150 Aniversario de la Diócesis de Vitoria. Con la palabra OBRA.




“Viendo en las complejas OBRAS de restauración de la catedral de Santa María una especie de “parábola” de las tareas pastorales a las que se siente llamada nuestra diócesis, en el tercer momento de esta carta pastoral quiero llamar vuestra atención, en primer lugar, sobre el hecho de que, en la tradición bíblica, la existencia y la vitalidad de la Iglesia son parangonadas al crecimiento de un “edificio en construcción”.

Con este párrafo comienza Asurmendi su tercera y última parte de la Carta Pastoral.

Y esa OBRA se desarrolla en “la triple tarea en que se expresa la naturaleza íntima de la Iglesia: el anuncio de la Palabra de Dios (kerigma-martyria), la celebración de los sacramentos (leiturgia) y el servicio de la caridad (diakonia).”

Los textos del Concilio Vaticano II son nuevamente recogidos para desarrollar esa interpretación de la Iglesia como OBRA de Dios: “el texto conciliar nos invita a reconocer la Iglesia, ante todo, como la “OBRA” de Dios: Él es quien edifica, construye, reconstruye y reedifica a su pueblo (cfr. Jer 30,18s), siendo su presencia indispensable para que su obra no fracase, ya que “si el Señor no construye su casa, en vano trabajan los albañiles” (Sal 127,1).”

Pero este “edificio” es muy singular: “Paradójicamente, en la imaginería aquí utilizada, además de colaboradores en esta empresa constructora “espiritual”, los creyentes somos el “material” de la misma: de hecho, si la Iglesia es comparada a una edificación es por estar hecha de “piedras vivas”.”

Más adelante reconoce que la Iglesia de “cada hoy” es heredera de la “Iglesia de ayer”: “En este sentido, y ahora que celebramos los 150 años de vida diocesana, nos reconocemos deudores de los que nos han precedido en la construcción de lo cristiano entre nosotros.” Y llamados a continuar la OBRA.

Para desarrollar el adjetivo de Iglesia “abierta” recurre a Pablo VI: “cuando en la Encíclica Ecclesiam suam, traducía esta “apertura” con la clave del “diálogo”; y desde esa misma clave realizó el Concilio Vaticano II su OBRA renovadora de la Iglesia: abriéndose a las “fuentes de la fe”, superando en sí misma el bloqueo de sus “fronteras internas” (entre ministerios y fieles, entre laicos y sacerdotes, entre religiosos y no religiosos), abriéndose a los otros cristianos (la apertura ecuménica) y a los interrogantes, las búsquedas y los proyectos del mundo contemporáneo.”

Manifestaciones de ese espíritu postconciliar son: “Líneas pastorales diocesanas (1983), pasando por la Asamblea diocesana (1991) hasta las del último Plan diocesano de Evangelización (2009-2014).”

De las primeras páginas de la presentación de la Asamblea Diocesana de 1991, escritas por el anterior obispo, José María Larrauri, extrae Asurmendi las líneas que han de marcar el caminar de esta diócesis, independientemente de las circunstancias sociales externas: ““una Iglesia más evangelizada y evangelizadora, es decir, más conocedora y arraigada en el Evangelio del que ha de ser difusora”; una Iglesia “más corresponsable, más misionera y más laical”; una Iglesia “más unida, más pacificada, para poder ser pacificadora”; una Iglesia “más acogedora y sensible a los problemas de los marginados”; una Iglesia “más abierta a los jóvenes, más atractiva a su mentalidad por la radicalidad en vivir el Evangelio”; una Iglesia “más orante y más participativa en las celebraciones litúrgicas” y más creyente en la eficacia salvadora de los sacramentos”; una Iglesia “defensora de los Derechos humanos, preferentemente de los derechos de los pobres” y que, a través del compromiso de los cristianos, esté más presente en el campo social y público”. Y lo completa con un texto del Plan Diocesano de Evangelización en vigor hasta el 2014: Se pretende una Iglesia ““más fiel al Evangelio de Jesucristo y mejor adaptada al momento presente”; siendo “más creyente y más creíble, más evangélica y mejor evangelizadora; más encarnada y abierta al mundo, más humilde y servicial; portadora de la Buena noticia y de los valores alternativos del Reino; testigo de esperanza para el mundo de hoy, y especialmente para los más pobres y olvidados”.

