La formación en los seminarios

Crítica Constructiva

La formación en los seminarios

Algo muy positivo: me siento feliz de la formación religiosa y teológica en el seminario de Pamplona. Los superiores supieron imbuir en mi alma virtudes fundamentales: fe, esperanza, amor a Dios, celo por la salvación de las almas, amor total a mis semejantes. Y otras muchas: prudencia, sentido de justicia y equidad, compañerismo, laboriosidad, aprecio a la gente, cierto sentido de igualdad fundamental entre las personas, pobreza y amor a los pobres, compasión, dulzura de carácter, fuerza de voluntad, espíritu de sacrificio. Y más: amor, mucho amor a la Eucaristía, a la Virgen María; devoción bien formada; espíritu de oración; respeto a los que mandan; sinceridad; amor a la ciencia y a la cultura… y pienso que se quedan en el tintero otras muchas cosas buenas que he asimilado en mis años de formación.

A pesar de todo, algo fallaba en aquel cenobio, en aquella escuela de perfección, ¡y algo fundamental! Y no culpo de ello a mis magníficos educadores y profesores, casi todos ellos competentes, fuera de muy pocas excepciones deplorables. De hecho, vivimos durante doce cursos, años fundamentales de la existencia humana, la adolescencia y primera juventud, vivimos metidos en un fanal. A espaldas de la realidad humana, segregados del resto de las personas – buenas y malas – que existen en el mundo. Veíamos la realidad a través de la explicación de nuestros superiores, y durante el período de vacaciones. - ¡Las vacaciones ansiadas siempre! – Y, sin embargo, también entonces separados de la realidad, siempre unidos al grupo de seminaristas, en un reducto bien protegido.

Mi padre a veces – muy sabiamente – me solía decir: “Vosotros veis el mundo por un agujero. Y lo peor que ese aguajero está medio tapado”. Lo lamentaba. Pero él – hombre fiel a la Iglesia – no se atrevía a pasar a la acción después de advertir que algo muy grave estaba pasando. Un día, teniendo yo catorce o quince años, en un paseo con mis padres, vi un gallo que montaba a su compañera. Me llamó la atención; ingenuamente les dije a mis padres alguna simpleza fuera de la realidad. Mi padre después le comentó a mi madre (me enteré muchos años después) cómo podían tenernos así en el seminario, sin saber nada de la procreación en los seres vivos. Y así era. No se atrevió él a descubrirme este sencillo misterio.
Ignorancia, formación tardía en la vida afectivo – sexual; falta de madurez subsiguiente. Porque la realidad es que la mayor parte de cuantos subíamos las gradas del altar, llegábamos a la meta, a nuestro ansiado sacerdocio, con una inmadurez afectivo sexual plena y total. En aquellos años de formación a veces uno sentía un afecto de enamorado hacia algún compañero más tierno. Había que cortar aquello de una manera tajante, porque las amistades particulares pueden hacer mucho daño a nuestra vida interior. Pero creo que todos ignorábamos que aquellos afectos eran el sucedáneo del enamoramiento de una chica. Y así caminábamos, sin darnos cuenta, hacia la homosexualidad. Menos mal que en vacaciones nos enamorábamos de las chicas. Pienso que nuestros educadores lo sabrían, pero se limitaban a ayudarnos a cortar los afectos extraños. Después del verano, nos ayudaban con buena voluntad a encauzar el amor a las chicas, hacia el gran amor que es Dios. Y salimos así, ilusionados al sacerdocio. 

Mientras tanto nos hablaban del peligro del trato con las chicas. Las veíamos como ocasión de pecado. Nos daba, sí, gusto verlas, tan lindas y entrañables, pero aquello no era para nosotros; porque nosotros no debíamos casarnos. Para nosotros era tema tabú. Fuera, fuera… ya pasará la racha de esos comienzos de enamoramiento en las vacaciones. Recuerdo que un compañero no quería entrar en el seminario después del tiempo estival del curso séptimo. Nos decía a los amigos: “Me he enamorado de una chica; yo no entro, me vuelvo a casa”. Nosotros casi le empujábamos para que traspasara la puerta y así, a regañadientes, se incorporó. Fue uno de los primeros que se secularizaron, como otros muchos – un tercio de los compañeros – lo hicimos meses después, cuando se abrió la puerta. 
Han pasado ya muchos años desde entonces. Ahora en mi ancianidad fecunda en ideas, llena ya de madurez, aunque un poco tardía, me formulo muchos interrogantes sobre aquella manera de educar: ayudarnos a cerrar los ojos para que no nos diéramos cuenta de la realidad humana – afectivo – sexual. No llego a entenderlo. Y no culpo de ello a mis profesores y educadores. Ellos muy probablemente también sufrieron los mismos traumas educacionales que nosotros; eran hijos de su tiempo. Pero algo fallaba en el sistema. Fue Juan XXIII, hombre clarividente y humano, quien abrió las puertas para que pudieran salir del clero y contraer matrimonio quienes lo desearan. Porque hasta entonces aquello era un callejón sin salida.
Me da la impresión de que la educación de seminarios en aquellos tiempos tenía mucho parecido con la de las actuales sectas. Es duro decirlo. Me da miedo hacer tal afirmación, pero pienso que por ahí van los tiros. 
¿Y quién me dice que muchas defecciones en la fe católica no habrán sido por la amargura de verse en situaciones irreversibles en tiempos pretéritos? Por fortuna hemos superado el trauma. 
Pero deseo quede constancia, para que nuestra Iglesia se purifique de tanto lastre acumulado a través de los siglos, a la par que tanto bien, tanta santidad, tantas obras de amor que nos han acompañado, vienen estas lagunas de tipo humano. Porque nuestro Iglesia es santa, a pesar de las arrugas que le han puesto la indignidad e incluso la estulticia de muchas personas. 
Después de que Juan XXIII, clarividente abrió la puerta, la espantada fue enorme: alrededor del 25% salió para casarse. Con la nueva formación en el seminario, disminuyen los abandonos, porque son menos los sacerdotes. El problema sigue y seguirá, mientras no cambie la ley del celibato. Y entonces… serán otros los problemas. 

José María Lorenzo Amelibia Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com       Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/

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