Hemos de dar donativos o limosnas; dar también nuestro tiempo; darnos

Espiritualidad

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Hemos de dar donativos o limosnas; dar también nuestro tiempo; darnos  

A veces he oído a gente que no quiere dar dinero a personas que piden porque lo pueden gastar en vino y cosas inútiles. Incluso afirman que los han visto en el cine y en otros lugares de diversión. Como si el necesitado estuviera obligado a permanecer siempre en su casa y no tuviese derecho a divertirse. A nadie le gusta pedir. El que pide es porque necesita. Yo nunca he visto pedir a los millonarios. Es cierto que existe algún pobre avaro. Pero se trata de una excepción. Lo importante es dar, ser generoso. Más con quien sabemos es incapaz de pedir. Con ese hay que desbordarse.

Por muy rico que sea uno, le faltan muchas cosas en la vida. Esta es la realidad: salud, juventud, bienestar, aprecio de la gente, belleza...Por otra parte, te verás a veces empobrecido en los cortos bienes de fortuna que puedes tener. Inundaciones, incendios, averías, robos, multas, pérdidas y cuántas cosas más. A veces un hijo o un familiar próximo te hace correr con gastos que tú no hubieras realizado. Entonces tienes ocasión de practicar la pobreza como virtud, recibiendo con dulzura esta disminución de los bienes y acomodándote con paciencia a este empobrecimiento. Otras veces apreciarás una necesidad en un vecino o conocido y, aunque él no te lo pida, le ofrecerás ayuda en lo económico. En este caso practicas la pobreza cristiana y la generosidad.

Yo no sé si he logrado entender algo de la pobreza. Desde luego que el vivirla es muy difícil. La pobreza, por supuesto, lleva consigo el despego del dinero. Pero sobre todo tiene exigencia de renuncia a sí mismo. Cuando uno se siente sin fuerzas, abandonado de casi todos o de todos, entonces puede comprender en su propia carne qué es la pobreza. Comprueba la propia razón, pero nadie se lo reconoce y lo desprecian como a un ser raro; a nadie contenta. No halla consuelo en ninguna cosa de la tierra; las aficiones y distracciones ya nada cuentan en su vida. Está desposeído de todo. Entonces, de verdad es uno pobre.

La pobreza la entiendo extrema cuando ABSOLUTAMENTE NADIE le toma en consideración para nada. Es el marginado total: como Cristo en la cruz. Esta pobreza extrema se suele degustar en la antesala de la muerte. Los ancianos saben mucho de ella, pero a nadie se lo pueden comunicar: si lo hicieran, dejarían ya esa pobreza absoluta.

Yo creo que a la mayoría de las personas nos ha de probar con esa total indigencia. Entonces podremos acudir solo a Dios. Entonces quedará del todo purificado nuestro corazón. Del todo vacíos de cuanto suponía amor propio, abrimos nuestro corazón a Dios. En esos momentos, si somos capaces de orar, nuestra confianza la pondremos del todo en Dios, despojados ya de la totalidad de bienes de este mundo.

José María Lorenzo Amelibia  

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