En el siguiente punto señala que el plan de OBRA, el “Plan Director” podríamos decir, es el de siempre el Evangelio, y concluye este apartado señalando los retos que últimamente más preocupan a la Iglesia: “el desafío de la secularización, el del pluralismo religioso y el de las fracturas de la fraternidad humana.”

Casi dos hojas emplea Asurmendi para remarcar una idea: “debemos hacer cualquier esfuerzo para mostrar la Palabra de Dios como una apertura a los propios problemas, una respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los propios valores y, a la vez, como una satisfacción de las propias aspiraciones. La pastoral de la Iglesia debe saber mostrar que Dios escucha la necesidad del hombre y su clamor”.

Y casi otro tanto para trasladar la importancia de vivir y celebrar la Eucaristía en la cita dominical y en las pequeñas comunidades.
A esto nos anima nuestro Plan diocesano de evangelización, cuando para “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” insta a la creación de dinámicas comunitarias en grupos de dimensión humana: comunidades eclesiales que sean “un espacio de encuentro fraternal y gratuito y ocasión de un mayor conocimiento mutuo; un ámbito propicio para la maduración cristiana; un cauce de corresponsabilidad y de creatividad apostólica. En ellas nos reunimos para escuchar la Palabra y comentarla, analizar los acontecimientos a la luz de la fe, asumir y revisar nuestros compromisos de vida, compartir en mayor o menor medida nuestros bienes y celebrar juntos la Eucaristía “fuente y cumbre de la vida cristiana”.

El punto 3.3.3 de la carta se refiere a esa dimensión caritativa de la Iglesia: “No podemos ignorar el “rostro de Cristo” en los más humildes de sus hermanos, que solicitan nuestra dedicación y los que, creyentes y no creyentes, atendemos a nivel personal, desde organismos eclesiales y desde las más variadas ONGs: son las “pobrezas” de quienes carecen de lo necesario para una vida digna, las situaciones en familias desestructuradas, el mundo de los enfermos y de los afectados por diversas minusvalías, la soledad de muchos ancianos, el mundo de los presos…y tantas otras situaciones caracterizadas por la vulnerabilidad, la marginalidad o la exclusión.”

Este capítulo cuenta con tres apartados concretos “que constituyen la preocupación principal de la mayoría de los ciudadanos y que nos afectan de cerca”.

El primero dedicado a la crisis económico-social: “Entre las personas y grupos sociales más afectados por esta crisis se encuentran todos los económicamente débiles y en especial los pobres. En este contexto los cristianos hemos de reencontrar la capacidad de asumir, junto a las reivindicaciones sociales de justicia y la denuncia de las causas generadoras de la situación, el compromiso transformador de la sociedad y el estilo de vida austero y solidario que nos reclama la fidelidad al Evangelio”.

El siguiente se refiere a la tarea de la reconciliación de “nuestro pueblo” tras la nueva situación creada con el comunicado de ETA: “Hay toda una tarea por delante. Una tarea que requiere actitudes apropiadas al servicio de un nuevo futuro en paz. Sin actitudes personales y compromisos grupales saneados no será posible encontrar un camino pleno de normalización y convivencia social.” Y también añade en otro párrafo “La aportación específica e irrenunciable de los creyentes cristianos ha de ser la de sembrar en las relaciones sociales y políticas, personales y públicas, el perdón y la reconciliación. Para el creyente es una experiencia y exigencia de neta raíz evangélica basada en la fraternidad de todos los hijos de Dios. De tal modo que la relación de perdón entre los semejantes condiciona la capacidad para acoger el mismo perdón de Dios a nuestras culpas.”

