyos y aunque a muchos no nos afecte directamente ahora, conocemos cuanto sufrimiento genera esta situación.
A lo largo de nuestra vida, seguro que tenemos a alguien que sabemos que siempre va a estar a nuestro lado, nos dará su mano, nos ayudará en las dificultades y estará en tantas alegrías. A veces el tesoro más preciado está más cerca de lo que pensamos. Dios está ahí junto a nosotros, en nuestro caminar y espera que le demos la mano para vivir todo desde Él
Y ahora parece como si poco a poco fuéramos despertando, pero ¿retomaremos cuanto dejamos como si no hubiese ocurrido nada? ¿o de verdad el virus nos ha dejado una cicatriz profunda en nuestro corazón y en nuestra alma para vivir de otro modo?
Si al iniciar este año 2020 alguien hubiese explicado que todas las naciones, sin prácticamente ninguna excepción, se vería en tan solo cuatro meses con todo parado y cerrado, las fronteras interpuestas otra vez entre todos los países, sin poder ir de un lado para otro, como solíamos o más aun sin poder salir ni de casa, seguramente hubiésemos pensado que era simplemente una idea farsante y ridícula.
Jesús “exhala su aliento” sobre nosotros, nos da su paz, la alegría verdadera con la que el cristiano puede ser “algo de sal de la tierra y luz del mundo”. Es hora de abrir el corazón al amor de Dios y dejarse conducir por el Espíritu Santo que habita en nosotros.
¿Cómo podremos hallar una respuesta adecuada a este hoy nuevo e imprevisto? No es tiempo de quedarnos en la inacción, sino de actuar de acuerdo con lo que hemos sentido, experimentado y vivido a lo largo de esta etapa impensada e inimaginada.
Y cada persona reaccionamos de modo diferente ante experiencia que nos suele llenar de dolor y tristeza. Aunque un fracaso suele superarse con un éxito, la herida que ha producido no se cicatrizará fácilmente y puede quedarnos en el corazón para siempre, aunque desde la fe también el fracaso se entiende como un querer de Dios que ofrece el bien a todos en todo momento.
En un mundo en que vivíamos planificados, con las agendas repletas de compromisos y actividades, quizás tampoco teníamos tiempo de ver, de gozar con todo aquello que el Señor no da, con todo aquello que nos invita a vivir, caminando siempre hacia lo que es nuevo, lo que es regalo de Dios.
Es tiempo de orar al Espíritu, como hicieron apóstoles, para que nos ilumine en la toma de decisiones que serán sin duda fuente de vida nueva, o mejor, una nueva expresión de la Vida que nos regala el Resucitado.
Gracias Señor por las personas que suman en nuestras vidas, que saben estar especialmente cuando más las necesitas. Es fácil juntarse para una fiesta pero qué valor tiene las que ayudan, abrazan en la dificultad, en la fragilidad.
Todos, de formas diversas, hemos experimentado que cuanto creíamos insustituible, necesario, urgente no lo era tanto, hemos podido dejar gran parte de nuestra forma de vida y entrar sin tiempo a pensarlo en otro modo de entender tantos los aspectos de la misma, incluso los que considerábamos más importantes.
El amor no entiende de distancias porque solo es capaz de abrazar, de acoger al otro, de darle la mano para caminar aún más en las dificultades y celebrar tanto como nos une en el caminar. El amor late dentro.
No nos podrá fallar el ánimo y menos en este tiempo de Pascua que nos mantiene en la contemplación de la Resurrección de Cristo. Y es que la Vida, aquella vida que nos lleva a un nuevo modo de ser, surge precisamente de la tumba de Jesús.
Confiemos en que nuestras vidas tengan otra impronta, marcadas por la esperanza, la fraternidad, el compartir, sencillamente por la alegría de dar un abrazo.
También en ocasiones el viaje de nuestra vida se nos hace difícil y oscuro. ¿Hemos perdido también al Maestro?, ¿hemos dejado de verlo presente en nuestra vida de cada día? Mantengamos los ojos y el corazón abiertos. Él está nuestro lado siempre y parte también para nosotros el Pan, que es alimento, reconocimiento, fuerza y gracia. Con Él, el camino no es nunca largo, ni oscuro en todo momento se nos pueda hacer presente para que retornemos a Jerusalén, para que con ánimo nuevo demos testimonio de su Cruz y Resurrección.
Las consecuencias son aun imprecisas, aunque ya se dibuja un cuadro de pobreza en su más diversas formas y que afectará a muchas personas, quizás también de modos desconocidos hasta ahora.