Y por último el tema de la inmigración: “Esto, que exige buscar “nuevas formas de relación y convivencia entre personas y grupos sociales”, supone también para “la personas y grupos sociales un compromiso activo en la promoción de relaciones culturales e interreligiosas” para una integración respetuosa de las diferencias.”

La Conclusión de esta carta la adjunto literal:

Desde la conciencia de encontrarnos en un “cambio de época” y en mundo alterado por acontecimientos de gran calado (y en gran medida imprevisibles), desconocemos lo que podrán suponer para el futuro de nuestra Iglesia diocesana los cambios que puedan producirse, tanto en la Iglesia como en nuestra sociedad.
Entretanto proseguiremos en la tarea, tan compleja como ilusionante, de renovar evangélicamente nuestras comunidades eclesiales, mediante el impulso de la vocación, la comunión y la misión de todos los que formamos la Iglesia; y, ciertamente, alimentando desde la fuerza del Evangelio la espiritualidad requerida para estos “tiempos fuertes”: una espiritualidad de la confianza y de la fidelidad; de la responsabilidad, la esperanza, la paciencia y el aprecio de lo pequeño; de la sintonía con los hombres y mujeres con quienes convivimos, y de la compasión y la sanación de los que más sufren de entre estos.
En ello no nos faltará la ayuda protectora de Nuestra Señora, Santa María, “modelo y arquetipo de la fe de la Iglesia”. Con ella, “madre de la Palabra encarnada” y “mujer de la escucha de la Palabra y del silencio”, nos pondremos a la escucha de Dios; por ella, “estrella de la evangelización” seremos orientados en esa tarea; con ella, “arca de la nueva y eterna Alianza” y “mujer eucarística”, nos encontraremos con Jesús; y como “madre de la Iglesia”, “espejo de la justicia” y “reina de la paz”, nos acompañará en la “construcción” de la Iglesia diocesana y de una sociedad más humana y fraterna.
Y a lo largo del Año jubilar de nuestra diócesis, nos acogeremos a su intercesión cuando, con las palabras que propone el Misal romano, oremos por nuestra Iglesia local:
“Te rogamos, Señor, que se manifiesten con toda su fuerza y perseveren hasta el fin en nuestra Iglesia de Vitoria, la integridad de la fe, la santidad de las costumbres, la caridad fraterna y la religión auténtica, y, ya que no dejas de alimentar a tu pueblo con tu palabra y con el Cuerpo de tu Hijo, no dejes tampoco de conducirlo bajo tu protección”.
Vitoria-Gasteiz, 27 de Noviembre de 2011
1º Domingo de Adviento.
En el 150 aniversario de la creación de la Diócesis de Vitoria
+ MIGUEL ASURMENDI
Obispo de Vitoria

Non solum sed etiam.

Sin duda que magna es la OBRA de traducir a realidades todas las expresiones y deseos de lo que el obispo de Vitoria, y muchas otras personas con él, queremos para esta diócesis. La Iglesia ha de ser una OBRA permanentemente inacabada por dinámica. Por eso siempre habrá rasgos de “esa Iglesia ideal” en los que podamos reconocer a nuestra diócesis y otros en los que “ni de lejos”.

Sería interesante conocer el dato de cuántas personas en la diócesis serían capaces de subscribir con su firma la imagen de diócesis que de esta carta se desprende, y en una segunda encuesta cuántos de quienes firmaron darían el callo por colaborar en esta OBRA.

Pero ¡Ojo! Que el papel lo soporta todo y en el texto se plantean muchos retos no fáciles de hacer desde nuestra cómoda existencia.
Pero es lo que hay, y lo que san Pablo decía, de otra manera pero “OBRAS son amores, y no buenas razones.
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